22 días

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22 días

Saúl me observa tomar el potito de fruta. Estoy más nerviosa que de costumbre.

Más nerviosa que siempre en realidad, porque rara vez estoy yo nerviosa en un gimnasio. Llegar a la conclusión de que mis sentimientos por Daniel son más que los de una simple entrenadora está consiguiendo crispar mis nervios.

Sobre todo, cuando está a punto de llegar a entrenar.

—Cualquiera diría que te pasa algo.—deja caer mi mejor amigo.

—¿Qué quieres decir?—alza una ceja, como si fuera bastante obvio a lo que se refiere. Puede ser que si, pero sería más sencillo si lo constatase con palabras.

No estoy de humor para jugar a las adivinanzas. Bastante duro ha sido tener que reconocerme a mi misma que me gusta un youtuber.

Vamos no me jodas, ni que tuviera yo quince años.

—Estas succionando el potito como si la vida te fuera en ello. Por no decir una obscenidad. Aunque si quieres hablar de cosas obscenas podemos hacerlo.—termina con el tono sensual más falso que he oido en mi vida.—Yo sé que para eso prefieres a otro pero...

Suficiente.

Me alejo de Saúl que se ríe disimuladamente de mí mientras tiro el envoltorio de plástico en la papelera.

En ese instante, aparece el motivo de mis angustias. Tan radiante como siempre y luciendo su habitual chándal, Plex entra en el gimnasio con la familiaridad de quien lleva aquí ya tres meses.

Qué rápido pasa el tiempo.

Y que rápido te enamoras.

Bueno, echa el freno que nadie ha dicho nada de enamoramientos, todavía.

Me trago mis nervios y busco la poca seguridad que me queda en los guantes de boxeo. Mientras el chico se cambia y deja sus cosas, preparo lo necesario para el entrenamiento. Saúl sigue todos mis movimientos con lupa, como si estuviera esperando a que en cualquier momento me delatara.

Cotilla.

A lo largo de toda mi vida, la única cosa que se ha mantenido constante y presente siempre ha sido este deporte. El saco, los golpes, los diferentes estilos y variaciones, las formas de pegar, los trucos, las peleas, las regañinas de mis entrenadores, sacarme el título profesional y hacerme entrenadora.

En todos los pasos que he dado como persona siempre ha estado el boxeo. Y es por eso que cuando pierdo el norte o siento que me gana el miedo, vuelvo a él. Porque con los guantes y las vendas soy una versión de mi que nadie puede romper.

—Estoy listo.—dice Daniel como saludo.

—Perfecto.—mi voz suena firme, confiada y dura.—Pues empecemos con el cardio y luego le damos a los golpes.

Por el rabillo del ojo capto la sorpresa de mi mejor amigo. No dice nada, pero no me cabe duda de que a él mi comportamiento frío le suena a que algo esta pasando.

En otras palabras, se viene conversación en el camino de regreso a casa.

No dejo que eso me desconcentre.

Durante las dos siguientes horas me dedico al arte marcial que tantas veces me ha dado la vida. Y en ese tiempo, todo lo demás deja de existir.

Son las once menos diez cuando sudados apagamos las luces del gimnasio. Mi mejor amigo cierra la puerta con llave y se asegura de conectar la alarma. Hoy Álvaro no estaba, así que somos nosotros quienes comprobamos una a una todas las entradas.

Me sorprende ver que Daniel sigue a nuestro lado cuando terminamos de revisarlo todo. Hacía rato que pensaba que se había marchado a su casa.

No sé como funciona mi mente, pero ha sido descubrir mis emociones y volverme de lo más fría.

Una interesante reacción.

—¿Pasa algo, bro?—le pregunta el guiri con una sonrisa. Mi mejor amigo tiene el chat de tinder abierto en la mano, cosa que no se nos escapa a ninguno de los tres.

—En realidad, quería hablar un segundo con Mía.—dice haciendo un gesto de cabeza hacia mi.

Ah genial.

—Os dejo entonces, he quedado.—me guiña un ojo, diciéndome entre líneas que no le espere esta noche, que va a ducharse a casa y a desaparecer en la cama de alguna chica random.

Eso que se lleva, me alegro por él. Y por mi, que así no tengo interrogatorio.

Me miro las suelas de los zapatos mientras el rubio se aleja de nosotros. Tampoco quiero que escuche una conversación privada.

Que luego me hace bullying por el resto de los siglos.

—¿Y bien?—le pregunto por fin.

—Sólo quería darte las gracias por el viaje a Zamora. La verdad que me lo pasé muy bien y hacía tiempo que no volvía a casa.—sin poder evitarlo se me escapa una sonrisa.

A la mierda la fachada de dura y seria.

—No me tienes que dar las gracias. De echo, te las quería dar yo a ti. Hiciste el viaje hasta allí para que me asegurara de que el rubio estuviera bien.—la sinceridad de mis palabras hace que a él también se le curven los labios hacia arriba, aunque eso es menos épico, al final Daniel siempre está sonriendo.—Y me hiciste un tour maravilloso por tu pueblo.

—Un sitio increíble sin duda. Mis padres dijeron que podías volver cuando quisieras, me da la sensación de que pensaron que somos algo que no somos.—se sujeta el puente de la nariz, en un gesto que me he fijado, suele repetir.

—¿Y que somos?—le pregunto mordiendome el labio. La respuesta está clara, pero quiero ver que es lo que dice.

—Dani y Mía, ¿qué vamos a ser si no?—se burla.

—Imbecil.—me siento estupida. Por un segundo pensé que tal vez me dedicaría una de sus frases ridículas de películas.

—Te encanto.—deja caer la mochila sobre la acera.

En realidad, la conversación ya se está alargando demasiado.

—¿Te vas a casa?—le pregunto disimuladamente.

—¿Qué propones?—clavo las uñas en mis palmas por la ansiedad de la anticipación. Esto puede ser una idea de mierda.

—Te invito a cenar, ya sabes, casa sola.






🥊
La química amigas...

Ha habido duras declaraciones en fin.

Pido perdón por las horas tan tarde, espero que os haya gustado mucho.

Nos leemos pronto!

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