Ayuda gigante.

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Umbridge ordenó a Harry y Hermione guiarlas hasta donde estaba la supuesta arma de Dumbledore.
—Que no se mueva nadie en mi ausencia —pidió a Draco. El rubio sonrió y asintió orgulloso, confiado de que su seguridad no tenía nada que ver con el hecho de que el E.D. estuviera desarmado.

La bruja caminó por detrás de los dos chicos, previniendo cualquier intento de fuga. Hermione se mantuvo cerca de Harry, caminando en absoluto silencio. Recorrieron todo el castillo así, con la mirada del sapo rosado sobre ellos. Al salir a los terrenos de Hogwarts, Hermione se dirigió con paso firme, sin titubear, hacia el Bosque Prohibido. Harry la seguía, intentando que su andar pareciera relajado, como si todo estuviera bien. Sin embargo, al adentrarse en el bosque, volteó para todos lados, vigilando cualquier peligro inherente a ese sitio.

La cara de Umbridge reflejaba una mezcla palpable de horror y desconfianza. Sacó su varita y apuntó a los chicos.
—¿Qué haces? —preguntó Harry en un susurro a su mejor amiga, al darse cuenta de que, en un momento, Umbridge estaba más preocupada por limpiar las ramitas de un arbusto que se le habían pegado en la blusa, que por vigilarlos.
—Improvisar —respondió la castaña nerviosa.

Tras unos veinte minutos, llegaron a un claro que Harry reconoció. De repente, sintieron una docena de miradas sobre ellos. Umbridge también se percató de ello, pero al ver que los chicos no se detenían, simplemente los siguió.
—¿Falta mucho, niña? —preguntó, nerviosa y asustada, pues ya estaban algo lejos del castillo.

—No mucho —respondió Hermione, intentando sonar convincente. Se paró en seco frente a un árbol de tronco grueso, atado con una cuerda y rodeado de un montón de cachivaches regados por doquier.
—¿Y bien? —mencionó Umbridge, quedando frente a los chicos, mirando a su alrededor.
—¿Dónde está?

Los chicos la miraron en silencio, mostrando un terror genuino, comprensible dada la situación, pues estaban con una psicópata armada en un lugar donde sus gritos no serían escuchados por nadie.
—No hay ninguna arma, ¿verdad? —preguntó Umbridge, conteniendo su furia, que parecía surgir ya no solo por la treta de Hermione, sino por haberse ensuciado y caminar por un sitio que aborrecía.

—Oigan —dijo, fijando su mirada en los chicos—. Yo de verdad odio a los niños —continuó, tratando de maquinar cuál sería su siguiente paso. Los chicos esperaban un golpe, pero lo que ocurrió fue que la vista de Umbridge se fijó en un punto entre los árboles, seguida de un par de bufidos y gruñidos sonoros.
—¿Qué hacen aquí, centauros? —soltó Umbridge, muerta de miedo, pero intentando sonar autoritaria—. No tienen nada que hacer aquí.

Los chicos giraron y se encontraron con una manada de centauros armados con arco y flecha, visiblemente furiosos, pues parecían haber reconocido a la figura regordeta y rosada que los miraba con una mezcla de miedo y desprecio.
—¡Basta! —exclamó Umbridge al ver que uno de ellos le apuntaba con un arco.
—¡Largo! El Ministerio los considera una raza de inteligencia inferior, obedezcan o... —Pero no pudo proseguir, pues uno de los semihumanos lanzó una flecha dirigida a su corazón, que ella bloqueó hábilmente con su varita.

—¡¿Cómo te atreves?! —gritó furiosa, y con un movimiento de varita, la cuerda en el árbol de tronco grueso salió disparada hacia el cuello del centauro que había lanzado la flecha, ahogándolo y tirándolo al suelo, dejándolo incapaz de moverse.

La manada, enardecida, la rodeó. Hermione, al ver el sufrimiento de la criatura, intentó quitarle la cuerda, sin éxito.
—¡Basta, por favor! —gritó desesperada, viendo la agonía de aquel ser tan ninguneado por los magos.

—¡Silencio! —gritó Umbridge, autoritaria, apuntando con la varita hacia la manada—. Se hará lo que yo dig... —No pudo continuar, pues el suelo tembló detrás de ella y, de repente, unas grandes manos la tomaron como si fuera una muñeca de trapo, por la parte posterior del cuello de la blusa rosada. El héroe era Grawp, quien, al ver a Hermione, dio saltitos de alegría y emitió un sonido parecido a un ronroneo, aunque mucho más rudo por su tamaño.

—¡Hemi! —expresó la criatura con dificultad.
—¡Bájame, monstruo aborrecible! —manifestó Umbridge, furiosa, mientras era zarandeada por Grawp, que no entendía nada de lo que decía ni de los gestos que hacía la bruja.

Los centauros, entonces, comenzaron a lanzar flechas hacia Grawp para que soltara lo que consideraban su presa.
—¡No le hagan daño! —rogó Hermione, al ver cómo algunas flechas penetraban el cuerpo del gigante—. ¡No los entiende! ¡No sabe lo que hace! —chillaba la castaña, desesperada, aunque las flechas no parecían hacerle ni cosquillas al gigante.

Después de unos segundos, Grawp, rodeado por los centauros, miró directamente a Umbridge y, al percatarse quizá del fuerte olor a perfume, con un gesto de desagrado la dejó caer. Hermione, que estaba junto al centauro herido, se separó, pues este ya se había liberado y corrió hacia donde los otros tomaban a Umbridge como rehén.
—¡Sueltenme, criaturas inmundas! —repetía Umbridge. Harry localizó a Hermione y la tomó del brazo.
—¡Soy directora de Hogwarts! —continuó Umbridge, percatándose de nuevo de la presencia de los chicos que la habían llevado hasta allí.

—¡Potter, Potter, Potter! ¡Diles que no soy mala, que no soy peligrosa, ¡Díganlo!
—Lo siento, profesora —mencionó Harry con una expresión seria y un tono frío—. Pero no debo decir mentiras.

Umbridge puso una cara de terror ante la respuesta del chico, mientras era llevada lejos por la manada de centauros. Después de unos segundos, su griterío se desvaneció.

Hermione se dirigió a Grawp con gratitud.
—Gracias, Grawp —dijo tiernamente al gigante, que le devolvía el gesto.
—Hermione, Sirius —le recordó Harry, tomándola de la mano mientras corrían juntos de vuelta al castillo.

Salieron del bosque a toda velocidad hacia el Puente Colgante. Cuando llegaron, vieron a cuatro chicos conocidos corriendo hacia ellos. Eran Ron, Ginny, Luna y Neville, quienes también habían conseguido escapar de la B.I.

Cuando Hermione preguntó cómo lo habían logrado, Neville explicó divertido:
—Fue gracias a Ron. Sacó un par de pastillas vomitivas de su bolsillo y las hizo pasar por dulces mientras nos vigilaban, diciendo que se moría de hambre.
—Los idiotas se las comieron todas frente a nosotros —continuó Ron, divertido.
—Sí, a decir verdad, no fue nada agradable —comentó Ginny, haciendo una mueca de asco.

Harry y Hermione intercambiaron una mirada, ambos pensando lo mismo sobre Ron, y fue Hermione quien se atrevió a expresarlo en voz alta.
—Brillante —dijo Hermione, haciendo que el pelirrojo sonriera abochornado.
—¿Y bien, cuál es el plan? —comentó Neville, motivado.
—Chicos, fueron increíbles, de verdad —respondió Harry—. Pero creo que es mejor que lo haga solo.
—El Ejército de Dumbledore se creó para hacerle frente a Voldemort y sus secuaces, defendernos, hacer algo importante, ¿o solo fueron palabras bonitas? —comentó Neville, haciendo dudar a Harry.
—Quizá no tengas que hacerlo solo, amigo —expresó Ron, tomándolo del hombro.
—Bien —dijo el pelinegro, derrotado ante la demostración de convicción y lealtad de sus amigos—. Aunque no tengo ni idea de cómo llegaremos a Londres. —continuó, haciendo que Luna, que no había hablado hasta ese momento, saliera de su ensoñación y dijera sonriente:
—Volando, por supuesto.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora