53 días

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53 días

No son muchas las ocasiones en las que Saúl se mete dentro del ring contra Álvaro, pero cuando lo hacen, es un espectáculo que invitamos a ver a todos los miembros del gimnasio que estén por ahí.

El día de hoy es una sesión puramente de entrenamiento, aunque eso no hace que sean menos los curiosos que se acercan a ver como se pegan mis dos amigos. Bueno, lo que sea Álvaro en mi vida, que no me queda claro si es mi amigo, compañero de trabajo o una persona más.

El rubio me ha dicho que este atenta de Daniel, el famoso quería venir a verlo, así que en cualquier momento su tez bronceada entrara en escena y me tocará ocuparme de él.

Los ruidos de los velcros me pillan desprevenida, parece que van a golpearse sin guantes. Normalmente lo hacen con las almohadillas sobre los nudillos, parce que esta vez solo serán las vendas.

Dejo caer el peso de mi cuerpo sobre el elástico del ring, que me llega a la altura del pecho.

—¿Os vais a pegar a lo bruto?—es Álvaro quien escucha mi pregunta. El castaño se agacha en una sentadilla para quedar a mi altura.

—Queremos probar.—se encoge de hombros.

—Os vais a hacer daño.—le recrimino. Vale que sabemos lo que estamos haciendo, pero por eso mismo, los golpes duelen y dejan marcas en la piel. No quiero tener que pasarme toda la semana pendiente de las heridas del guiri.

—Somos profesionales, Mía.—me recuerda. Como si no lo supiera, a fin de cuentas es él quien nos ayudó a encontrar trabajo a ambos.

—Tan profesional no eres, ven.—le agarro del codo y le acerco a mi, su cuerpo se desequilibra y cae de rodillas.

Mis dedos hábiles se mueven sobre su piel al descubierto y la tela de gasa de la venda. Se ha colocado el material torpemente, acostumbrado a hacer bien el vendaje en la muñeca y más débil en la parte superior, que suele estar protegida por los guantes.

Un par de tirones bajo su atenta mirada y ya está listo.

—Nadie lo hace mejor que tú.—me sonríe cuando se pone de pie. Ahora ya si que está listo para romperle la cara a mi mejor amigo.

Es verdad que bromeo mucho con hacerle daño al rubio, pero a fin de cuentas preferiría que hoy cuando vuelva a casa a cenar lo haga con todos los dientes. Confío en la sabiduría y experiencia de ambos.

—¿Las tuyas están bien?—le pregunto a Saúl, que me enseña sus puños para que compruebe en la distancia que efectivamente, ha sido capaz de hacerlo bien.

Cuando se colocan uno frente al otro, la tensión se intensifica. En el gimnasio, donde normalmente se escuchan los jadeos o los golpes de la piel contra los sacos, solo se escucha el zumbido del ambiente.

Doy un paso atrás en la tarima.

Los dos chicos se miran, y a la cuenta de tres, dan el entrenamiento por comenzado.

Si no fuera porque ya estoy acostumbrada a esto, probablemente tendría las uñas clavadas ya en la palma de las manos. Los dientes mordiendo mi labio y la sensación de ansiedad haciéndose una maraña de hilo creciente en la base de mi estómago.

Pero he visto ya tantas peleas, que no me afecta.

Una mano sobre mi hombro hace que desvie la mirada del baile ocurriendo en el tapete.

—¿Llego tarde?—me pregunta Daniel en voz baja, como si tuviera miedo de que hacerlo más alto fuera a desconcentrar a los dos chicos que se esquivan y lanzan golpes de forma casi simétrica.

Vendas | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora