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En el siglo pasado, exactamente en el año 8574, se celebraron los 100 años de paz.

Aunque, en realidad, en eran 110 porque se saltaron la década; desde entonces había sido un siglo lleno de tranquilidad, y como resultado los reyes de cada nación formaron una asamblea donde se reunirían anualmente. Se dedicaban a debatir sobre todo aquello que pudiera hacer progresar su mundo... 

Treinta y seis años más tarde de esa gran fiesta, la asamblea tenía lugar en un majestuoso auditorio en el interior de una nave que flotaba en el cielo sobre el mar negro, allí se llevaba a cabo la reunión.

Debajo de la nave, había una isla artificial utilizada como puerto para las embarcaciones de los reyes que venían por mar. Era un lugar basto. Poblado por un si fin de Escuadrones, de la Fuerza de Seguridad Imperial, del Cuerpo de Centinelas, de Patrullas, y Guardias... Militares hasta debajo de las piedras.


El auditorio era un lugar tenebroso, con una única entrada y salida, oscuro y con una particular fuente de luz: una estrella industrial, una energía viva que flotaba en el centro de la habitación irradiando un blanco resplandor y calidez.

Había una gran mesa, su centro era de cristal y a su alrededor tenía diez tronos. En uno de ellos, estaba sentado un hombre. Su ropa era fina y perfumada. Estaba esperando.

Era el emperador.

Entonces, a primera hora, llegó el primer rey.

―Es un placer verle, su alteza, feliz año nuevo ―dijo con su dulce y melodiosa voz el rey Leonard, de Rhaenia, cruzando la entrada―. ¿Sabe? Lo he estado invitando a tomar un exquisito té de abenjo, a ver mis prados de flores y los arboles de Pasquek, sus frutos son... están en su mejor esplendor... ―comentaba al buscar el trono que le correspondía― pero no he recibido su respuesta. Me sentí ignorado. ―bromeó dando una carcajada.

Como resultado de que la habitación extremadamente amplia y tenía muy pocas cosas, había mucho eco, la voz del rey Leonard retumbaba en los oídos del emperador.

Antes de sentarse, miró al emperador a los ojos, e hizo una sutil reverencia.

―Le agradezco el ofrecimiento, y feliz año nuevo, Leonard. Ciertamente no he tenido la oportunidad de responder siquiera, me disculpo. Suelo estar más ocupado de lo usual durante el invierno; los eventos son muchos, y el tiempo tan poco. Apenas ha comenzado el año... en el mes próximo... ―meditó brevemente, y con voz monótona dio respuesta al comentario del rey―: Después de cuarenta días, mi familia y yo iremos a ver tus campos. ¿Florecen sólo en invierno, en primavera ya no tienen la misma apariencia?

―Sí, aún. La diferencia es que en invierno son las únicas flores que no descansan ―Sonrió―. Lo esperaré para entonces.

Dos mujeres cruzaron las puertas poco después que Leonard terminara de hablar. Era la reina Amille, de Odurg, y la reina Mollynn, de Amglaf. Ambas eran amigas y buenas vecinas. Venían cuchicheando entre sí, con sus curiosos acentos, y con una emoción tan grande como el tiempo que tenían sin verse. Y una vez en presencia del emperador, casi al unísono, dijeron:

―Grato saludo le traemos. ―Haciendo reverencias acordes a sus culturas.

La reina Mollynn tintineaba como un cascabel con cada movimiento por todas las joyas que tenía.

―Ya parece costumbre que lleguen tarde ―opinó reacia, viendo que el rey Leonard, y ellas dos, eran los únicos que habían sido puntuales.

Al emperador se le vio sonreír por el comentario, pues, la arrogante reina de Amglaf olvidó que el interprete ya había sido activado.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora