I'll blow up into smithereens

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Normalmente, a Dazai le gustaba la noche pues era el momento de la Mafia. Pero no esa vez. No esa noche.

Había pasado un día desde el enfrentamiento que había tenido Oda con Gide y Mimic no había vuelto a atacar. De hecho, parecía haber desaparecido totalmente del mapa.

El departamento de inteligencia de Port Mafia se esforzaba por descubrir algo y se notaba especialmente la ausencia de Ranpo, aunque el jefe no había dado ninguna explicación de por qué no le hacía volver teniendo en cuenta la difícil situación en la que estaban.

Después de lo sucedido, Odasaku se había encerrado en su habitación y se había sumergido en sus pensamientos hasta que Dazai fue a buscarlo.

Caminaron juntos en silencio hasta el cementerio para el funeral de su amigo.
Oda no dijo nada pero podía percibir cómo los sentimientos abrumaban a Dazai, acostumbrado a no sentir nada.

El remordimiento carcomía al chico mientras veía desaparecer el ataúd bajo la tierra. Unos días atrás, había pensado en cortar todos los lazos con Ango después de revelarse que estaba infiltrado en Mimic y haber envenenado a Odasaku para luego abandonarlo y desaparecer. Ya había tenido una conversación sobre la lealtad de Ango con Ranpo bastante tiempo atrás y su compañero le había asegurado que aunque en su origen trabajase para el Gobierno, ahora les era totalmente fiel. Pero, al ver eso, le habían invadido las sospechas. No le parecía que eso fuera lo que haría un amigo.

Le había seguido el rastro para confrontarlo y, a mitad de camino, justo cuando estaba sacando su pistola y apuntándole, le vio desplomarse. Rápidamente, tiró el arma al suelo - al fin y al cabo, no estaba ni cargada, Odasaku le quitó las balas después de verle jugando una vez a la ruleta rusa y le dio pereza recargarla -, y corrió a auxiliarlo.

Ango se agarraba el pecho y Dazai dedujo que, pese a su juventud, a su amigo le estaba dando un infarto. Recordó lo que le había explicado Yosano una vez e intentó salvarle la vida pero no pudo hacer nada. Su amigo murió en sus brazos no sin antes decirle mientras intentaba sonreír:
- ¿Ves como no era un traidor?

Dazai apretó el puño maldiciendo en su interior al Gobierno. Por muy estresada que estuviera una persona, tener un infarto a los 21 con una salud relativamente buena no era natural. Se planteó ordenar a sus hombres que pusieran una bomba en la sede de la División de Habilidades Sobrenaturales pero recordó que tenía otro amigo en estado crítico y fue a sacar a Odasaku de allí. Además, alguien tenía que haber revelado a la División que Ango no les era tan leal como pensaban y por eso le habían matado. Podía empezar vengándose de esa persona.

Mientras rememoraba esos sucesos, el enterrador terminó de echar paletadas de tierra sobre el féretro, dejando a su amigo durmiendo el sueño eterno a dos metros bajo el suelo. Al menos ahora recuperaría todas esas noches que se había pasado en vela por culpa de sus tres trabajos.

La gente ya se estaba marchando cuando Odasaku se aproximó a la lápida de su amigo con una botella que contenía un líquido dorado: el licor preferido de Ango. Vertió un poco de la bebida sobre la tierra recién removida y luego bebió un sorbo. A continuación, le pasó la botella a Dazai.

- Sería una lástima que no pudiéramos brindar juntos una última vez - le dijo en un tono que dejaba claro que si no lloraba en ese momento no era por falta de ganas.

Un nudo en la garganta le impidió contestar a Dazai, así que solo asintió y también bebió.

- Por los perros callejeros. - Logró decir después.

- Por los perros callejeros. - Odasaku hizo eco a las palabras de su amigo.

***

El sol brillaba entre las nubes grises de Yokohama mientras Oda caminaba por la calle con las manos llenas de bolsas cargadas al máximo y el ceño fruncido. No estaba de mal humor esa mañana, solamente era difícil mantener el equilibrio estando tan cargado.

Llevaba unos regalos a los niños, que ya estaban hartos de vivir como refugiados. Esperaba que eso les alegrase un poco.

Con cuidado, llegó frente al edificio y entró caminando no muy rápido para no tirar nada. El lugar que Dazai encontró para los niños era una oficina de licencias de importación afiliada a la Mafia. Era un edificio azul de dos
pisos junto al océano, con un amplio aparcamiento junto a él ocupado tan solo por un autobús de color verde pálido que había debido parar allí. Aparentemente, Dazai alquiló todo el edificio, por lo que los empleados fueron enviados a
una oficina completamente diferente. Su amigo siempre llegaba a los extremos, pero esta medida era prueba de que Dazai creía que había una alta probabilidad de que los niños fueran
atacados.

Con sus manos ocupadas, Oda subió las escaleras mientras repasaba mentalmente la lista de quién obtendría que juguete. Después de caminar por el pasillo, abrió la puerta de la sala de
reuniones que los niños supuestamente estaban usando.

La sala era un desastre. Las sillas estaban tiradas por el suelo y había ceras de colores aplastadas. No había nadie. Todo indicaba que había habido un forcejeo. Tras oír un ruido seco, Odasaku se percató de que había dejado caer las bolsas y bajó corriendo las escaleras.

Llegó afuera para ver como el autobús estaba partiendo. Por un momento, las cortinas se abrieron y pudo ver el rostro golpeado de un niño que chillaba con desesperación. Era el mayor. Un hombre vestido de gris, soldado de Mimic sin duda, le agarró y lo empujó hacia atrás antes de volver a correr las cortinas.

Oda corrió hacia el autobús, que avanzaba cada vez más rápido, tan deprisa que le dolían las piernas. Buscó sus pistolas pero no las encontró. Ese día no las había cogido. Qué vergüenza, ¿qué miembro de la Mafia no llevaba sus armas consigo?

Corrió y corrió mientras el vehículo seguía su camino. Tomó un atajo, subiendo a los alto de un edificio y lanzándose contra el techo del autobús. Desde ahí, vio como un soldado con los ojos inyectados en sangre sacaba un pequeño transmisor.

Lleno de horror, Odasaku abrió los ojos al comprender de lo que se trataba. El soldado pulsó el botón del aparato y, mientras la explosión le arrojaba lejos del vehículo, en su mente resonaron unas palabras: «te haré comprenderme».

Unas columnas de fuego salían de los restos del vehículo y Oda, medio inconsciente y con la garganta llena de sangre, intentó levantarse para acercarse hacia allí. Aunque en el fondo sabía que era imposible, pensaba que si llegaba rápido a lo mejor podría salvar a alguien. Lo único que consiguió fue caer de bruces sobre el asfalto.

Un zumbido le resonaba en sus oídos pero consiguió escuchar unos gritos que sonaban lejanos. Solo por el dolor de su garganta pudo saber que quien se desgañitaba era él.

***

Ranpo escuchó los ruidos de las sirenas. Ambulancias, pensó. Debían ser los niños de Oda.

Le daba rabia no haber podido hacer nada pero algunas muertes eran inevitables. Tenía la certeza de que, al igual que había revelado al Gobierno el cambio de lealtades de Ango, Mori había sido quien le pasó al líder de Mimic la ubicación del piso franco de los niños.
Otra cosa más por la que tendría que hacer pagar a su querido jefe.

Un mundo de monstruos (una historia de Bungō Stray Dogs)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora