La posada

38 3 18
                                    


Felipe caminaba por la pequeña colonia, las casas eran de madera y humildes, la gente caminaba con cierto recelo por las calles como si esperaran algo. Había gente de todos los tonos de piel, desde blancos y rubios hasta negros africanos que habían venido, presumiblemente, al igual que él a cambiar su suerte.

Felipe observaba curioso a los colonos, parecían gente como él. Pequeños diablos que habían dejado sus tierras en busca de algo mejor, quizás dejar de ser un paria en su pueblo, quizás aumentar su fortuna con sus servicios, ahora que no tenían competencia y sus mercancías eran objetos de primera necesidad.

Los pies del español caminaba por la calle de tierra sin dejar de observar todo lo que le rodeaba, podía oler el pan del panadero e incluso escuchar a lo lejos el eco de un martillo contra el hierro, unos pequeños niños corrieron descalzos y completamente sucios con el pelo despeinado, los niños reían con pillería poco después un sastre corría enfadados tras ellos.

-Putos niños...¡ME HABÉIS ARRUINADO EL TRAJE!-grito enojado

Los niños rieron más fuerte y salieron de la vista de Felipe perseguidos por el hombre enojado. Felipe solo río divertido suavemente y negó con la cabeza. Esos niños le hicieron recordar cuando Pedro y él hacían travesuras como el de esconderle una vez al mes la preciada corcha que Doña Elvira que siempre tejía en las tardes sentada al fresco de su casa, cuando movían la valla de Don Eugenio y Don Rogelio que limitaban ambas casas solo para verlos pelear o aquella vez donde guiaron hasta el establo de la familia García a un borracho y les convenció de que era un burdel. Felipe no pudo retener la carcajada al recordar cómo al día siguiente, el padre de la familia lo encontró en el establo y el pobre hombre tuvo que salir corriendo casi por todo el pueblo sin pantalones y con el padre furioso corriendo tras él. Sin duda Felipe y Pedro eran un dúo bastante pícaro si ambos se lo proponían. La risa de Felipe disminuyó levemente hasta hacerse una mueca de tristeza y nostalgia. Ya no eran esos chiquillos, Doña Elvira murió antes de verlos convertirse en hombres, Don Rogelio no volvió a pelear con Don Eugenio, pues este había perdido la cabeza hasta el punto de que se le olvidaba hasta donde vivía, un día el pueblo entero salió a buscarlo y tardaron tres días en encontrarlo, sucio, desorientado, cansado y temeroso de la gente llegando a no reconocer ni a su propio hijo. La familia García se mudó cuando su hija fue encontrada degollada en el establo y su pequeño hijo, Antonio, ahogado en el río. Ahora, él y Pedro se habían separado, Pedro era un fraile Franciscano que se dedicaba al cuidado de los barrios más pobres del pueblo visitando a los esclavos negros enfermos o desamparados por sus amos ofreciéndole comida y medicina. Él, en cambió, se había vuelto un soldado.

Felipe suspiró la vida había cambiado demasiado, todo aquello que conocía se había ido, ya no era un chiquillo travieso era un hombre y su amigo igual. Ahora su mundo había vuelto a cambiar, estaba en extrañas tierras y aquel que consideraba un hermano había alzado el vuelo siguiendo su propio camino, Felipe solo le quedaba rezar para que ambos pudiesen encontrarse pronto.

Fue así que, perdido en sus pensamientos, el español acabó por llegar a la plaza, era pequeña y modesta pero desde ahí podía ver todas las calles, podía ver la herrería y la panadería, pequeños puestos de carne y pescado estaban a un lado de la plaza, podía ver las calles estrechas y ver los barrios de los colonos, al otro lado el barrio de los negros, el lugar era parecido al sitio donde se crío si no fuese por ver a los nativos de la zona caminado por las calles. A diferencia de los españoles y los africanos que parecían estar cada uno en una zona del pueblo sin intentar molestar al otro, los nativos andaban por ambas calles, mirando a su alrededor, hablando en su idioma o intentando hablar con algún español. Felipe contempló las calles, contempló a los indios, sin duda era el reflejo de la nueva realidad de los nativos. Su mundo había cambiado, habían pasado de ser ellos a ser más, ahora que su mundo había cambiado para siempre les tocaba andar entre las personas que habían ido a quedarse, vagando entre ellas confundidos, buscando su lugar.

Secretos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora