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― ¿No me crees?... ―preguntó Louvel dejando de sonreír, y estoico le dijo―: Me he esforzado por entender tu enfermedad, y es por ello que hago lo posible para que no vuelvas a provocar su deterioro. No quiero que sigas pensando en ser el Sabio de este maldito lugar. Sabemos que eso puede matarte algún día. Y en realidad, no es del todo tu culpa lo que ha estado pasando últimamente. Si piensas que permitiré...

―Bien, digamos que tienes razón ―chistó―, pero aún así... dejando de hacer magia no voy a cambiar las posibilidades. Tu acción fue noble y me hace... feliz ―admitió―, pensaste en mi bienestar... pero actúas completamente diferente a lo que dices. Eso es lo que pasa.

― ¿Qué es lo que hago diferente? No entiendo.

<< Soy yo quien no entiende >> Se dijo ella antes de hablar.

―En realidad, sé que no es por dinero. Quieres gloria, y yo lo sé, ¿cuanto crees que te conozco? ―Seguía hablando aunque el nudo en su garganta ardiera como si se hubiera tragado un carbón en llamas―. En tus cartas seguías diciendo con normalidad cuanto me extrañabas, cuanto deseabas verme, pero aún con eso, no dejabas de entrenar persiguiendo ese título... Sin importar de que yo podía enseñarte exactamente lo mismo que sabe un caballero veterano, y lo mucho que decías odiarlo, mírate, ahora fanfarroneas que eres uno de ellos. No puedo evitar sentir que me estas mintiendo. ¿Que demonios quieres de mí?

Louvel gimió apesadumbrado. En silencio fue a sentarse en su cama, meditando, y sintiéndose cada vez más impotente. Se decía en algún lugar de su mente:

<< Cualquier cosa que diga ¿le parecerá mentira?.. ¿parecerá un pretexto, una excusa? No puede ser alguien más, tiene que ser ella. Después de todo lo supo por su cuenta, está bien, no es un secreto con el que deberé morir... pero, ¿cómo puedo decirle la verdad?... no puedo... No debo... Eso parecerá la peor de mis mentiras. >>

―Pero... ―dijo en voz alta― aún si te dijera todo ¿me dejarás? Es lo que puedo pensar en esta situación. Estas enojada, harta de que me haya reservado tantas cosas. Te conozco, y entiendo lo mucho que te molesta... pero no te lo podía decir.

Los ojos de Elaine viajaron por la habitación mientras pensaba, y luego respondió:

―Escucha, Louvel, después de hoy, no sé qué voy a hacer si te soy sincera. Las cosas no pintan bien. Tarde o temprano me iré de aquí, pero, las cosas que me detienen parecen tener más importancia que mis deseos de largarme... ―tomó a Ramses con las manos y lo dejó sobre la mesa en donde se puso cómodo y le dio inicio a una siesta. Luego, regresó y se sentó en la cama― No sé qué pasará con nosotros, con... lo nuestro. Después de todo lo que ha pasado, mi tiempo y mi energía es limitada.

― ¿Eres tú quien no quiere casarse ahora? ―cuestionó él ubicándose a su lado.

―No, sí quiero, pero no creo poder hacerlo sin que afecte tu gran título. Y muchas cosas están por pasar, una de ellas es que me van a destituir, y quién sabe que más harán conmigo. ―Louvel alzó las cejas apenas lo escuchó―. Hay un gran luto en el palacio, y en este justo momento, no tengo la certeza de nada. Estoy preocupada por Ema, la cabeza me duele, tengo mucho sueño... Esta discusión se vuelve cada vez más absurda, y no vamos a ningún lado... Creo que ya sé lo peor de las cosas que no me has dicho nunca, así que, de verdad, no veo razón para darle más vueltas a esto.

―Siendo sincero, tienes razón en casi todo ―La rodeó con su brazo, y apoyó la mejilla sobre su cabello―. ¿Qué es lo que tienes en mente? Dudo que estés esperando a que el momento llegue.

Elaine tardó unos segundos en responder, se volvió para mirarlo y no pudo evitar mostrarse triste. Le acarició la mejilla en silencio.

―Tengo muchas cosas en mente... ―se levantó y fue hasta el armario, lo abrió y sacó una camisa de Louvel.― Y por ahora... supongo que dormiré aquí esta noche. Tomaré un baño, ¿de acuerdo?

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora