Harry vio que Malfoy se agachaba y cogía algo, y con una mirada burlona se lo
enseñaba a Crabbe y Goyle. Harry comprendió que lo que había recogido era el diario de Ryddle.
—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.
—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto
la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry. Los espectadores
se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario,
aterrorizada.
—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.
—Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry.
Percy dijo:
—Como prefecto del colegio…
Pero Harry estaba fuera de sus casillas. Sacó su varita mágica y gritó:
—¡Expelliarmus!
Y tal como Snape había desarmado a Lockhart, así Malfoy vio que el diario se le
escapaba de las manos y salía volando. Ron, sonriendo, lo atrapó.—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos.
¡Tendré que informar de esto!
Pero Harry no se preocupó. Le había ganado una a Malfoy, y eso bien valía cinco
puntos de Gryffindor. Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para
entrar en el aula, le gritó despechado:
—¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín!
Ginny se tapó la cara con las manos y entró en clase corriendo. Dando un
gruñido, Ron sacó también su varita mágica, pero Harry se la quitó de un tirón. Ron
no tenía necesidad de pasarse la clase de Encantamientos vomitando babosas.
Harry no se dio cuenta de que algo raro había ocurrido en el diario de Ryddle
hasta que llegaron a la clase del profesor Flitwick. Todos los demás libros estaban
empapados de tinta roja. El diario, sin embargo, estaba tan limpio como antes de que
la botellita de tinta se hubiera roto. Intentó hacérselo ver a Ron, pero éste volvía a
tener problemas con su varita mágica: de la punta salían pompas de color púrpura, y
él no prestaba atención a nada más.[•••]
Rachel había desaparecido junto a Ginny weasley, todo el colegio estaba alarmado, Snape estaba muy preocupado, ¿Que le diría a Gellert?
Harry, y Ron weasley iban de camino al despacho de Lockhart. En el camino se encontraron a Draco.
—¿Malfoy? —dijo Potter —¿Que haces aquí?
—Vengo a ver a Lockhart. ¿Ustedes que hacen aquí? — Dijo malfoy viendo de pies a cabeza a los gryffindor.
—A darle información a Lockhart.
—¡Harry; ¿Que haces? —Regaño Ron.
—No estoy de ánimos,. weasley, mi mejor amiga está desaparecida. —Dijo Malfoy.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y
Lockhart asomó un ojo por la rendija.
—¡Ah…! Señor Potter, señor Weasley… —dijo, abriendo la puerta un poco más
—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa…
—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será
útil.
—El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes
baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche,
dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.
Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas
encima de la mesa.
—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.
—Esto…, bueno, sí… —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de
tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente…, insoslayable…,
tengo que marchar…
—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.—¿Y mi mejor amiga? —Dijo Malfoy de la misma forma.
—Bueno, en cuanto a eso… es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando
mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una
bolsa—. Nadie lo lamenta más que yo…
—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—.
¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están pasando!
—Bueno, he de decir que… cuando acepté el empleo… —murmuró Lockhart,
amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el contrato… Yo no
esperaba…
—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—.
¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?
—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.
—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.
—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo
fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si
la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la
historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un
pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la
bruja que echó a la banshee que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero
decir…, vamos, que…
—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? —
dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.
—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve
que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo
habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no
pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos
desmemorizantes. Ah…, me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en
firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.
Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.
—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle.
Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.
—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de
mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis
secretos. No volvería a vender ni un solo libro…
Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya cuando
Harry gritó:
—¡Expelliarmus!
Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita
voló por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.
—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —dijo
Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra vez
con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.
—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está
la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.
—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo
que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.
Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más
cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de
los aseos de Myrtle la Llorona.
Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara.
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.
—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una
pregunta que la halagara tanto.
—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en
este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive
Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que
entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua
extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un
chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus
aseos, pero entonces… —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado—
me morí.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos
grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando… —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba
decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de
haberse reído de mis gafas.
—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry.
—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había
enfrente de su retrete.
Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada
de profundo terror en el rostro.
Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por
dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Harry lo vio: había
una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron
accionarlo.
—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.
—Pero… —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado
hablar en lengua pársel estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la
diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.
—Ábrete —dijo.
Miró a Ron, que negaba con la cabeza.
—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.
Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al
mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.
—Ábrete —repitió.
Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño
silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de
un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió,
desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un
hombre dentro.
Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba
planeando qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo.
No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No
podía desistir si existía la más ligera, la más remota posibilidad de que Ginny
estuviera viva.
—Yo también —dijo Ron.
Hubo una pausa.
—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su
antigua sonrisa—. Así que me…
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry lo apuntaron pero Draco bajo la varita de ron y subió la suya.