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Desde la primera vez que ambos hablaron del pago, Ugo siempre fue extremadamente exigente, quisquilloso y cascarrabias. Elaine creyó equivocadamente que él consideraría su propuesta, ya que era mucho mejor, y así las cosas irían a un ritmo distinto y fluido... Pero en ese momento, consciente de que era todo lo contrario, e irritada de que era tarde para cambiar de planes, comenzó a buscar alguna idea dándole vueltas a todo tipo de cosas en su mente.

Tenía las gemas en las manos, almacenadas y sin un destino fijo. Ugo las rechazaba por completo y menospreciaba su verdadero valor; en su cabeza el oro está en la cúspide de las riquezas, y no podía valer menos que un montón de piedras de colores, eso se decía.

―Este hijo de perra... ―gruño Elaine entre dientes viendo que perdió su tiempo.

Tenía un muy mal gesto: el ceño fruncido, los ojos entornados y los labios torcidos. Estaba muy enfadada.

No obstante, chasqueando la lengua, se limitó a repasar mentalmente versos de un viejo libro, su favorito, para olvidarse siquiera un instante de la cara de Ugo, de sus idioteces, y no empeorar su situación perdiendo los estribos por esa pequeñez.

Se volvió hasta el caballo y se subió a la montura.

― ¡Eh! ¿Qué haces?.. ¡No hemos terminado de hablar! ―gritó Ugo, también furioso.

―Deja de gritar, mierda ―exigió ella con voz severa y hostil―. Vamos a buscar tu oro. ¡Annad! ―exclamó en su lengua, y el caballo avanzó.

Ugo estaba asombrado y también confundido, pero no lo pensó mucho. A toda prisa corrió hasta su caballo y la siguió visiblemente satisfecho. Contenía la sonrisa y su mirada era pícara. Probablemente era su ego, hinchándose a cada segundo porque nunca había hecho algo que le diera tanto dinero ni que Elaine cediera.

Pero al cabo de un rato, cuando llevaban mucho camino, comenzó a observarla con recelo. Se dirigían a una zona lejos del canal de agua y en donde la niebla parecía volverse mucho más densa. Era imposible ver algo. Iban tan cerca uno del otro que podían chocar entre sí.

― ¿Sabes por dónde ir? ―preguntó altivo y apretando los labios hasta arrugar la barbilla―. Ya no escucho el río y tampoco puedo ver nada. ¿A donde rayos me estás llevando, mujer?

Elaine no emitía ningún sonido, obviando que lo estaba ignorando. Ugo estaba siendo demasiado irritante, simplón e infantil, tenía el absurdo pensar de que ahora tenía millones a su disposición, que podría hacer lo que quisiera, comprarse una mansión, sirvientes y mujeres. Sus fantasías iban en aumento, soñó despierto todo el camino hasta que llegaron a la entrada de una cueva.

Elaine se detuvo allí y se bajó de su corcel.

―Dame la capa. ―le ordenó a Ugo, acercándose a él, con la frente en alto y extendiendo la mano.

― ¿Cuál capa? ―preguntó él, aturdido, y aún sobre el caballo― ¿Ésta, que no ves el frío que hace? ¡Tú abrigo se lo dejaste a la muerta, no es mi problema si te estas congelando viva!

Elaine no pudo contenerse y volcó los ojos. Se llevó las manos a la cintura y echó una ojeada a su alrededor, resoplando, rogándose paciencia... mucha paciencia. Sentía la brisa fría acariciarle el rostro, y le agitaba los mechones del cabello

<< Insultarlo es una pérdida de tiempo, insultarlo es una pérdida de tiempo... >>

Se repetía, impulsándose con desespero a la resignación.

<< No me puedo enojar, no más... Si lo hago, la Hidra volverá a crecer. Crecerá porque no estoy manejando mis emociones. Cálmate. No hagas que la marea suba y se desborde... Cal... ma... Un estallido más y serán siete sellos. Si tienes siete sellos, más problemas. ―dio una bocanada de aire― ¿Quiero una vida normal, sin problemas? El precio es... soportar a este idiota. >> Se aconsejó.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora