35 días

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35 días

—Hacia tiempo que no entrenábamos así, tú y yo, a solas.—pongo los ojos en blanco.

Saúl es idiota.

El gimnasio está vacío, después de un día largo de clases para adultos. Lo cursos para los niños están cerca de llegar a su fin y en esta época del año nos centramos en nuestros clientes más mayores.

Por lo que acabo la mitad de saturada y con el cerebro en calma. El estrés de los niños partiéndose la cara unos a otros es bastante agotador.

Pese a los comentarios con segundas intenciones que no van a llegar a ningún lado de el rubio, se que tiene razón. En los últimos meses no hemos tenido apenas tiempo de entrenar el uno con el otro, mano a mano.

Como en los viejos tiempos.

—Eso es porque ahora siempre viene con Plex.—replica Álvaro, que esta haciendo sparring en la esquina. No vuelvo a poner los ojos en blanco, porque seguro que me daría dolor de cabeza.

Pero la cara de mi mejor amigo habla por mi.

—¿Qué mosca le ha picado?—pregunto en un susurro, aunque tampoco hace falta que me esfuerce en bajar mucho el tono, pues los golpes del moreno golpeando el saco retumban en las instalaciones.

Una de las cosas que me resulta curiosa de los entrenamientos es que con el paso del tiempo las agujetas y el cansancio se difuminan. Es como una adicción, cada vez necesitas más intensidad para lograr el mismo efecto.

Por eso hoy, hemos decidido quedarnos un rato haciendo un poco de entrenamiento básico aunque no nos tocara. No esta de más, y eso recuerdo habérselo oido a Frank, dominar otras cosas a parte de los puños y el cuerpo.

La mente, los nervios, siempre juegan malas pasadas. Si no que me lo digan a mi.

—Los celos Mía—se encoge de hombros. Me señala el suelo con el mentón, es hora de las planchas y como siempre soy la primera en hacer las series.

Cuando llegué a Madrid y nos conocimos, Saúl y yo prácticamente entrenábamos juntos a diario. Al acabar el trabajo, antes de cerrar el gimnasio, hacíamos cardio, rutinas random que queríamos probar con los niños y los adultos...un poco el tonto.

Yo sólo tenía aquí este trabajo y las personas que había conocido gracias a él. Saúl y Álvaro.

Así poco a poco fue naciendo nuestra amistad. Aunque el proceso se vio mucho más acelerado cuando nos mudamos juntos.

Me sentí como un perrito mojado cuando aparecí con todas mis cosas de Valencia en maletas y me planté en la puerta del que ahora es nuestro apartamento.

El rubio, siendo como es, me contó un chiste, se metió conmigo y mientras colocaba mis cosas en la habitación vacía me preparó un ColaCao. Y de ahí, la relación simplemente fue viento en popa.

La mierda del hilo rojo esa de la que habla todo el mundo. Lo que pasa es que en mi caso en vez de unirme al amor de mi vida me conecta con un guiri hiperactivo al que le encanta maltratarme y protegerme a partes iguales.

—Celos y Álvaro en una misma oración no tiene mucho sentido.—gruño cuando termino la serie.

El dolor que siento en el centro de mi cuerpo es horrible. Odio entrenar el abdomen, es como cuando después de reírte mucho te duele la tripa. Sólo que eliges tener esa sensación voluntariamente.

—Siempre te pones peor de lo que eres.—sujeto los pies del rubio, asegurándome de colocar la presión en el lugar correcto.—Y mira, a Daniel también le tienes embobado.

Vendas | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora