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― Beroola 58D, 8609 

Elaine lamentaba que sus piernas apenas y le respondían. Sentía como la garganta le ardía, así como si hubiera tomado un buen trago de licor, estaba seca y clamando por agua. En sus pulmones escaseaba el aire por mucho que respirara, y lo único que podía oír eran los latidos fuera de control de su corazón agitado y exhausto.

Louvel y Elaine estaban a los pies del edificio central: La residencia del monarca. En sus paredes había musgo y verdes enredaderas por los que se escurría el agua de la llovizna. Había mucho viento y feroces truenos. 

Los rayos del sol estaban cubiertos por nubes espesas. Era sólo el comienzo de la tormenta que se avecinaba.

A lo lejos pasaron corriendo por los pasillos techados varias personas, y con un silbido Louvel los llamó al reconocerlos. Ray y Martín escucharon el llamado, pero Oliver no, y por el contrario siguió corriendo hasta el otro extremo y entró en el edificio continuo. 

Ray y Martín, ya hartos de las quejas de Oliver, dejaron que continuara por su cuenta y se reunieron con Louvel.

― ¿En donde putas estabas? ―preguntó Martín entre jadeos, enfadado.

―Creí que te había tragado la tragado la tierra, o que te había devorado entero ―bromeó Ray con una amplia sonrisa―. Nadie vio cuando te separaste del grupo... Hola, . ―le dijo a Elaine.

Elaine se limitó a levantar la mano y hacer un gesto en respuesta.

―¿Por qué corrían, qué...? ―decía Louvel, y se detuvo cuando vio pasar un no muerto, iba corriendo por el pasillo y siguió hasta el edificio continuo.

―Oliver tendrá que hacerse cargo. ―comentó Ray muy tranquilo mirando en esa dirección.

Martín se encogió de hombros, desinteresado.

―Se lo merece. Mira cómo tengo la espalda por su culpa.

Se dio la vuelta y tenía casi toda la piel desde los hombros hasta la cadera fundida, llena pústulas, agonizando silenciosamente.

― ¡Mierda, Martín! ¿No te duele? ―preguntó Louvel, angustiado por el aspecto y la indiferencia del hombre.

― ¡Claro que me duele! ―chilló ofendido― Pero si me detengo a pensar esos demonios me comerán vivo. 

―Fue culpa de Oliver ―dijo Ray frunciendo el ceño y agitando la espada―. Después de cortar a uno de los monstruos, lo dio una patada para alejarlo. Estaba desesperado por quitárselo de encima y no notó que Martín estaba detrás. Toda la sangre le cayó encima. Estos dos se odian a muerte... ―Ray miró hacia arriba y, alarmado, los empujó a todos con todas sus fuerzas para apartarlos.

Él retrocedió al final y se protegió la cara con los brazos.

Una persona había atravesado la ventana del último piso, y se estrelló en seco en el pasto húmedo junto con los cristales. Martín chillaba de dolor por haber rozado sus heridas cuando se cayó, mientras que Louvel y Elaine observaban con desconcierto al sujeto que agonizaba sobre el charco lleno de fango, vidrio y sangre.

―¿Este no es...? ―murmuró Louvel incrédulo.

―¡No... No! ―escucharon el lamento que venía de arriba.

Elaine se alejó de la entrada, retrocedió unos pasos, y con una nueva perspectiva divisó cómo Agnese Kains abría la ventana rota para ver a su hijo en el suelo. Sabía que estaba muerto, y eso la hizo gritar todavía más, con un dolor que desgarraba los oídos y el alma.

Louvel soltó un quejido cuando los cristales le comenzaron a caer sobre la cara y el cabello por el arrebato de la Condesa.

―¡Saul... ―Su llanto era una agonía imposible de describir― Saul, mi hijo...! ¡Mataste a mi hijo!

Alma castigada - Hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora