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Elaine dejó al caballo atado en un árbol vacío. Se quitó la estola y la dejó sobre el lomo del animal. Luego se dirigió al río y se colocó de rodillas a la orilla, soltando gemidos por el agua helada, e introdujo uno de los brazos hasta el fondo y a favor de la corriente. El agua le llagaba hasta el hombro y mojarse la ropa le importaba muy poco, pero la baja temperatura la obligaba a tener prisa. Removiendo algunas rocas en las profundidades, su mano finalmente halló el saco.

Era un saco hecho de eslabones de acero y cobre para que la corriente no le afectara al estar escondido en el fondo, no tenía ningún defecto, tenía una capa protectora que impedía la existencia del óxido. Lo dejó en el suelo y dijo:

Accox.

La abrió y examinó su contenido. No había duda, ni una gema estaba fuera de su lugar. La bolsa estaba llena hasta el límite de rubíes, esmeraldas, zafiros, perlas, ópalos, amatistas, topacios, y diamantes en bruto como gotas de lluvia. Cerró la boca del saco metálico dándole un par de vueltas a la correa. También tenía una curiosa aldabilla que, con vida propia, se abría y cerraba con un par de palabras.

Eram. ―dijo, y se selló.

Después de guardar el saco en el equipaje que se hallaba a lomos de su corcel, desató las riendas y lo llevó a tomar agua del rió. Fue en ese momento que el duende se manifestó, dejando la invisibilidad cautelosamente.

―Es un hombre, va armado ―informó―. El caballo lleva en el lomo algo grande.

<< Pensé que sería más descriptivo. Qué estúpido de mi parte... claro, que grandiosa idea tener expectativas de un duende . >> Se dijo ella con amargura.

―Gracias. ―respondió Elaine con suavidad al tiempo que el caballo daba sorbos enormes― ¿Qué tan cerca está de nosotros?

―Bastante, va a pie y se aproxima por esa dirección. ―Señaló alzando el esquelético dedo.

Acto seguido, se divisó una silueta en la dirección que indicaba el huesudo dedo del duende disfrazado, y poco después, el sonido de la corriente estuvo acompañada del monótono andar de un caballo; su andar se escuchaba rezagado.

Elaine se mantuvo inmóvil mientras que la misteriosa persona se acercaba.

El duende, por su lado, a penas supo que podía irse la abandonó. Se elevó unos centímetros, y como alma que lleva el diablo se metió a su casa, a su árbol hueco.

― ¡Pensé que no te iba a encontrar, por las alas! Qué maravillosa esa idea tuya de seguir el río, porque de ser por mí estaría perdido o... a punto de llegar Cliffrog ―dijo el hombre, había estado rabiando todo el camino, pero haberla encontrado le cambió el humor―. Te perdí el rastro hace un buen rato, eres escurridiza.

Estaba serio, expectante, y la capa que llevaba era tan gruesa que el frío no la traspasaba.

―Ugo ―dijo Elaine, y su vista estaba clavada en aquel bulto sobre la montura―, esta mujer es... mucho más gorda que yo. ―Enarcó una ceja. Luego, mientras acariciaba las crines de su caballo, continuó diciendo―: Se nota por encima de la sabana.

―No te preocupes, es la hinchazón. ―respondió él, encogiéndose de hombros.

― ¿Qué?... ¿Hinchazón dices?

―Quiero decir... ―dijo tranquilamente, asomó su blanca mano regordeta y se rascó la nariz. Cuando la escondió de nuevo en la calidez de su capa continuó diciendo―: Sucede que falleció antes de lo previsto, se suicidó.

― ¿¡Qué cosa!? ―preguntó conmocionada y frunciendo el ceño― ¿Cómo? ―señaló con su dedo y aires amenazantes― ¿Cómo me dices que esta mujer, quien se estaba muriendo postrada en una cama... se suicidó? ¿Es un chiste?

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora