Hermione llevaba toda la semana tratando de convencer a Harry. Lo había intentado de muchas maneras, pero él se mantenía firme en su negativa. Sin embargo, ella nunca había sido del tipo de chica que se rendía fácilmente. En Encantamientos, mientras practicaban el hechizo Depulso, Harry desvió la mirada hacia su amiga. Ella notó su atención y, aprovechando el momento, lanzó el hechizo con precisión, haciendo que un libro saliera disparado con fuerza hacia el otro extremo del aula. El impacto resonó en la sala, pero Hermione no pareció inmutarse. Con su voz cargada de una leve desesperación, murmuró un "por favor", mientras el profesor Flitwick la felicitaba efusivamente desde el otro lado del aula.
—¡Puntos para Gryffindor! —gritó con su característica vocecita chillona, provocando que todos en la clase miraran hacia Hermione con admiración.El viernes llegó con la misma brisa fresca de un día otoñal. Sin embargo, algo cambió en la mente de Hermione, como si una chispa encendiera la solución que había estado buscando toda la semana: reclutar a la única persona en el mundo a la que Harry no le diría que no.
Harry y Ron salieron de la sala común después de una intensa partida de ajedrez mágico que había dejado a Ron más animado de lo habitual. Hermione, por su parte, tejía en silencio. Sus manos estaban ocupadas, pero su mente divagaba en otro asunto. De vez en cuando, sus ojos se desviaban hacia el túnel que conectaba al retrato de la Señora Gorda. La sala común estaba más tranquila que de costumbre, y el crepitar del fuego llenaba el espacio con una calidez casi reconfortante. Después de unos minutos, la persona que Hermione tanto esperaba apareció, cruzando el umbral con paso firme.
—Hola —saludó Ginny, con una leve sonrisa que iluminaba su rostro.
—Hola, Ginny —respondió Hermione, dejando sus agujas a un lado. Su cabello castaño caía en suaves ondas alrededor de su rostro, dándole un aire natural y desenfadado, pero su expresión era decidida—. Necesito pedirte un favor.Hermione había pensado en todo. Había dejado calcetines y gorros escondidos por toda la sala común, cuidadosamente colocados en lugares donde los elfos domésticos sin duda los encontrarían. Además, había convencido a Harry y Ron de que los gemelos Weasley los buscaban y que estaban en el patio del viaducto, lo cual, inevitablemente, los llevó a abandonar sus deberes. Harry no podría postergar su redacción por más tiempo. Pociones no era su punto fuerte, y no podía permitirse más errores con Snape. Ron, por otro lado, ya había terminado su tarea gracias a la ayuda de Hermione y, predeciblemente, estaba listo para irse a dormir.
El resultado era sencillo: Ginny tendría a Harry para ella sola durante al menos una hora. El tiempo suficiente, calculaba Hermione, para que su amiga lograra lo que ella no había podido.
Cuando vio entrar a los chicos de nuevo en la sala común, Hermione se levantó con naturalidad y, con una sonrisa apenas visible, se despidió de Ginny. Antes de irse, se acercó a ella y, con un susurro, dijo:
—Buena suerte.Ron también se despidió, como Hermione había anticipado, y Harry se quedó solo con Ginny en la acogedora sala común, donde el fuego aún crepitaba suavemente en la chimenea.
—¿No puedes dormir? —preguntó Harry, sentándose junto a Ginny mientras sostenía su pergamino con algo de nerviosismo.
Ginny le sonrió de forma tranquila, y sin decir palabra, tomó sus manos, volviéndolas con suavidad para ver la muñeca de Harry.
—No me han castigado —dijo Harry, algo desconcertado, al encontrarse de nuevo con los ojos azules de Ginny. El tono de su piel contrastaba con el rubor que comenzaba a asomarse en su rostro. Sintió cómo el nudo de la corbata le apretaba el cuello, como si un peso invisible lo ahogara. Se miraron por unos segundos más, los dos atrapados en una pausa que lo decía todo y a la vez nada, hasta que Harry, incómodo, bajó la mirada y la fijó en su pergamino.—Terminé con Michael —comentó Ginny de pronto, su voz lucia serena, pero llena de significado.
Harry giró la cabeza rápidamente, mirándola con los ojos abiertos por la sorpresa. No dijo nada, aunque por dentro sentía una euforia que trataba de ocultar. Se esforzaba por no sonreír, pero su corazón parecía tener otros planes.—Harry —murmuró Ginny, tomando su mano con más fuerza esta vez y buscándole la mirada.
—Ginny —respondió Harry, enfrentándola con ojos llenos de algo nuevo, algo desconocido pero poderoso.Ambos sabían lo que sentían, pero ninguno de los dos tenía las palabras correctas. Era como si una barrera invisible los retuviera, un fuego interno que ardía intensamente pero que aún no sabían cómo liberar. Hermione, con su habitual perspicacia y esa capacidad innata para leer a las personas como libros, lo había previsto. No se trataba solo de una conversación; se trataba de ese primer acercamiento, ese momento crucial en el que el corazón hablaba más fuerte que la mente. Lo que sentían era difícil de poner en palabras, difícil de racionalizar, pero absolutamente imposible de negar.
Durante la hora siguiente, conversaron de manera ligera, mientras Harry intentaba torpemente continuar su redacción. Ginny, siempre divertida, hacía bromas sobre la nariz de Snape, provocando sonrisas inesperadas en Harry. Sin embargo, a medida que hablaban, la atmósfera cambió. Se encontraron inmersos en una especie de ensoñación, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos. Pero el hechizo se rompió cuando el sol comenzó a filtrarse tímidamente a través de los ventanales con los alfeizares cubiertos de escarcha. La nieve había comenzado a caer, y el frío sabatino los obligó a regresar a la realidad. Al darse cuenta de la hora, se despidieron con una sonrisa y, tras intercambiar un último vistazo lleno de promesas, cada uno se dirigió a su habitación, dejando atrás la magia del momento.
Harry se levantó con pesadez, se vistió, se colocó la bufanda y salió al Gran Comedor, donde ya lo esperaban todos. Ginny lo siguió con la mirada, y él, desde el otro extremo del pasillo, le devolvió la mirada con una sonrisa cómplice. Se sentó con sus amigos, y mientras Hermione leía el Profeta, Ron devoraba una gran rebanada de pastel de queso. Harry, tras un breve silencio, dijo:
—Hermione, sobre lo de enseñarles...Su mejor amiga sonrió; su plan de convencimiento había dado resultado. Era una genio, pues la estrategia no era más que una excusa para que Harry, cautivado, aceptara ser quien les enseñara, lo que permitiría que Ginny y él pasaran más tiempo juntos.
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Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0
Fanfic¡Hola! soy un gran fanático del mundo mágico de Rowling y hace mucho empecé a leer historias que los fans hacían en esta plataforma, me emociona la idea de crear algo así. Por supuesto, la base argumental de las historias que haré, serán de las pelí...