Algo por lo que luchar.

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Harry caminó hacia su sala común. El castillo estaba desierto, los alumnos aún descansaban en un sueño reparador tras el agotador semestre que habían pasado; ni siquiera los fantasmas parecían deambular. Solo el eco de sus pasos rompía el silencio, mientras un apremiante dolor crujía en su interior cada vez que recordaba la voz de Sirius. Subió por la Gran Escalera hasta el Ala Sur y, a través de los ventanales del pasillo de Gryffindor, pudo ver el amanecer asomarse solemne, como reflejando su pena.

Al llegar a la dama gorda, pronunció en voz baja la contraseña.
—Intramuros.
El retrato, antes de soltar algún comentario jocoso, se quedó observando la palidez del chico, sus heridas abiertas en el rostro y las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Y así, como cualquiera que alguna vez fue humano —o al menos tuvo conciencia—, se hizo a un lado sin preguntar ni incomodarlo.

Harry atravesó el túnel, y al entrar vio a sus amigos allí, sentados frente a la chimenea, esperándolo; todos menos Luna. La primera en verlo entrar fue Hermione, quien había estado vigilante, aguardando su llegada. La bruja más inteligente de su generación corrió hacia su amigo y lo abrazó, llorando en sus brazos, intentando que él sintiera su pena y que entendiera que el dolor que lo embargaba no le era ajeno a quienes lo amaban.

Ginny solo lo miraba, sintiéndose completamente impotente. Desde pequeña había escuchado sobre aquel chico del que estaba perdidamente enamorada, y sobre cómo había perdido a sus padres en un trágico suceso. Ahora, había perdido a la única familia que le quedaba en el mundo mágico. No se atrevió a acercarse; ya habría tiempo para consolarlo. Como tantas veces antes, comprendió que no era el momento.

Ron, su mejor amigo, permanecía en silencio, con expresión triste mientras contemplaba la escena. Entre sus mechones cobrizos se asomaba una herida abierta en la frente que necesitaba atención, pero había insistido en ver a Harry primero. Sin embargo, al ver el estado de su amigo, la situación lo había sobrepasado; no tenía las palabras necesarias para apaciguar corazones heridos, una magia que muy pocos poseían. En su mente, una inquietud lo carcomía: con el regreso de Voldemort, temía que la muerte de Sirius no fuera la única que le tocaría lamentar.

Neville, por su parte, estaba absorto mirando la foto de sus padres con prestancia, como quien contempla un recuerdo lejano pero querido. Sus dedos rozaban el borde de la imagen en un gesto suave, como si acariciara la esencia misma de lo que representaban. No había tristeza en su mirada, sino una tranquila aceptación, como si ya hubiera hecho las paces con el hecho de que ellos estaban, en cierto modo, ausentes, aunque aún pudiera verlos. Al escuchar abrirse el retrato, alzó la vista y observó a Harry, con un rostro inexpresivo, sin dejar entrever sus propios sentimientos, manteniéndose en un silencio respetuoso.

Harry no dijo nada. Cuando finalmente se soltó del abrazo de Hermione, siguió su camino hacia el dormitorio, dejando atrás a las personas que lo querían y a la chica de la que estaba enamorado. Hermione amagó con seguirlo, pero Ron se interpuso, evitando que lo hiciera, al igual que en el Ministerio hacía apenas unas horas. Así, la castaña se refugió en los hombros de su amigo y se permitió llorar.

Ginny se sentó junto a Neville, quien aún sostenía la foto de sus padres.
—Tus padres estarían muy orgullosos de ti, Neville —expresó con ternura, colocando una mano en el hombro de su compañero de baile del curso pasado. Ginny también se sentía orgullosa de él; de aquel Neville tímido no quedaba ni la sombra. Había crecido, y en su corazón afloraban la valentía, la osadía, el honor y la lealtad dignos de un Gryffindor. Tenía mucho de su padre, aunque su abuela dijera lo contrario.

Harry se quedó solo en su dormitorio, con la mirada perdida. En su baúl, abierto tal como lo había dejado la tarde anterior, cuando Sirius aún vivía, encontró algo que brillaba. Se acercó y se percató de que el objeto que emitía aquel destello era el regalo que su padrino, de forma tan insistente, le había pedido que solo abriera cuando realmente lo necesitara. Ahora, en el momento de mayor necesidad en su vida, decidió abrirlo. Lo hizo con el corazón oprimido y, con desilusión, descubrió que se trataba de un espejo, roto en una de sus aristas. Extrañamente, su propio reflejo no aparecía en el cristal; solo se veía la base sólida, fría y vacía, algo empañada por las lágrimas que seguían brotando de sus ojos cansados.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora