Mi amado Hunter

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Hunter y Anika disfrutaban de una noche en su habitación en su hogar en Pabu. 

En algunas ocasiones Hunter procuraba recordar todo lo que poseía para sentirse agradecido y no caer en la monotonía.

Su guerra con el imperio terminada.

Su hermana a salvo con él, en casa.

Una hermosa mujer como su esposa, dos hermosos hijos (aún tenían dos en ese momento).

Por supuesto que todo era hermoso ahora, y no quería perder aquello de vista, parte de esa belleza estaba ahí con él aquella noche, materializada en unos ojos azules-grisáceos que lo miraban con admiración y deseo, y la cálida piel de su mano en contacto con su pecho, ambos charlaban sobre Omega y los niños, determinando la dinámica de su crianza, aunque Anika sugería algo totalmente inesperado para el sargento.

—Hunter... quise decir, Sargento...

—¿Si, comandante? —De vez en cuando ambos bromeaban con sus viejos renombres de guerra. Hunter le acariciaba el rostro, mientras ella trazaba círculos en su pecho ligeramente cubierto de vello.

—Todos ustedes pasaron por tantas cosas como soldados, y nosotras tuvimos nuestra historia como un escuadrón femenino, pero... —Se detuvo repentinamente, como si evaluara lo que estaba a punto de decir.

—¿Hay algo que te preocupe, Nicky? —El frunció ligeramente el ceño, preocupado por ella.

—Hunter no lo sé, yo... me gustaría que nuestros hijos no supieran sobre eso... ya sabes, el imperio, nuestras batallas, tu pasado... —Se mordió ligeramente el labio. Sabía que quizá lo que estaba pidiendo no era del todo correcto.

—¿Porqué no deberían de saberlo? Es parte de nosotros, de nuestra historia. —El arqueó ligeramente una ceja, con una expresión seria.

—No quiero que ellos crezcan con miedo o temor hacia el imperio, mucho menos con curiosidad... Mira todos los horrores que nos hicieron pasar, a ti, a tu escuadrón... —Sus ojos reflejaron un destello de temor. El sargento entendió que ella aún guardaba cierto miedo y cicatrices provocadas por la misma guerra.

Hunter frunció el ceño, reflexionando sobre las palabras de su amada. Si bien entendía su deseo de proteger a sus hijos del despiadado Imperio, también sentía la necesidad de prepararlos para enfrentar la realidad de la galaxia en el que vivían.

—Anika, sé que quieres lo mejor para nuestros hijos. —Comenzó Hunter con voz llena de sinceridad. —Pero no creo que sea justo privarlos de la verdad sobre lo que está sucediendo en la galaxia. Necesitan conocer los peligros que enfrentan para poder estar preparados.

Anika lo miró con preocupación, sintiendo la tensión en sus palabras. —Entiendo tu punto de vista, Hunter. Pero creo que podemos protegerlos incluso de esa forma. Podemos enseñarles sin exponerlos innecesariamente al peligro...

Hunter reflexionó por un momento, sabiendo que Anika tenía cierta razón. —Quizás tengas razón, aunque, ellos no estarán expuestos a ningún peligro... ellos están aquí, con nosotros. —El apretó su mano contra su pecho aún más, buscando hacerla sentir segura. —Yo soy su padre, y yo los protegeré, mientras viva. —Concedió finalmente. —Podemos encontrar un equilibrio entre protegerlos y educarlos, pero jamás los privaremos de saber la verdad, Anika...

Ella esbozó una amplia sonrisa, se mordió un labio y contempló a Hunter. 

Recostado, sin camisa, relajado. Lo amaba, amaba la clase de hombre que era como hermano, esposo y padre, y de algo estaba segura, y es que jamás podría resistirse a sus encantos.

—¿Y qué hay de Omega? —Le preguntó ella, acomodándose todavía más a su costado, comenzando a trazar líneas en sus bien formados pectorales.

—Continuará sus estudios junto al doctor Mako y seguiremos brindándole entrenamiento militar, es importante que esté completamente preparada...

The Bad Batch, Amor mercenarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora