113 días

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113 días



Jadeo.

Un, dos, tres patada.

El arte del kickboxing es uno que aún no domino. Pero es cuestión de tiempo hasta que lo haga.

A mi nada se me resiste.

Obviamente.

El saco tiembla con cada uno de los golpes, sin llegar a alejarse de mi cuerpo. Si no fuera porque me duelen ligeramente los nudillos podría estar media hora más. Pero eso, y el hilillo de sudor que resbala por mi pecho son señal de que llevo demasiado tiempo aquí.

Las horas en el gimnasio pasan a otro ritmo.

—¿Ya has acabado?—la cabellera morena de Álvaro aparece en mi campo de visión mientras estiro en el suelo. Las vendas rojas ruedan sobre la madera cuando las golpea con el pie.

Estoy cansada.

—Por hoy.—gruño. Llegar hasta los dedos del pie siempre me ha sido imposible, pero cada vez están más cerca. Entrenar y seguir entrenando, esa es la clave del éxito.

—Vaya, llego tarde entonces.—la sonrisa que se estira en sus labios casi consigue levantar a las mariposas de mi estómago. Digo casi, porque esa tarea es imposible. —Quería recibir un par de puños de tu parte.

Vaya. Valiente.

—Tal vez mañana.—me quito el sudor de la frente con la toalla de micro fibra. Necesita ser lavado urgentemente. Mi respiración está lo suficiente tranquila ya, como para que pueda ponerme de pie. Golpear el saco por una hora no me deja sin aliento demasiado tiempo.

El moreno imita mi gesto, levantándose de la sentadilla en la que estaba. Ahora la diferencia de altura es más obvia.

Soy una chica alta, por encima de la media, por lo que encontrar a chicos que no se sientan intimidados a mi lado es complicado. Especialmente en el segundo que se enteran de que soy boxeadora.

Eso no le pasa a Álvaro.

—Mira quien está aquí.— mi mejor amigo nos saluda a ambos con un choque de puños, alejando su mano de la mía al notar el sudor en esta.—Necesitas una ducha.

No jodas.

—Es lo que tiene saber entrenar.—replico. Saúl es mi mejor amigo desde que me mudé a Madrid. Y de eso hace ya tres años.

No sé si es su sentido del humor, tan contrario al mío, el hecho de que él tampoco sea de aquí o que sencillamente cada morena necesita a su rubio. Pero somos uña y carne.

El mejor ejemplo de que los polos opuestos se atraen. Porque somos las dos personas más diferentes del mundo. Él es té y yo café, él es un día soleado y yo una tormenta de otoño, él un perro jugando con su dueño y yo un gato arisco...

—Siempre de tan buen humor.—responde. Álvaro se ríe a su lado.

Es tan guapo que duele mirarle.

El pelo moreno, cortado en una perfecta mohicana, culparía a Saúl de esto, pero la verdad es que nos ha hecho un favor a toda la población gay y femenina con la idea, los labios carnosos y la mirada desafiante. Por no hablar del metro noventa de altura, la piel tersa y el envidiable cuerpo del kickboxing.

Es un sueño. Una pena que no tenga tiempo para eso. Ni él interés en mí, claro. Somos solo amigos y trabajamos juntos en el mismo gimnasio. Nada más y nada menos que eso.

—Me voy para casa, ¿vienes a cenar?— el rubio aparte de mi mejor amigo, es mi compañero de piso.

Es la teoría del hilo rojo, estábamos conectados desde el principio, y eso hizo que acabáramos viviendo juntos. O que él es un pesado y a mí me echó de casa mi anterior casera.

Vendas | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora