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Una vez en los establos, Elaine se acercó directamente a Louvel y le preguntó:

― ¿Has visto a Jonathan?

― ¿Jonathan?... No. ―respondió él frunciendo el ceño, miró a su al rededor y luego dijo―: ¿Debería?

― ¡Hey, hey! ―gritaba prolongadamente un arquero en la barrera del palacio― ¡Ya están abriendo el puente muévanse!... ¡Es peligroso si queda siquiera uno vivo! ¡Todas las personas han sido evacuadas, sólo faltan ustedes!

―¡Entendido! ―respondió Ray― Bueno viejo, ya estamos en camino para que te vea un doctor... ―decía con voz pastosa y triste― ¿Cómo te sientes?

―Cállate ―gimió―, háblame cuando ya estemos ahí. Quiero... quiero bajarme ya del caballo. ―replicó Martín a su pesar, explorando los limites de su resistencia al dolor.

Louvel no tuvo que guiar al caballo de Elaine, ya que por sí solo se acercó a ella y esperó.

―¿Donde está el tuyo? ―le preguntó ella.

―Lady Agnese se ofreció a llevar a Emilia ―respondió, y se subió a la silla del caballo de Elaine. Luego le tendió una mano para ayudarla a subir, y comentó―: No sabía que supiera andar a caballo.

―El cielo se está cayendo y la niebla... de seguro, está creciendo sin control ―dijo ella―. En la villa de la ciudadela dudo que haya un doctor, por lo que escuché han retirado a todas las personas de aquí a una milla. Hay que salir a la ciudad. ¡Ray... ―lo llamó alzando la voz― A la ciudad, en la calle Cheer Dons hay una pequeña clínica! ¡Es lo más cercano! ¡Ve por la ruta Sur, sino la niebla te hará perder tiempo!... ―Y casi para sí, murmuró―: Eso es lo que menos debe desperdiciar.

Ray se limitó a asentir, colocó la vista al frente y dando un grito espoleó al caballo, el cual se puso en marcha de inmediato. Por otro lado, Elaine tomó fuertemente la mano de Louvel y la tuvo de apoyo cuando se impulsó para subir a la silla.

―La guardia Real vendrá a investigar lo ocurrido, sin duda... ¿Qué pasará si...?

―Habrá muchos culpables, por supuesto... Pero ahora no hay manera de que podamos hacer algo. ―espetó Louvel.

―Es un juicio y condena inminente.

Elaine suspiró.

― ¡Annad! ―ordenó en su lengua y el caballo se echó a correr― Debemos ir con cuidado, la lluvia hará que los Soqsom salgan por doquier y querrán perseguirnos si entramos en uno de sus ridículos territorios imaginarios... ―comentó al envolver con sus brazos el sólido torso de Louvel.

Estaban llegando al puente cuando empezó a escuchar un frenético chapoteo, ese que hace una persona al correr bajo la lluvia. Elaine con el ceño fruncido comenzó a mirar al rededor en busca del no muerto que los estuviera persiguiendo; no existía ninguna otra razón además de esa, todas las personas había sido evacuadas, sólo faltaban ellos.

Un rayo cayó cerca de repentinamente, esto hizo que el caballo de Elaine se asustara y se detuviera agitado y relinchando. Louvel trató de calmarlo lo más rápido posible y salir hasta la villa, sin embargo, sintió como Elaine lo soltaba y vio desconcertado como se bajó del caballo con la espada en la mano, tratando de hallar en aquel patio horrible, ensangrentado y penumbroso, el lugar exacto de donde había venido aquel sonido.

― ¡Vamos, sube! ¡No importa ya, es mejor si se queda encerrado aquí! ―exigió Louvel― ¡No lo busques! Tenemos que salir ahora mismo, van a cerrar el puente.

Elaine estuvo vigilando, alerta unos segundos. Caminó al centro del patio y más adentro, ignorando la advertencia de su prometido en un intento de asegurarse, según su criterio, de que el no muerto no estuviera persiguiéndolos. Fue de esa manera que en los corredores y tras la silueta de los gruesos arboles pudo ver a alguien.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora