57 días

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57 días

Ni Álvaro ni yo somos de los que les gusta correr en grupo. Pero el moreno me ha insistido en que para parte del entrenamiento de hoy creía importante correr. Así que aquí estamos, cada uno con su música, en un silencio jadeoso.

En los momentos en los que me ataca el flato me concentro en poner un pie delante del otro, sin perder de vista la espalda del moreno. Corremos entre las jaras y encinas del campo, una zona de Madrid que no queda demasiado lejos de nuestro gimnasio y se nos hace cómoda para llegar andando.

Porque después de esto, aún nos espera un rato de técnica y luego a mi el entrenamiento diario con Daniel. Hoy, además, voy a contar con la presencia especial de Saúl.

El solo pensar en ello me trae recuerdos de la otra noche. Mierda. Siempre tiendo a categorizar las ideas de Saúl como invalidas y estúpidas, y no sé porqué esta no corrió la misma suerte.




















Día 61, ocho y treinta y siete de la mañana.

—Mía, ¿estás en casa?—son los gritos del rubio lo que me despierta. No es ni el ruido de la puerta, ni la suave respiración que resuena en mi oído. Lo que me levanta, como todas las mañanas desde que vivo con él, es la maravillosa voz de mi mejor amigo.

Salvo que normalmente, cuando lo hace, yo estoy durmiendo en mi colchón mullidito, con mis dos almohadas y tapada como un burrito con las mantas. Sin embargo, esta mañana, el calor que me envuelve proviene de otra parte.

El pecho de Daniel se mueve lentamente, su respiración tranquila y suave, ajena al ajetreo que está a punto de comenzar en el salón del minúsculo apartamento de Madrid. Las pestañas largas rozan sus pómulos, relajados sin la sonrisa que le caracteriza. Sus manos se mantienen en la misma posición en la que nos quedamos dormidos, una en mi cintura, colocándome en la posición correcta contra su anatomía, la otra, en la base de mi cuero cabelludo.

—Buenos días.—bostezo como un acto reflejo. Aún no termino de encajar como es que me quedé dormida en el salón. Creo que en el tiempo que llevamos aquí, es la segunda vez que pasa.

—¿Estás en el salón?—vuelve a preguntar mi mejor amigo.

—¿Qué pasa?—la voz de Daniel es grave, más de lo que recordaba. Probablemente los efectos del sueño. Sólo eso me hace caer en la realidad del momento.

No puede ser verdad.

Trato de moverme, lejos de su abrazo, antes de que el guiri entre en la habitación y nos encuentre así. Pero los brazos fuertes del YouTuber no me dejan moverme, manteniendo su agarre fuerte contra mi cuerpo.

—Daniel, dejamé ir.—susurro contra la piel de su cuello. No puedo permitir que Sául vea esto o me hará bullying por el resto de mi existencia. Por muchas palizas, puñetazos y mandíbulas que le rompa, nada va a poder borrar esta imagen de su mente y evitarme ser su saco de boxeo humano.

—Estoy muy a gusto, Mía.—mi nombre lo pronuncia con cautela, tratando de disimular el escalofrío que le ha causado mi cercanía.

Esta situación sería tan diferente si no tuviéramos la rubio a un par de metros de distancia.

—¿Mía? Me estás preocupando.—insiste mi mejor amigo. Su voz me llega desde el cuarto de baño. Nuestro apartamento, no es mucho más grande que una caja de cerillas. O me despego de Plex ya, o estoy firmando mi sentencia de muerte.

—Daniel Alonso, o te alejas de mí ahora mismo, o el problema que vas a tener va a ser serio.—susurro en su oído. Me giro sobre su cuerpo, y consigo apoyar mis palmas en su pecho. Si suelta el agarre de mi cintura, en segundos esta situación será invisible. Como si nada de esta noche hubiera ocurrido.

—Tienes que dejar de hablarme así...—lo último que veo antes de separarme como un resorte de su cuerpo es la sonrisa insinuante que tiene.

Cuando encuentro al rubio, está a punto de entrar en el salón. Literalmente salvada por la campana. Las pulsaciones aún me van a mil, la adrenalina del momento y los mensajes con dobles intenciones de Daniel son una forma ídilica de disparar mi ansiedad a primera hora de la mañana.

—¿Qué tal tu cita?—pregunto en un intento por distraerle del chico que tenemos durmiendo en el salón, y con el que casualmente me está intentando juntar.

—Interesante, desde luego. ¿La tuya? No he oido nada de Dani, así que supongo que ni bien ni mal.—bosteza apoyando su peso en mi hombro. Soy una chica alta, pero eso no le impide usarme de cuando en cuando como reposa brazos.—Necesito un café urgentemente.

—Que sean dos.—bostezo de vuelta. Siempre me ha parecido curioso que los bostezos sean contagiosos, en especial de personas que tienes aprecio. Es como una forma de decir, te tengo confianza y por eso me entra sueño contigo.

—Que sean tres.—Saúl deja caer la cucharilla de metal sobre la encimera, que retumba en el silencio de la mañana. Cierro los ojos, evitando la mirada de mi mejor amigo, que me atraviesa y se posa directamente en el moreno despeinado que acaba de ponerse de pie y camina con la camiseta arrugada hacia la isla de la cocina.

El guiri parece notar en ese momento que mi camiseta también está fuera de lugar, y que mi pelo no viene en las dos trenzas de boxeo que acostumbran a recogerlo.

—Interesante noche para vosotros también, por lo que veo.—tierra, trágame.


















La vergüenza y el flato tienen que estar correlacionadas. No me cabe duda. Si no no hay otra expiación posible a que pensar en el incidente de hace cuatro días me haya alterado el ritmo de respiración.

Un pie, luego otro.

Abdomen duro, espalda recta. Inspira, expira.

El sol tuesta mi piel, expuesta a los rayos de la tarde. Se nota el calor de mayo, aunque eso parece no afectar a mi entrenador, que no ha variado su tiempo ni un segundo desde que empezamos a correr.

Trato de centrarme en la música que tengo puesta a todo volumen, escuchar respiraciones pesadas me recuerda a los ataques de ansiedad y trato de evitarlo siempre que puedo. Incluso en el gimnasio, cuando alguien espira más alejado de la cuenta, a veces necesito tomarme un minuto para que me de el aire.

Las notificaciones de whatsapp, no me dejan. Principalmente es el rubio, chequeando que tiene todo lo que me tiene que acercar al club de boxeo. Aunque no todos.

Ignoro a Saúl preguntándome por mis vendas, el grupo de entrenamiento de La Velada, donde el idiota del guiri ha escrito: Dani, no te olvides la protección, y me centro en el mensaje de Instagram:

-
@yosoyplex:
Cuando repetimos lo de la otra noche? Me gustó verte despeinada por la mañana

-

Bloqueo la pantalla del móvil. Antes de que me vuelva la vergüenza y con ella el flato, me centro en lo que me tengo que centrar: entrenar.

Un pie, después otro.

Correr. Boxeo.

La mohicana morena de Álvaro, que se gira para comprobar que sigo detrás de él y me regala una sonrisa con todos sus dientes.

Nunca ha habido tiempo para chicos. Ahora, tampoco.





🥊
No se quién es más testarudo de los dos, la verdad.
Espero que os haya gustado mucho, nos leemos pronto y vemos en tiktok (link en bio)

pd: 20K!!

Vendas | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora