15

1 0 0
                                    


Tal y como Elaine había dicho, en las profundidades de esa caverna había peligros: Vivía una bestia perdida, un Dragón, y como si eso no bastara también estaba encantada. Según Ugo, era un completo secreto su existencia para el mundo... o sólo nadie había vivido para contarlo.

El reptil era un ser titánico, cien veces más grande de lo cualquiera hubiera imaginado, más grande que algún otro registrado en los últimos siglos.

¿Que tan viejo era, cómo no había sido encontrado?

A su alrededor las montañas de oro, eran de grandes trozos, inmensos como peñascos... y eran su comida favorita.

― ¿Por qué le está hablando? ¿Cómo... cómo puede actuar así, y con esa cosa? ―se preguntó, a penas hablando, horrorizado―. ¿Por qué nadie lo sabe... por qué nadie ha venido para matarlo? Esta bastarda lo alimenta con el oro que podría darle un empujón a... a todo el estado. ¿Quiere que crezca más? ¿Qué es lo quiere hacer esta mujer? Tengo que decirle a mi padre... No... Mi tío, él en cuanto llegue podría hacer algo. Sí, claro que puede...

Elaine tenía la capa sobre el antebrazo, y estaba parada extremadamente cerca de la cabeza inclinada de la gran bestia. Tocaba la sólida piel del Dragón, quien la miraba con sus grandes ojos negros, y en donde ella era capaz de ver su reflejo de todo su cuerpo.

El dragón se movió para volver a recostarse y quedar como estaba antes de recibirla. Y fue eso lo que hizo temblar la montaña desde sus cimientos una vez más.

―Algún día saldrás de aquí, Ramses ―le dijo cuando el temblor se detuvo―... la caverna se vendrá a bajo. Eres demasiado grande. Ya este lugar parece un cascaron y tú un polluelo que no quiere salir aún cuando ya no le queda espacio... Sé que te parecen insoportables los humanos, pero créeme, provocas horror a simple vista. Te tendrán tanto miedo ―musitó―, sobre todo por tu tamaño, que tú solo podrías causar una guerra mundial. ¿Eso no te interesa? ―mostró sus dientes en una amplia sonrisa.

El dragón completamente indiferente sólo pestañeaba mientras la miraba, así como lo hacía la mayor parte del tiempo.

―Pero también, no puedo evitar hablarte de ese asunto tan inminente porqué ya no podré venir a visitarte y alimentarte con esto que tanto te gusta. El oro no crece en los arboles ¿sabes? Y eso me hace preguntarme qué pasará contigo, ¿estarás bien? Cuando... algún día, y quizá demasiado pronto, esta cueva ya no soporte que estés escondido en su interior se destruya... ¿cómo vas a sobrevivir? ―se rió― ¿Comerás humanos, ciudades enteras?

Ramses, el dragón horripilante, dejó salir un gruñido vibrante que logró pasearse hasta las afueras de la cueva. Los animales y bestias que se hallaban cerca se alejaron por ese sonido aterrador e intimidante.

―Ah, ¿si? ―le respondió ella―. ¿Tanto tiempo?.. Bueno, de alguna forma es un alivio. No tendrás hambre incluso hasta mucho después de que yo muera.

Elaine comenzó a reírse a carcajadas, y Ugo estaba perturbado por esa razón, ¿cómo podía... reír? Ante el miedo y la desesperación, ya sin fuerzas, perdió el conocimiento. Fue como un desmayo, y se desplomó haciendo un ruidito más leve que el de las piedras sacudidas por el dragón cuando se movía.

Elaine tomó del suelo una muy vieja escama de Ramses, el horrible dragón. Su tamaño era lo bastante pequeña como para que ella la pudiera tomar entre sus manos, y con ella dibujar en la tierra. Iba y venía haciendo algo que parecía... un garabato.

―Supongo que tendrás una muy larga vida... ―comentó trazando un circulo inmenso― Pues, todo gracias... ―dio una vuelta y estuvo sopesando con mucha concentración. Luego, hizo las runas que completaban el circulo, y continuó diciendo―: Todo gracias a lo que te has comido por siglos en esta mina, y todo lo que te he dado, eres... no voy a decir que casi, porqué no lo sé, pero... eres peligrosamente sólido, impenetrable. Y por supuesto, a pesar de que eres muy viejo, no pareces estar en riesgo de morir pronto. Ningún humano además de mí conoce de tu existencia y eso es un punto a favor para que huyas sin ser visto ―se enderezó para tomar aire―; pero con ese tamaño, tendrías que volar por encima de la nubes en medio de la noche para que nadie pueda verte. Puedes ser un peligro exponencial para toda mi raza ―bromeó―, estas en la cima de la cadena alimenticia, amigo. De no ser por tu pereza estaríamos condenados, los reinos se pelearian para domarte o... lo más posible, matarte. Es por eso que me causa tanta curiosidad saber qué podrías hacer cuando tu casa se derrumbe.

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora