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Poco después, frías ráfagas de viento azotaron desde el Este. Era una ventolina que se volvía cada vez más tenaz, hacía que las grietas y las rendijas sisearan, y que los blasones y los tapices se balancearan en las paredes.

Esa fuerza invisible agitó sutilmente los mechones de Elaine, acarició su piel, y por lo que detectó con la nariz venía acarreando el aroma del exterior: Petricor.

<< El clima está cambiando. La niebla va empeorar >> Pensó ella. 

Cuando llego al exterior, alzó la vista en dirección al cielo y vio como a cada minuto las nubes estaban más anaranjadas. Atravesó con prisa el patio de armas. La fría temperatura condesaba su respiración.

Cruzó a la izquierda junto al pozo, y se dirigió al portal que conectaba los dos patios del palacio: el principal y el de armas; era una pequeña torre en el centro de los edificios principales, y tenía a sus pies el camino que unía la zona privilegiada, con la salida y ese tosco patio de tierra, espadas y un campo de tiro con flechas aún pegadas en el blanco. No había nadie en los alrededores, aparentemente estaban muy ocupados en la fiesta.

Aquel portal era el lugar por donde solían pasar sólo los miembros de la familia Kains, los que tuvieran el rango necesario, todo lo hermoso, y exclusivo del palacio. La torre de unión.

Elaine le echo vistazo al salón del comedor mientras pasaba, vio que las puertas estaban abiertas de par en par y que el banquete había comenzado. Habían incontables personas cantando y bailando. Mucha música, licor, risas y diversión. Entre el griterío, la muchedumbre, y la agitación en las mesas, en un golpe de vista increíblemente veloz Elaine encontró en un instante a la persona que buscaba: un hombre de cabellos plateados, alto y recio como un gladiador.

Era sin duda mucho más grande que cualquier otro hombre del lugar. Intimidante, y muy apuesto, tanto como un dios del más allá. Reía a carcajadas junto con el antiguo grupo de escuderos, sus amigos. Él y sus amigos platicaban sin parar a la vez que devoraban la comida, nostálgicos, extrañaban aquel sabor, y bebían como si murieran de sed.

A su izquierda estaba Kron Addams, y siendo el primero en advertir la curiosa mirada que venía del frío patio... le dio un manotazo en el hombro a Louvel, su amigo de cabellera plateada.

Kron, después de darle aviso, la saludó agitando la mano y le sonrió. Estaba mirándola de pies a cabeza. Sonreía tan encantador como su hermano Jonathan, sólo que... por mucho, y a diferencia de su gemelo, tenía la fama de ser un mujeriego descarado y vil. Así como engullía la comida, devoraba con los ojos la exquisita silueta de la mujer, sus senos firmes, su pequeña cintura, sus piernas esbeltas, y su rostro atrayente e hipnotizante. La percibió más guapa que de costumbre ahora que su oscura melena le caía sobre los hombros y la espalda erguida. Anheló como nunca que esos hermosos ojos de hielo se posaran sobre él, y que esos labios lo llamaran toda la noche.

Elaine ignoraba deliberadamente al gemelo de su amigo, y miró a los ojos a este hombre de asombrosa estatura. Le sonrió con algo más que orgullo. Amor.

Louvel tenía ojos dotados con la belleza de un zafiro. Con el mínimo rayo de luz brillaban de un modo que parecían tener el mar cautivo en ellos, y eso fue visible por el resplandor de los faroles y el asombro no le permitía pestañear. Había también colada una chispa, un sentimiento extraño e inexplicable que él siquiera podía explicar. Se le escapaba hasta por los poros la urgencia que tenía de ir hacia ella. 

Sin tener claro el motivo se levantó de la mesa, todavía mirándola... pero no se movió ni un centímetro más. Permaneció de parado, en silencio, como si los pies se le hubieran hundido en sabia. Tenso. Su semblante estaba serio e inexpresivo, pero sus ojos... sus ojos brillaron intensamente, por algo más que el fulgor del fuego que iluminaba el salón.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora