La Iglesia

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El sol salía del horizonte, lentamente sus cálidos rayos de luz empezaban a alejar la fría y silenciosa noche, pequeños pesqueros navegaban en búsqueda de ese flamante astro partiendo en búsqueda de comida fresca. Algunos puestos empezaban a ser colocados en la plaza y con ellos las suaves voces de las primeras personas que habían salido a comprar para llevarse lo mejor que el mercader pudiera ofrecer.

Felipe miraba el horizonte a través de la ventana de madera de la taberna, tuvo suerte de que al posadero le quedará una habitación libre. El español empezó a estirazar su cuerpo sintiendo sus huesos crujir ante el movimiento, el suelo sin duda no era una buena opción. El pelirrojo miró hacia la cama que tenía a su lado, la joven nativa seguía durmiendo acurrucada en la manta de lana para evitar el frío, su largo pelo negro caía sobre la cama de manera desordenada, su rostro estaba tranquilo y sereno dandole una apariencia más infantil y dulce, parecíatan frágil que hasta el más mínimo contacto con ella podría romperla. Felipe la miró fijamente eso le permitió ver como poco a poco sus heridas se mostraba ante él. Su mano lastimada, sus moretones y pequeñas cicatrices por el cuerpo le decían en voz silenciosa que esa pequeña niña era más fuerte de lo que él creía.

Soltando un leve suspiro el español empezó a llenar un pequeño balde con agua, se quitó la camisa y agarrando un paño lo mojó y empezó a restregar por su cuerpo quitandose la suciedad acumulada y el sudor nocturno. Felipe se centró tanto en su ligero baño y en la sensación del agua fría sobre su cuerpo que solo la fría mano de la nativa a su espalda lo trajo de vuelta al mundo.

El español dio un leve brinco en su sitio se giró rápidamente para ver a la joven, sus labios se separaron para poder hablar pero sus palabras murieron en su boca al sentir las manos de la joven sobre su pecho acariciando con sus suaves y frías yemas las cicatrices que ella podía ver. Un silencio largo y pesado dominaba el ambiente.

-Eres un guerrero...- susurro suavemente Isabel sin apartar la vista y mano del pecho del español.

-Soy un soldado- corrigió con voz suave, sin alzarla. La mano de Flipe atrapó la mano vendada de la joven con mucha delicadeza y cuidado- ¿Te duele aún?

Isabel negó suavemente con la cabeza.

-No... podemos hacerlo, si quieres.- dijo suavemente agarrando la mano de la cual Felipe sostenía la suya de manera gentil.

-¿Hacer...?¿El qué?

Isabel respondió a esa pregunta besando suavemente los labios del hombre mientras guiaba la gran mano del hombre hasta su pequeño pecho que quedó casi oculto por la mano del hombre. Felipe se tenso ante esto sobre todo cuando pudo sentir en su palma el duro pezón de la joven.

-No...- susurro levantando su rostro para que ella no pudiera besarle y usó su mano que tenía en el pecho para empujarla lejos de él.- No quiero, Isabel, te lo dije ayer y te lo digo ahora. No quiero hacer esto.

-¿Por qué?- preguntó casi ofendida-¿No soy hermosa? No entiendo porque me rechazas cuando tú me trajiste hasta aquí.

Felipe suspiro suavemente poniendo sus manos en los hombros de la joven para mantener la distancia.

-Eres linda, Isabel. Pero no te traje conmigo para eso...

-¿Entonces para qué?- preguntó desconcertada queriendo acercarse a Felipe, pero éste mantenía su postura- ¿Para abandonarme?

-No- dijo de manera firme- No te voy a abandonar, te voy a llevar a un buen lugar, donde buenas personas se encargarán de ti. Ya no tendrás que vivir de ese modo, ningún hombre te volverá a lastimar.

Isabel chasqueó la lengua molesta y empezó a murmurar palabras en un idioma que Felipe no conocía. La joven se sentó en la cama y miró el suelo molesta. Felipe solo la contempló y dio un largo suspiro. En silencio el pelirrojo volvía a ponerse su blusa holgada blanca sobre su cuerpo y la chaqueta sin manga negra.

Secretos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora