Decisiones

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Isabel se acurrucó al lado del cuerpo de Felipe dándole la espalda a la hoguera y metiéndose bajo la cálida manta. Con cuidado se apoyó sobre el hombro del hombre para poder sentir su respiración, por suerte ésta parecía más continua y regular, mostrando una mejoría.

La joven le abrazó por las caderas sintiendo su suave piel mientras que la tranquilidad le estaba haciendo querer volver a dormir.

-Olrox...- llamó suavemente somnolienta.

Olrox que se encontraba vigilando el fuego y ante el llamado de la joven apenas y se movió. Solo giró levemente el rostro para verla tumbada junto al español.

-¿Qué pasa?- dijo un tanto indiferente.

-¿Cómo le has quitado el crucifijo a Felipe?

Olrox tensó su mandíbula para no empezar a reír en ese mismo momento. Soltando un leve suspiro movió el palo que tenía entre sus manos moviendo las ascuas del fuego.

-No se lo he quitado.- dijo de manera serena- Solo lo he movido, aún está en su cuello.

-¿Cómo?

Olrox levantó el palo de madera viendo la punta completamente quemada de color negro y blanco con algunas partes brillando al rojo vivo.

-Con un palo

Olrox volvió a ver a la joven, y está no dijo nada más. Se quedó en silencio observando a ambos dormir. El sonido de la lluvia lo relajaba y el silencio le hizo una larga compañía. Una compañía que aprovechó para pensar y reflexionar sobre su situación.

Sus ojos no dejaban de mirar de reojo al español y a la joven. Las palabras de esta no dejaban de resonar en su mente.

Ella trataba al español con mucho cariño y respeto. No se mostraba temerosa o cabizbaja, el miedo que mostraba cuando él la defendía pasó a ser una fuerte protección cuando él era el que estaba indefenso. Ambos se mostraban aprecio y protección aún cuando eran muy distintos. Aunque ella le habló de su dolor sus acciones con aquel hombre eran gentiles, quizás aquel español tuviese algo bueno. Puede que no fuese como los otros, pero no podía arriesgarse. No conocía a ninguno de los dos lo suficiente para confiar en ellos. No podía creer sus meras palabras, pero necesitaba de ellos para poder evitar el avance de los extranjeros. Aún no sabía cómo, pero debía conseguir que ellos le confesara todo, desde sus intenciones hasta sus aliados y futuros planes. No podía desaprovechar la oportunidad que se le presentaba.

El azteca esperó pacientemente hasta asegurarse que Isabel se había quedado dormida profundamente. Puso un poco más de leña en la hoguera y se acercó a Felipe que aún permanecía inconsciente. Lentamente retiró la tela que cubría su herida y vio como el cataplasma empezaba a secarse. Soltó un suspiro y fue a buscar las herramientas de la joven. Agarró la bolsa de agua y humedeció un trozo de tela mientras llevó plantas a su boca y empezó a masticar. Un rostro de disgusto y estremecimiento de asco recorrió su cuerpo, su paladar había sufrido un cambio importante desde su transformación. Mientras masticaba intentando retener la arcada en su boca. El hombre salió y empezó arañar el suelo buscando un poco de barro, al tener un puñado de la arena en su mano volvió a entrar y con la tela húmeda se acercó a Felipe y empezó a limpiar el firme torso del pelirrojo retirando la cataplasma seca, esto con el fin de evitar una futura infección, al terminar escupió las hierbas en su mano y lo mezclo haciendo una pasta la cual expandió alrededor de la herida. Mientras hacía esto sus ojos no se separaron del extranjero. Hacía el trabajo de manera minuciosa sin dejar que el cataplasma entrase en la herida. Al terminar volvió a colocar la tela para evitar que algo tocase la zona.

Lleno de curiosidad observó el rostro del pelirrojo. A los ojos del azteca, este parecía un niño. Su rostro estaba tranquilo, las largas pestañas del hombre hacían un arco perfecto hacia sus cejas rojas, su recta nariz tenía algo de sangre seca por los golpes anteriores y sus labios fino el superior y algo más hinchado el inferior permanecían entre abiertos en una respiración tranquila y pausada. Olrox le retiró un mechón que se había colado y estaba sobre aquel rostro. Al hacerlo Olrox vio el fino mechón entre sus dedos, por un instante se quedó congelado observándolo y en su mente aquel mechón le recordó a la sangre en sus manos tras una batalla. La diferencia era que a comparación de la sangre, el cabello era frío y resbaladizo ante su piel aún con lo poco cuidado que estaba podía apreciar lo fino y suave que era resbalando entre sus fríos dedos.

Secretos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora