Ecos del pasado

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Harry volvió a su sala común, encontrándose con gran parte del Ejército de Dumbledore; claro, los que eran de Gryffindor y, por supuesto, Ron, Hermione y Ginny. El chico ni siquiera los miró y pasó de largo.

Ginny quiso ir tras él, pero Hermione la detuvo y negó con la cabeza; Harry necesitaba estar solo. Esa noche no habló con nadie, ni tampoco nadie trató de hablar con él. Solo puso su cabeza sobre la almohada y trató de poner en blanco su mente, como Snape tanto le había instado, aunque hacía mucho no tenían clases particulares de oclumancia, lo cual Harry en el fondo agradecía, pues no le gustaba que Snape espiara sus recuerdos. Aunque era peor si lo hacía Voldemort. Así que cada noche trataba de bloquear su mente; aunque esta vez no se dio cuenta en qué momento cayó dormido.

Despertó la mañana siguiente, se arregló y fue directo hacia el Gran Comedor. Sin embargo, de camino, cuando cruzaba el puente colgante, observó cómo Fred, George y Lee Jordan se dirigían rápidamente a las habitaciones del muro de piedra que resguardaba la entrada principal del castillo, donde se guardaban los carruajes y donde el alumnado en general nunca iba, pues existía la leyenda de una bañera asesina que un antiguo profesor, hacía más de un siglo, había encerrado en uno de esos muros.

Sin prestarle más atención, entró al patio del viaducto. Todos los alumnos leían y comentaban en voz baja sus ediciones del Profeta, seguramente debatiendo sobre la noticia de la gran huida de Dumbledore. Al llegar al vestíbulo de recepción, abrió la puerta y pudo ver a Binns flotar hasta el Gran Comedor; subió las escaleras, ya que él no podía atravesar muros, y por fin se adentró en aquella habitación que siempre olía de maravilla en las primeras horas del día. Se sentó en su lugar de siempre y tomó un poco de jugo de calabaza sin mirar a sus amigos o a Ginny. Hermione parecía que iba a explotar si Harry no se comunicaba con ellos, así que se apresuró a decir, exasperada:

—¡Harry, lo sentimos!

Harry, al oír aquello, se dignó a contemplar por fin el rostro de la castaña y solo expresó fríamente:

—Fue mi culpa.

Esto hizo que Hermione pusiera cara de sorpresa, Ron dejara de masticar su pierna de pollo y Ginny mirara expectante toda la escena.

—Yo fui el que dejé que me convencieran; el motivo era claramente bueno, pero arruinamos más las cosas. Ahora Dumbledore ya no está, Umbridge será la nueva directora y ustedes...

Se detuvo para ver a Ginny, quizás la persona que más lamentaba haber mandado a las garras de Umbridge.

—Nosotros —corrigió el pelinegro.—Seguramente estamos castigados.

—Todo el mes —expresó Ron con pena—. Sin Hogsmeade por lo que resta del semestre.

—No lo volveré a hacer —sentenció Harry, aún con tono inexpresivo en su voz—. Solo hace que te importen más las cosas.

Las puertas del Gran Comedor se abrieron y entró Cho; le seguía Marietta, que aún llevaba la bandana.

—A esa hija de... —Ginny se tragó sus palabras, que a todas luces serían no más que soeces.

—A ella no le dieron ningún castigo —explicó Hermione al pelinegro.

—Maldita traidora —escupió Ron con desprecio.

—No creo que haya tenido otra opción, Ronald —respondió Hermione, muy segura de aquella afirmación—. No tiene sentido, porque mi encantamiento no funcionó; su piel está intacta.

—¿Por qué crees que no le puso ningún castigo? —preguntó Harry a su amiga, que entraba en la compleja tarea de la deducción.

—¿Qué mayor castigo para Cho que hacer que Harry la odie? —respondió Ron, divertido. Aunque al pronunciar aquellas palabras, su hermanita que estaba al lado de él se levantó súbitamente y tomó sus cosas sin mirar ni avisar a nadie.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora