Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0

Sentimientos encontrados.

Harry entró a una casa que en otros tiempos debió de haber tenido porte y clase, perteneciente a una familia que, sin mejor manera de decirlo, se había podrido en dinero. Pero ahora solo era un amasijo de objetos, paredes, ventanas y cortinas llenas de polvo, aferradas a un pasado que sin duda ansiaban recuperar.

El chico caminó junto a Ojoloco Moody por un pasillo estrecho, decorado con un tapiz viejo y descolorido, y con algunos marcos de pinturas en las paredes, cubiertos por una especie de manta carmesí que ocultaba el contenido tras la tela. A Harry le dio mala espina esa casa; tenía una vibra que no le era ajena, pero no sabía dónde la había sentido antes.

Finalmente, llegaron a una puerta, y Harry escuchó voces. Parecía que en el interior de aquella habitación se llevaba a cabo una discusión acalorada, el tipo de discusiones que solo ocurren en momentos importantes. Y, con el regreso de Voldemort, este parecía ser uno de ellos.

Su concentración se desvaneció cuando escuchó un golpe, muy similar al que había emitido el buró en su habitación de Privet Drive cuando lo pateó horas atrás. Luego, una voz que reconoció como la de Tonks soltó entre risitas nerviosas un "lo siento", en voz baja, como si intentara disimular el ruido aunque todos ya lo hubieran notado.

Un segundo después, un chillido estremecedor resonó por toda la casa. Era la voz de una bruja vieja, frustrada, furiosa y aterrada. Los alaridos eran tan agudos que Harry miró de soslayo hacia las ventanas para asegurarse de que no habían estallado.

—¡Traidores de la sangre, escoria, sangre sucia en mi casa, cosas detestables, deshonrando a mi familia, no lo voy a permitir!

Harry rápidamente se dio cuenta de dónde venían los gritos.

Observó el cuadro más grande, cubierto por aquella manta que yacía inmóvil ante los griteríos histéricos. Tonks, con cara de absoluta pena, miró a Harry como disculpándose; Moody aún no reaccionaba, y cuando parecía a punto de hacer algo, salió por la puerta de la habitación que el pelinegro tenía enfrente una silueta de un hombre físicamente atractivo, con barba bien cuidada y cabello ondulado de color negro, que repelió a la bruja con gritos autoritarios.

—¡¿Quieres callarte, maldita bruja loca?! —reprendió Sirius, sí, el querido padrino de Harry, que parecía insultar a la nada, pero en realidad miraba aquel marco con odio y desprecio.

—¡Tú! —respondió la bruja—. ¡Debí saberlo, el bastardo de mi descendencia, la deshonra de mi familia, la inmundicia de mi sangre! —profirió aquella voz, quizá con más odio y desprecio que Sirius.

—Sí, sí, lo que tú quieras. ¡Pero cállate ya! ¡Tú ya estás muerta, por suerte para el mundo, anciana desquiciada! —contestó Sirius a gritos, y solo así los chillidos de la anciana se callaron por fin.

Harry, expectante por aquella confrontación, al entender que se había acabado, se abalanzó sobre su padrino y le dio un abrazo, que Remus, ahora apoyado en la pared, miraba con nostalgia, quizá pensando en que volvía a ver a James con Sirius juntos otra vez.

—¡Sirius! —dijo Harry emocionado.

De la puerta salió otra figura, más pequeña, pelirroja y algo regordeta en comparación con Sirius, que también tomó a Harry en sus brazos, casi apartándolo de su padrino, para darle un abrazo maternal.

—¡Harry! —dijo la señora Weasley, tomándole las mejillas como siempre que lo veía después de un largo verano. En el marco de la puerta abierta apareció otra figura, un poco más alta que la anterior, también pelirrojo y algo más regordete.

—¿Estás bien, Harry? Nos preocupas —expresó el señor Weasley.

—¡Mírate, Harry, estás más flaco! —continuó la señora Weasley alarmada, examinando a Harry de pies a cabeza—. Esas personas no te alimentaron bien, ¿verdad? —soltó como pregunta retórica, sin dejar que Harry contestara, quizá intuyendo las preguntas que él mismo tendría sobre lo que hacían, por qué lo hacían o quién era la voz resentida que había retumbado el lugar instantes atrás.