Pesadillas

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Anika se agitó en la oscuridad, atrapada en las garras de una pesadilla que jugaba con el paso del tiempo y la separación. En su sueño, vio a Hunter envejecido, arrugado por los años que no habían pasado para ella. Sus hijos pequeños correteaban a su alrededor, pero él la miraba con ojos tristes.

—Hunter, no te vayas—. suplicaba en su sueño mientras él le decía que su tiempo se agotaba y que había disfrutado cada momento junto a ella. Anika se veía a sí misma aún joven, con la desesperación de enfrentar un futuro sin él. La escena parecía desvanecerse en un adiós inevitable.

El sonido de su propio grito la despertó, empapada en sudor y con el corazón latiendo con fuerza. Hunter, alerta al instante, se incorporó a su lado. Sus ojos encontraron los de Anika, y la preocupación brilló en su mirada.

Ella gritaba desesperadamente.

—¡Hunter! ¡Hunter!

—Tranquila, Anika. Fue solo una pesadilla. —Murmuró Hunter suavemente, rodeándola con sus brazos para proporcionarle consuelo. —Estoy aquí, a tu lado. No me iré a ninguna parte.

Anika se aferró a él, encontrando consuelo en el calor reconfortante de su presencia. La realidad de Hunter joven y saludable, presente a su lado, comenzó a reemplazar la visión perturbadora de la pesadilla, la cual se desvaneció lentamente, pero la sensación de su mano enredada con la de Hunter le recordó que él aún estaba ahí.

Ella, aún temblorosa por la pesadilla, se separó lo suficiente de Hunter para mirarle a los ojos. Sus propias lágrimas reflejaban el miedo que la había invadido durante el sueño.

—Hunter, fue horrible. Soñé que envejecías rápidamente, y yo seguía siendo joven. Teníamos hijos pequeños, y tú... tú tenías que irte. —Confesó, con sus ojos expresando la angustia que sentía. —No puedo soportar la idea de perderte, de criar a nuestros hijos sin ti.

Hunter acarició suavemente su rostro, tratando de calmar sus preocupaciones. —Estoy aquí ahora. No puedo predecir el futuro, pero lo que sí puedo prometerte es que estaré a tu lado, siempre.

Ella asintió, sintiendo el consuelo en las palabras reconfortantes de su amado. Se abrazaron con fuerza, como si pudieran protegerse mutuamente de los miedos del futuro. 

Hunter sintió la tranquilidad de Anika en sus brazos, pero la guerra en su mente apenas comenzaba. Mientras acariciaba suavemente su cabello, su mirada se volvió introspectiva. Se preguntaba si existiría alguna forma de cambiar su destino, si había una cura para el envejecimiento acelerado que afectaba a los clones.

En silencio, contempló el futuro incierto que se extendía ante ellos. La idea de enfrentar la vida sin poder ver crecer a sus hijos y envejecer junto a Anika le resultaba desgarradora. Aunque era un soldado, un clon diseñado para cumplir misiones y enfrentar peligros, la perspectiva del tiempo con su amada le afectaba de una manera única.

Decidió que, en algún momento, buscaría respuestas. No solo por él, sino por Anika y por la familia que estaban construyendo juntos. Sin embargo, por ahora, se aferró al presente, a la calma y al amor que compartían, decidido a hacer cada día significativo y especial mientras lo tenían. Volvió a cerrar los ojos para intentar dormir, acariciando suavemente el vientre de la joven Tarkin.

"Encontraré la manera de crecer junto a ti, hijo". Pensaba para sus adentros.


Por el otro lado, alguien más experimentaba una pesadilla.

Echo despertó abruptamente, su respiración agitada y el sudor perlado en su frente. Las sombras de Skako Minor seguían persiguiéndolo en sus sueños, recordándole el tiempo que estuvo prisionero. Sin embargo, esta vez, algo era diferente. Una mano suave y reconfortante se posó en su hombro, y al girar la cabeza, encontró la mirada tranquilizadora de su esposa, Robbie.

—Echo, cariño ¿Estás bien? —Preguntó ella con voz suave, acariciando suavemente su cabeza.

Echo asintió, pero la angustia en sus ojos aún persistía. Robbie comprendió la gravedad de las pesadillas que lo perseguían, así que se deslizó con ternura hacia su lado y lo abrazó con firmeza.

—Estoy aquí, Echo. Estamos en casa, a salvo. Nada malo te va a suceder. Fueron solo pesadillas.

Las palabras de Robbie eran como un bálsamo para su alma. Echo cerró los ojos y se permitió absorber el calor reconfortante de su esposa. La realidad de la pesadilla se desvanecía gradualmente mientras se sumergía en el abrazo tranquilizador de Robbie. 

La pelirroja se movió con suavidad en la cama, ya familiarizada con el ritual de tranquilizar a Echo después de sus pesadillas. Sus manos se deslizaron por su espalda, trazando líneas reconfortantes mientras murmuraba palabras de calma. Sabía que esos sueños relacionados con Skako Minor eran recurrentes para él, una cicatriz emocional que no se desvanecía fácilmente.

—Tranquilo, cariño. Estamos en casa. Estamos juntos —susurró Robbie, sosteniendo a Echo con cuidado.

Ella entendía que estos episodios eran parte del proceso de curación del clon, y aunque a veces le dolía verlo luchar contra los recuerdos, estaba determinada a ser su refugio. Con cada caricia y palabra de aliento, intentaba devolverlo al presente, alejándolo de las sombras del pasado.

—Respira profundo. Estamos a salvo. Nada malo va a suceder. Estoy aquí... contigo.

Continuó sus suaves caricias, esperando que su presencia y amor fueran el antídoto necesario para disipar las imágenes aterradoras que atormentaban a su esposo. 

Echo inhaló profundamente, permitiendo que las palabras de Robbie lo trajeran de vuelta a la realidad. La tensión en su cuerpo se disipó gradualmente, reemplazada por la seguridad que le brindaba su esposa. Se aferró a ella con fuerza, como si su presencia fuera un ancla que lo mantenía a salvo.

—Gracias, Robbie. Estoy bien ahora —murmuró, sintiendo la calidez de su esposa contra su pecho.

La jedi sonrió suavemente y le dio un tierno beso en la mejilla.

—Siempre estaré aquí para ti, cariño. 

Se abrazaron un poco más.

The Bad Batch, Amor mercenarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora