Llegada al nuevo mundo

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-Vamos Pedro. Hemos llegado.

La voz risueña de un joven español sonaba en el ajetreado puerto, donde miles de personas pasaban cargados de mercancías, ya sean vino, agua, ropa o animales. El joven miraba alrededor maravillado por el mundo que le rodeaba. El olor del mar, la brisa en su cuerpo removiendo su ondulado pelo rojo. El joven contemplaba la zona maravillado, su sonrisa desapareció cuando vio a lo lejos a un grupo de hombres y mujeres, tenían el pelo negro, ojos rasgado negro, su piel era bronceada y tenían pinturas por su cuerpo. El joven lo miro fijamente, casi maravillado y curioso como un niño.

-Ya voy Felipe. Tranquilízate.- dijo un hombre algo más mayor bajando por la pasarela del barco.- Pareces un niño...- dijo con una leve sonrisa.

-Por Dios... y tu un viejo.- se quejó prestando atención a su compañero.

Pedro bajo la pasarela sonriendo suavemente hasta poder ponerse frente a Felipe. El pelirrojo lo miró con una ceja alzada y sus brazos cruzados sobre el pecho. De un movimiento rápido, Pedro abrió su mano y la estampo contra la oreja de Felipe haciendo que este chillara de dolor llevándose la mano a la oreja y se doblara sobre sí mismo.

-¡¿QUÉ HACES?!-Chilló intentando no llorar de dolor.

-Castigar tu herejía, ¿Recuerdas? No nombrarás el nombre de Dios en vano- dijo mientras se santiguaba.

-Me cago en tu...- Felipe calló cuando vio a Pedro volver a levantarle la mano. El pelirrojo chasqueó la lengua molesto- ¿Dios no dice también que hay que poner la otra mejilla? ¿O amar al prójimo?...

- Porque te amo, es porque te corrijo.- dijo con una sonrisa bajando su mano y poniéndola en su pecho- Debo cuidar tu alma, no quiero estar solo en el paraíso.

-Porque nadie más te aguantaría- susurro entre dientes.

-¿Qué has dicho?- dijo mirándolo molesto.

-Lección aprendida- dijo rápidamente con una sonrisa falsa en su rostro y volviendo a erguirse- No lo volveré a decir... a nombrar a... ya tu sabes.- dijo acariciándose la oreja, pues aún podía sentir un fuerte picar.- Dios... ahora entiendo el refrán dar ostias como panes. Todo encaja.

Felipe gritó otra vez de dolor al sentir un golpe en la otra oreja.

-¡¿PERO POR QUÉ?!- Gritó ahora con los ojos llorosos.

-¡PORQUE NO APRENDES!- Grito molesto- No sé que voy hacer contigo...-se quejó masajeando el puente de la nariz.

- Por Di..- Felipe calló abruptamente cuando vio la mirada penetrante de Pedro- Di....oniso, desde que te metiste en el convento estas muy quisquilloso conmigo.

-No sería tan quisquilloso si fueses mejor cristiano.- dijo algo molesto.

-¿Para qué? Eso no cambiará nada...- dijo molesto.

Felipe estaba enojado con Pedro, al punto de desviar la mirada para no verlo. En su lugar volvía a ver a aquellas personas a los lejos. Pedro miro por unos segundos a Felipe, solo para suspirar y mira en la dirección donde el miraba. Ambos permanecieron en silencio mirando a ese extraño grupo.

-Esos... Son los llamados indios.- susurro suavemente.- Son extraños, parecen chinos... pero a la vez son muy diferentes.

-Todos nos parecemos... al final del día todos somos hijos del mismo creador.- dijo de manera solemne.

- Y aún así no somos iguales...

Felipe lo dijo en un suave susurro, su mirada era nostálgica perdida en algún recuerdo. Sus palabras hicieron que Pedro soltara el aire de sus pulmones y mirara con un poco de lástima a su amigo.

Secretos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora