Capítulo 14

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El dormitorio de Munet tenía paredes revestidas de seda, suave, opulenta, y de un azul noche profundo que hacía contraste con el mobiliario dorado y ornamentado. En el suelo tenía una alfombra persa, tejida con hilos de seda y adornada con exquisitos diseños geométricos.

En el centro había una majestuosa cama con dosel, era regia y acogedora; el dosel era de terciopelo rojo oscuro, bordado con hilos de oro, y las cortinas que de encaje blanco; las sábanas eran de seda fina y las almohadas de plumas.

Por las amplias paredes se desplegaba una biblioteca, una impresionante colección de libros. Las estanterías de madera finamente tallada albergaban tomos de toda clase de idiomas, había de alquimia, alfabetos, y magia. Desde clásicos, hasta filosofía, conjeturas, y ciencias. La diversidad y amplitud eran impactantes. Una escalera de caracol tallada en madera de caoba permitía acceder a los estantes superiores donde se encontraban volúmenes aún más valiosos, e incluso antiguos.

En el rincón que estaba al lado derecho de la cama se encontraba una fuente de agua. El sonido suave y relajante de la fuente creaba una atmósfera tranquilizadora, había  algas creciendo en ella, sus hojas eran de un verde intenso, y los pequeños frutos que producía flotaban levemente en el agua tras desprenderse.

Había una mesa de mármol adornada con finos candelabros y una selección de frutas cítricas y uvas. Había sobre la superficie un juego de té de porcelana junto con una variedad de tazas y platillos delicadamente decorados.

Munet dejó su máscara sobre la mesa y colocó la tetera sobre un circulo de runas que había en el mármol. Luego, sentada en su cama se quitó los tacones y comenzó a caminar descalza. Se acercó al Mayor, y como era habitual, le ayudó a quitarse la chaqueta, la corbata, y se las llevó hasta su vestidor. Abrió las puertas de madera maciza y detalles florales, y en el interior se encendieron luces claras e intensas. En una sección en particular, colocó en una percha ambas cosas junto con otros trajes y ropa casual, pero levemente apartado para que no se mezclara.

Cuando regresó vio al Mayor ladear la cabeza, y empujando su mentón con los dedos, hizo crujir su cuello. Primero a la izquierda, luego a la derecha. Él suspiró cansado allí sentado en la mesa.

―Te ves agotado. ¿Quieres dormir un poco?

―No, y no imagino como te encuentras tú. Deberías estar peor que yo, has dormido mucho menos. Has fingido a la perfección. ―protestó sin molestarse en ocultar el disgusto.

―La costumbre de estar alerta en el trabajo me mantiene ocupada ―se excusó―, no me he detenido a pensar en lo cansada que estoy. Apenas y he podido comer... ¿Quieres té?

―Quieres que me vaya a dormir, ¿no es así? ―preguntó él con una falsa sonrisa, indignado.

―Puede ser ―respondió tomando la tetera y sirviendo en una taza el té caliente. El liquido escupía espesas nubes de vapor―. No me gusta que los Legores escuchen ―comentó dando un pequeño sorbo―... nada sobre mí, la última vez tuve una incomoda charla con Vincent sobre eso. Y, además, no quisiera hablar mucho... Pero tampoco puedo permitir que estés allí sentado, cansado, sólo mirando como hago lo posible para mantenerme despierta.

Munet estaba de pie junto al mesón tomando su taza de té. El Mayor la observó y estiró su mano en un gesto de invitación, ella se acercó un poco dubitativa y alejando la taza por su seguridad.

El Mayor le arrebató la taza de té y la dejó en el platillo sobre la mesa. Como las sillas eran altas,  cuando acercó a Munet a su cuerpo, cuando estuvieron lo suficientemente cerca para que sus respiraciones chocaran entre sí, se encontraban a la misma altura. El Mayor le acarició el rostro y le apartó el cabello rebelde, luego le dijo:

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora