Quetzalcóatl en el cacahuacuahuitl

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Olrox estaba al borde de un ataque de pánico, su cabeza iba a diez mil en revolución cada vez que esa historia, ese ángel, ese ser, ese ente resonaba en su mente la imponente imagen de Quetzalcóatl era lo que aparecía.

El azteca respiraba agitado, sus ojos parecían perdidos mirando el suelo y sentía un sudor frío recorría su columna vertebral. Su respiración algo pesada y agitada junto a un ligero temblar en sus manos hacia que la imponente imagen del guerrero cayera en el olvido en un momento. El español contemplaba en absoluto silencio aquella imagen y por algún motivo un fuerte nerviosismo atacó su cuerpo.

Felipe dio un ligero salto en el sitio al sentir una fría y húmeda mano en su hombro al girarse pudo comprobar que era Isabel. La joven nativa se había puesto a su lado contemplando también al azteca con rostro preocupado.

-¿Qué has hecho?- susurro la joven sin mirar al español. Sus ojos negros no se separaban ni por un segundo del nativo- ¿Qué le has dicho?

-Na... Nada- respondió Felipe un tanto inseguro.

Por precaución el español puso su mano frente al cuerpo de Isabel pero esta al ver el brazo frente a ella retrocedió por ella misma. Sus ojos empezaron a saltar entre el cuerpo del azteca y el brazo frente a ella. No se sentía segura.

Olrox intentaba mantenerse firme pero a cada instante que recordaba aquella maldita historia sus nervios crecían .El hombre llevó sus manos a sus oídos y cerró los ojos intentando centrarse guardando aquella historia lejos de su mente, pero cuanto más lejos la llevaba los recuerdos pasados parecían resurgir a su paso. La conversación que tuvo con Cautli y Ocelotl volvió a su mente como un huracán.

Ellos tenían razón muchas eran las causalidades el año, el lugar de su llegada y ahora aquella historia semejante a la suya una serpiente, una fruta dada a los humanos, un conocimiento compartido, la ira de los demás dioses, un destierro. Una estrella al amanecer.

Olrox respiró profundamente intentando tranquilizarse, no podía permitir dejarse llevar por la situación, no podía mostrarse afectado, solo era una casualidad eso era todo. Quizás ni siquiera era la historia del español y solo se la había inventado para darle miedo o algo así, seguro que el pelirrojo lo tomaba por alguien inculto y por ello le había contado la historia de Quetzalcóatl y el cacao, la historia de su destierro de como los dioses expulsaron a la serpiente. Olrox respiró más tranquilo ante aquellas idea, seguro que no era real.

El azteca más tranquilo respiró profundo y abrió los ojos sus iris verdes acabaron sobre los cuerpo de Felipe e Isabel estos lo miraban confundidos.

-¿Qué?- preguntó de manera estoica el azteca.

Rápidamente Felipe e Isabel retrocedieron.. La joven volvió al agua terminando su baño mientras que el español solo retrocedió sin dejar de verlo, ahora era el pelirrojo que no apartaba la vista del contrario.

-Esa... Esa es una buena pregunta- dijo Felipe sin apartar los ojos del nativo- ¿Qué es lo que te ha pasado?

-Nada- respondió en voz baja y de manera brusca.

Felipe se mantuvo en silencio esperando una respuesta, era obvio que algo le había pasado a aquella criatura se mostró confundida y prácticamente asustada tras contarle aquello. La indiferencia que mostró al principio y el interés con el que terminó aquella conversación fue algo, cuanto menos, extraño. Era obvio que aquel hombre le estaba ocultando algo pero sabía que no estaba en posición de interrogar.

Olrox fue el primero en apartar la mirada para ver los trozos de madera rotos, dio un chasquido con su lengua y se levantó a buscar más por los alrededores. Felipe seguía observando cada paso y cada movimiento del hombre le era sumamente interesante, recordaba como estaba de malherido en la noche que lo secuestró, juraba recordar como le había lastimado la pierna pero al igual que la marca de la cruz en la frente, la herida parecía haber desaparecido. Todas sus heridas habían desaparecido mientras él aún soportaba el ardor en su pecho por culpa de aquel cuchillo de piedra. Felipe bajó la vista para ver aquella herida, que por suerte parecía curarse poco a poco.

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