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―Esta bien... ―contestó Elaine asintiendo una vez con la cabeza― Pero si algo sale mal lo voy a saber y vendré por ti.

― ¿Es un voto moral? ―preguntó Ema, su voz era baja, suave, y en busca de consuelo.

―Tienes mi palabra ―respondió Elaine firmemente―. No sé cuándo será el día que pise este suelo otra vez... Pero esto no es un adiós, tampoco un hasta pronto, y jamás un hasta nunca.

Elaine besó a Emilia en la frente y la abrazó con fuerza una vez más. Soltó una risita que terminó siendo contagiosa. Reían juntas y cuando se separaron, Emilia volvió a hablar diciendo:

―Elaine ―La miró a los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho―, hay una última cosa que quisiera pedirte.

― ¿Qué puede ser? ―inquirió ella, dejando atrás la sonrisa y volviéndose inexpresiva, evitando ser predecible. Como quitando de lugar cualquier postura condescendiente.

―Quisiera saber toda la historia, el cómo llegaste a este lugar siendo tu hogar una nación tan lejana. Quisiera conocer tu pasado, quisiera entender un poco más.

Para la sorpresa de Emilia, Elaine dio una fuerte carcajada.

― ¿Después de tantos años?... pensé que Agnese te vivía recordando que soy una vil esclava ―bromeó con una lánguida sonrisa―. Entonces, ¿quieres escuchar cómo me esclavizaron durante la Nevada roja y fui comprada poco después? ¿Estás segura? Hasta donde yo sé, tienes una feroz apatía por la violencia, la magia y la brutalidad de la guerra.

―No, no... No quiero una clase de historia ―replicó torciendo los labios―. Ya sé que el rey fue asesinado junto con todos sus hijos. No es eso lo que me interesa. Quiero saber cómo tú lograste sobrevivir. Muy pocos lo vieron y vivieron para contarlo.

Miró esos penetrantes ojos aguamarina queriendo decir algo más.

―De acuerdo. ―respondió Elaine, encogiéndose de hombros.

El cielo rugió, con mayor fuerza y prolongadamente.

―Pero, no ahora. Debes dormir y... ―dijo después, severa, y dando un chasquido de dedos―, comer tu cena. En cuanto despiertes en la madrugada ve a la biblioteca, te veré ahí. Haremos el llamado.

Elaine se giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta doble de la habitación. Siguiéndola con los ojos, Emilia la vio salir e irse. Después, hundió la cara entre las almohadas.

Suspiró.

Pasaron un par de segundos cuando de un brinco se apoyó sobre sus manos y lanzó una mirada inquisidora hacia la mesita de su pequeña sala. Se levantó y tomó la bandeja de comida para luego regresar hasta su cama. Estaba caliente y con una cortina de vapor, como recién servida.

El pequeño Roger de ceniza estaba sentado sobre la colcha, taciturno y mirándola constantemente.

Cuando Emilia se había acabado la cena, pronto llegó alguien a recoger las cosas. La explicación es que Elaine lo había enviado. Y más tarde, luego de haber digerido un poco, Emilia presionaba los nudillos contra sus labios. A cada minuto se le llenaba la cabeza de recuerdos, imágenes y de reproches que se hacía a sí misma. No lograba conciliar el sueño de esa forma.

<< Eres un mentiroso sin corazón... ―se dijo pensando en su padre.

Nunca me había gustado que Elaine te llamara zorro a tus espaldas, pero hoy... Ahora quisiera decírtelo yo en tu propia cara...

Que estúpida. ―suspiró. >>

Se levantó de su cama, caminó hasta la puerta, y salió al corredor dando un portazo.

Las criadas que venían pasando dieron un brinco, y pasmadas la miraron.

Emilia se aclaró la garganta avergonzada. Y con actitud noble les dio una disculpa, aunque el nerviosismo se le notó en la voz. Cuando alzó el rostro, les sonrió.

―No es nada, señorita. ―dijo una, era pequeña y rellena, estaba sonriéndole de vuelta.

Pero, tan rápido como habían llegado, quisieron irse.

―Discúlpenos. ―habló la segunda, bajando un poco la cabeza en una reverencia muy sutil, y le dio un jalón a su amiga al mismo tiempo que avanzaba con disimulo. Huyendo.

―Esperamos que sea grato para usted el honor que han traído los jóvenes ascendidos... ―se despidió educadamente la más bajita.

Tomó cada quien una dirección distinta: Emilia a la izquierda y las dos mujeres a la derecha. Y una vez que el viento guardó silencio, logró escuchar los susurros que dejaban atrás.

¡No actúes así ¿qué pasa si es como Lord Kains?! O peor, ¿y si también esta tan loca como el hermano...?

¡Calla, que te pueden oír! Que cruel eres. El joven Saul no está loco.

Ema se detuvo, se giró, y con ojos tristes observó como las criaadas se perdían a la vuelta de la esquina.

La madrugada se volvió atronadora y demasiado fría. Calaba en los huesos de tal modo que parecía que en cualquier momento empezaría a caer nieve en vez de lluvia.

A pesar de eso, Elaine cabalgaba por aquel bosque que estaba totalmente nublado y blanco, como si una nube se hubiera descendido para tragarlo todo. Permanecía con la mirada al frente. Tenía una gruesa y pesada estola de piel que tenía el pelaje color crema, y era lo bastante cálida para que ella no sucumbiera a la helada indomable. Iba tiesa y en guardia sobre la montura mientras el caballo andaba sosegadamente al costado de un rió. El corcel seguía tranquilamente su camino pese a la blancura, era intrépido y conocía la ruta que debía seguir.

Iba muy tranquilo, a diferencia de muchos otros, porque Elaine lo había entrenado a la perfección. Estaba acostumbrado a los espectros que rondaban entre los árboles, levitando fantasmagóricamente por doquier aprovechándose de la poca visibilidad, a los bichos, las fieras y los duendes.

Las risas chillonas y malignas de los duendes surgían de sus escondites y la oscuridad. A veces, gruñían si estaban demasiado cerca de sus nidos; otras veces, cantaban.

Entre los árboles, sobre todo en los huecos, en las copas y las ramas, se sacudían de curiosidad los espectros; con sus brillantes y acosadores ojos que nunca parecían parpadear... y en verdad quizá no lo hacían, observaban desde alto cada cosa que se moviera a su alrededor. Eran silenciosos, sólo se oía un siseo cuando se deslizaban por las ramas de los arboles calvos y congelados.

Existencias tan indeseables como una peste.

Estaban atentos a la oportunidad de una presa indefensa. Perseguían con los ojos cada cosa viva que tomara la inoportuna decisión de acercarse a sus arboles. Los espectros de a bocados devoraban desde una miserable polilla adulta... hasta una mujer fuerte y saludable como la que avanzaba tranquilamente en su caballo.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora