42.Odio

50 6 2
                                    

Una sola gota de odio restante en la copa de la felicidad, transforma el trago mas dichoso en veneno, Johann Christoph Friendrich Von Shiller

Narra Natasha

Tras recoger los vidrios rotos del espejo de mi habitación, hace días, me di cuenta de lo rota que estaba ya con tanto peso en los hombros, tome uno de los vidrios que había en el piso y trate de suicidarme cortándome las venas para terminar con el dolor, ardiente que me quema el pecho que duele, que quema y no me deja en paz ni un minuto, de pronto al sentir la sangre caliente correr mientras seguía en el suelo quise que todo pasara rápido, desangrarme hasta morirme y así terminar con todo esto esa oscuridad con la que he vivido siempre y nadie ha entendido lo jodidamente terrible que es vivir de esta manera, sin embargo mi padre llego a tiempo para llevarme a una clínica y estoy de nuevo en mi habitación bajo la vigilancia de una maldita enfermera que esta al pendiente de medicarme a ciertas horas y obligarme a comer a beber suficiente liquido para recuperarme, además de no quitarme la vista por ningún motivo asegurándose de que trague cada píldora que me envió el medico psiquiatra, es un hastió vivir con la vigilancia de una extraña 24/7 sin embargo recapitulando lo de estos días me he dado que soy una cobarde que tome la puerta falsa antes de pelear la ultima batalla para ganar esta guerra una donde una de las dos debe morir y no seré yo si no María Teresa Arteaga debo levantarme, seguir adelante con mi planes con la venganza que me llevara a la victoria y no dejar que mi lado estúpido de apodere de mi al contrario hacerme fuerte y aprovechar que esta vez no morí para dejar salir todo mi odio hacia ella terminando con su vida de tajo, tampoco es que sea tan difícil pronto se ira a la ciudad y yo seré quien se deshaga de ella volándola en mil pedazos mientras sobrevuela puerto bravo en lo que será su ultimo viaje, debo ser astuta y no fallar es de esa manera en la que me quedare con Santos y sus hijos.

 —Hija quiero hablar contigo —Guillermo entra en mi habitación, le pide a la enfermerilla que se largue y nos deje solos, cosa que agradezco para dejar salir un par de verdades al hombre que tengo enfrente, estoy harta de que me trate como una niña y no como una mujer siempre esa mirada cariñosa nunca una mirada apasionada, siempre esos gestos de padre y nunca gestos de hombre, se que estoy demasiado enferma por sentir amor hacia un hombre que me ha dado la vida sin embargo las cosas son así, lo veo tomar mi mano para escudriñar los vendajes y asegurarse de que todo cicatriza de maravilla y vuelve su mirada para hablarme.

—¿De que quieres hablar padre? —Digo de manera despectiva, intentando no se tan tajante acaricia mi mejilla y creo que va a llorar, lo que menos deseo es que haga un numerito en estos momentos.

—Lo que hiciste no estuvo bien, trato de entenderte siempre he querido ser un buen padre para ti solo creo que esta vez, he fallado en el intento, saber que pude haberte perdido como perdí a tu madre fue la peor sensación que sentí cuando vi como te llevaban en esa camilla de emergencia, por ese impulso tuyo de querer hacer las cosas a tu modo, agradezco que todavía sigas aquí conmigo, eres mi única familia, mi hija y te quiero, solo deseo tu bien tu felicidad y desde que llegaste a puerto bravo cambiaste demasiado, creo que no fue buena idea que vinieras y luego lo de tu madre —Su voz se quiebra sin embargo en lugar de sentir compasión lo único que siento es pena ajena.

—Guillermo, te has convertido en un blandengue desde que llegaste a este lugar, ¿Dónde quedo ese hombre aguerrido, fuerte, varonil que yo admiraba? cuando vivíamos fuera de este lugar eras diferente, este maldito pueblo te volvió débil un blando de porquería, no eres ni la sombra del hombre de hace tiempo atrás y no sabes como odio eso de ti. me decepcionas —Suelto su mano de golpe cruzo mis brazos a la altura del pecho y desvió la mirada.

Mi esperanza eres tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora