Tienes que decirle ya a Dumbledore.

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—¡Adelante, cobarde! He conocido sanguijuelas con más valor que tú —vociferaba Sir Cadogan desde su pintura a Harry, mientras este pasaba frente a él. El chico subió por la gran escalera hacia el ala sur del castillo. El aire frío se filtraba por las paredes de piedra, haciéndole estremecerse bajo la túnica, y la cicatriz en su mano izquierda comenzó a arder aún más con cada ráfaga helada. Para su mala suerte, se encontró con Peeves, que molestaba a una alumna de primero, impidiéndole pasar por el pasillo. Cuando vio a Harry, el poltergeist encontró una nueva víctima. La niña aprovechó la distracción y corrió deprisa con sus libros en mano hacia la sala común de Gryffindor.

—Potter triste, Potter enojado, parece que la situación se te ha ido de las manos. ¡JAJAJAJA! —se mofó, mientras Harry apretaba el puño de su mano izquierda por el dolor que sentía. Cada palabra de Peeves rebotaba en su sobrecargada mente, pero Harry optó por ignorarlo, avanzando a cuestas con la risa de Peeves resonando detrás de él.

Por fin llegó al retrato de la señora Gorda y pronunció "Engorgio". Entró deprisa por el túnel y se encontró con una larga fila de chicos de primero. Siguió con la mirada el principio de la fila, percatándose de que los gemelos habían montado una especie de negocio en plena sala común.

—Caramelos de la fiebre —anunciaba George a un alumno de primero que lo escuchaba, intrigado.

—Perfectos para saltarte clases —añadió Fred.

—Como la de McGonagall —remató George, logrando convencer al chico de comprar.

Los gemelos sin duda tenían madera para los negocios; tenían a todo el alumnado de primero ansioso por probar lo que vendían. Harry siguió caminando, viendo de reojo cómo un niño probaba un caramelo de la fiebre, y su mandíbula se hinchaba hasta parecer la papada de un troll.

Por fin llegó junto a Hermione y Ron, que estaban en el sofá junto a la chimenea. Este último trataba de terminar la redacción de Snape.

—Esto es terrible —murmuraba Ron, luchando por escribir en su pergamino las propiedades del ópalo.

—¿A quién le interesa el estúpido ópalo y sus propiedades?

—Ronald, el ópalo es muy importante —respondió Hermione, que estaba tejiendo ahora una bufanda—. Tiene propiedades mágicas únicas, como facilitar la concentración en los hechizos y mejorar la precisión en las pociones avanzadas.—. Voy mejorando —añadió con satisfacción, evaluando que la tela roja que tejía comenzaba a parecerse a una bufanda. Después, al notar la expresión abatida de Ron, se apiadó de él—. Te haré la introducción y lo revisaré, solamente.

Ron la miró como si se hubiese efectuado un milagro delante de él y, agradecido, exclamó:

—Hermione, eres la persona más inteligente y maravillosa de todas. Si alguna vez vuelvo a ser grosero contigo...

—Habrás vuelto a la normalidad —comentó Ginny con ironía mientras bajaba las escaleras. Se dirigió hacia Harry, que estaba sacando sus cosas para empezar con los deberes. Se sentó junto a él, y Harry le ofreció una débil sonrisa. Ginny le devolvió la sonrisa, aunque la suya era tierna, misma ternura que desapareció de inmediato cuando se percató de la cicatriz en la mano de Harry.

—Harry —susurró Ginny, preocupada—, ¿qué te pasó en la mano?

Hermione que estaba en todas se aproximó de inmediato al escuchar aquello.

—Déjame verla —exigió.

Harry mostró su mano derecha en un intento torpe de ocultar lo que Ginny ya había descubierto.

—La otra —dijo Ginny, que tomó su mano; Harry no pudo resistirse al tacto y al cosquilleo en el estómago que le provocaba el contacto de la mano de Ginny con la suya, así que cedió, haciendo un gesto de dolor cuando la pelirroja la sostenía.

—Tienes que decirle ya a Dumbledore —dijo Hermione aterrada, al tiempo que Ron se acercaba también para mirar la mano de Harry.

—No, Dumbledore tiene cosas más importantes en qué pensar, que en Umbridge —contestó Harry, tratando de restarle importancia a algo que claramente, estaba mal, era aterrador e inaceptable para todos los estándares morales preestablecidos desde hacía siglos.

—Al diablo con ella, Harry, te está torturando —comentó Ron indignado.

—Si nuestros padres supieran... —Harry sintió de nuevo aquel sentimiento de ira y resentimiento que le había perseguido todo el verano. Se soltó bruscamente de la mano de Ginny, que aun la sostenía, gesto que hizo que la chica se desconcertara.

—Sabes muy bien que mis padres están muertos, Ron —Ron se quedó callado ante el comentario de su mejor amigo.

—Harry, esto es muy fácil —Siguió Hermione con un tono suplicante—. Solo tienes que ir...

—No —dijo Harry, harto y ahora con molestia—. Hermione, esto es todo menos fácil, ustedes no lo entienden, no saben lo que es —sentenció con desprecio, dándole la espalda a sus amigos y a Ginny.

—Explícanos —suplicó Hermione desesperada.

Pero Harry ya había caminado hacia el dormitorio, dejando los deberes y a la gente que más amaba detrás. De nuevo se sintió avergonzado por su actitud; sabía que ellos solo querían ayudar, se sentía estúpido y arrepentido por zafarse así de Ginny, pero no tenía más energías. El desgaste de aquel día le superaba y solo se quedó dormido.

Pasillos oscuros invadieron su mente, y las estanterías llenas de esferas brillantes asaltaban sus sueños. Caminaba por corredores interminables, buscando algo con gran urgencia, hasta que llegó a una puerta negra con letras difuminadas. Las estanterías parecían no tener fin; cada esfera cabrilleaba con una luz extraña que proyectaba sombras largas y retorcidas. La urgencia crecía en su pecho al acercarse a la puerta, pero justo cuando extendía la mano para abrirla, el frío del metal lo hizo estremecer... y entonces despertó, con el eco del sueño aún presente en su mente. Abrió los ojos, desilusionado por no poder continuar con el sueño que lo había atormentado durante un mes, y avergonzado por su comportamiento la noche anterior.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora