Cabeza de puerco y tribulaciones

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Los días pasaban y Hermione ideaba el cómo, el cuándo y el dónde. Había conjurado insignias mágicas, y los tres amigos, cuando no estaban con los deberes o estudiando, discutían sobre dónde debía ser, qué lugar era lo suficientemente secreto para que Umbridge no se enterara.

Desde el "acepto" de Harry, Umbridge se la pasaba ingeniando decretos educacionales, cada uno más innecesario que el otro. Había prohibido tajantemente los Sortilegios Weasley, cosa que Hermione agradeció, pues como prefecta, siempre tenía incidentes con los de primero, relacionados justamente con la patente de los gemelos.

El más grave había sido cuando un par de estudiantes de primero habían llenado el pasillo de Gryffindor de "polvo peruano de oscuridad instantánea". Cuando se les preguntó el porqué de la gravedad de su infracción, habían dicho que Peeves los había aconsejado. Umbridge también había prohibido escuchar música en los pasillos, las relaciones entre magos y brujas, y hasta había confiscado los objetos mágicos personales de algunos estudiantes por considerarlos un "peligro en potencia".

Hogwarts estaba bajo una dictadura de represión constante. Aunque nada se comparaba a lo que pasó el jueves de esa semana, cuando todo el alumnado se reunió en la entrada principal, donde Filch sacaba tres maletas del castillo y la figura de una bruja con lentes exageradamente grandes le rogaba a Umbridge.

—No puede hacerlo, por favor, Hogwarts es mi hogar —pronunciaba la profesora Trelawney, convertida en un mar de lágrimas. La angustia era tan palpable que la tristeza de Trelawney había invadido hasta a su principal detractora, pues Hermione tenía cara de contener algunas lágrimas. Por otro lado, una de las gemelas Patil, concretamente Parvati, y Lavender no las contenían; es más, acompañaban a Trelawney en su lamento.

Ante todo aquello, Umbridge, con una leve sonrisa y mirando con sus enormes ojos a Trelawney, solo dijo con suficiencia en la voz:

—De hecho, ya lo hice —y con gesto de superioridad levantó un sobre, el sobre de su despido.

De la puerta apareció McGonagall, que rápidamente pasó al lado de Umbridge y fue a consolar a una inconsolable bruja que le costaba trabajo estar erguida.

—Ya, ya, tranquila —le repetía McGonagall, que miraba a Umbridge con desprecio.

La bruja con apariencia de sapo pareció disfrutar aquello, así que, con voz chillona y burlona, le preguntó a McGonagall, poniendo cara de agobio:

—¿Tienes algo que decir, querida?

—Tengo muchas cosas que decir —le respondió McGonagall, furiosa.

Pero antes de poder decir algo, apareció Dumbledore, que caminaba rápidamente hacia la escena.

—Minerva. ¿Podrías escoltar a Sybill de nuevo al castillo, por favor?

—Claro, director —respondió la profesora McGonagall. Levantó a la ahora exprofesora de Adivinación y la condujo de nuevo al castillo. Trelawney le daba las gracias aún sollozando al director, que la tomó de la mano y le sonrió.

Las dos brujas salieron de la escena y se perdieron al interior del castillo.

—Albus —expresó Umbridge, enojada—, tengo que recordarte que el Ministerio me autorizó...

—Autorizó que pudiera evaluar y despedir a mis profesores, lo sé; más no que pudiera desterrarlos del castillo. Esa decisión sigue siendo del director, o ¿me equivoco, suma inquisidora? —terminó Dumbledore con una expresión de tranquilidad y voz calma, la de siempre.

Umbridge solo sonrió y comentó burlonamente:

—Por ahora.

A lo que Dumbledore asintió con una sonrisa y se dirigió a todo el gentío que estaba presente:

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora