86 días

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86 días

Ir a la casa de alguien que no conozco siempre me pone nerviosa. Pero Saúl ha hecho un trabajo excelente en transmitirme tranquilidad los treinta y dos minutos que ha durado el viaje en bus.

Porque sí, han sido treinta y dos y hemos tenido que hacer tareas de respiración doce de ellos. Diez de los restantes los ha dedicado a distraerme haciéndome preguntas tontas y los últimos diez que faltan obligándome a escuchar cómo fue su última cita de Tinder.

Bien, por lo visto.

La situación en si se siente estúpida. Y yo más aún. Un poco ridículo que vayamos a casa de un millonario que vive en la zona rica de Madrid en transporte público.

Pero claro, ¿Qué le vamos a hacer?

Somos dos jóvenes ganándonos la vida en un gimnasio de boxeo. Es para lo que damos.

Y eso que no vivimos mal.

—Mía.—me llama el rubio antes de que toquemos el timbre del casoplón. Porque eso es lo que es, una casa inmensa de por lo menos tres plantas hacia arriba. La valla llega hasta una altura considerable, protegiendo a sus habitantes de miradas indiscretas. Y no hacía falta ni preguntárselo, tienen garaje. Menudas fiestas tienen que organizar estos chicos.

—Dime.—la tarde está comenzando a enfriarse. Los rayos de sol ya no calientan tanto y un escalofrío me recuerda que tengo que ponerme la chaqueta. O tal vez sea la ansiedad que fluye por mis venas como si fuera sangre.

—Sé tú misma. Que eres mi mejor amiga por algo.—me encantaría saber el porqué. En los momentos de inseguridad me cuesta hasta a mi entender porque el rubio querría ser mi amigo.

—No sé.—tengo el cerebro nublado.

Soy consciente de que no me puedo venir abajo cada vez que conozca a alguien. Pero si me costó con Álvaro, al que veo todos los días porque es mi compañero de trabajo, imagínate con un Youtuber y sus amigos.

Imposible.

Me quiero volver a casa.

—Te ha escogido a ti por algo.—me recuerda. Lo que no me dice es que es ese algo. Pudieran ser tantas cosas tan aleatorias, que el torbellino de ideas sólo hace que por un segundo se me escape el poco aire que aguantaba en los pulmones.


Saúl me mira con preocupación, pero al final consigo estabilizarme.

—Ni idea de porqué.—mascullo con ironía.

—Alguna idea si tienes, que no se me escapan las notificaciones que te llegan al teléfono. Igual es el día en el que le agregas en contactos.—le miro molesta. Metiéndose en mis asuntos como siempre.

Pero funciona, porque de pronto no estoy imaginándome las trescientas situaciones vergonzosas que hipotéticamente voy a vivir conociendo a estas personas. Mi mente divaga por las charlas que mantenemos el famoso y yo de cuando en cuando por redes sociales.

—Deja de jugar a ser una celestina.—llamo al timbre mientras mi mejor amigo pone los ojos en blanco. Tiene que dejar de intentar liarme con sus amigos. Porque lo nuestro son conversaciones amistosas sin ninguna segunda intención detrás, al menos por mi parte.

Nos abren la puerta rápidamente. Los chicos están en la terraza. Reconozco al mánager que se portó tan bien conmigo el día de la presentación, al cámara y al que intento tirarme la caña la primera vez. Plex aparece por la puerta con una bandeja de pizza.

Que bien la dieta.

—Los que faltaban.—nos acercamos al grupo. Saúl me da un pequeño empujón y me adelanta a él. Para que sea la primera en saludar. Le mato y le hago picadillo, no es una pregunta, es una afirmación.

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