82 días

6.1K 299 53
                                        

82 días

Álvaro se ha pasado buena parte de la tarde intentando corregir mi golpe de derecha. No hace falta que lo diga, no ha funcionado. Hay cosas que sencillamente, no tiene solución. Son como un problema de matemáticas mal planteado, siempre van a llevar a error.

Soy desde pequeña perfeccionista. Y fuerte. Y no me dejo superar absolutamente con nada. Por eso, aunque sea hora ya de cerrar y no quede nadie en toda la nave que usamos como gimnasios de entrenamientos, yo sigo frete al espejo.

Repitiendo una y otra vez los mismos golpes. Peleando contra mi reflejo. Lanzándole puños a una imagen que se los devuelve de forma continua.

Algo curioso del boxeo, sobre todo cuando intentas mejorarlo, es que es como un baile. Una danza. Uno da un paso y el otro da el siguiente. O no.

Tu lanzas tu secuencia y esquivas la rival. Mueves los pies, los brazos. Tu respiración marca el compás y los pensamientos que inundan tú cabeza podrían ser perfectamente una letra.

Definitivamente yo no soy compositora porque no se me ha cruzado la ocasión. Y porque las letras que se escriben en mi cabeza no sería más que las barras de rap de tu intento de cantante local.


Algo que es mejor que no salga a la luz.

Bebo un buen trago de agua antes de volver a mi posición. Saúl lleva aproximadamente veinte minutos llamándome. Ya se cansará. El móvil vibra continuamente encima del suelo de madera y aunque la vibración es molesta, no consigue desconcentrarme.

Estas cosas son así. Uno llama y llama hasta que se aburre de intentarlo.

Las vendas rojas envuelven mi muñeca hasta la base de los nudillos. El nudo firme, mantiene la tela en su posición.

El lado positivo de practicar frente a tu reflejo, es que así no sufren los dedos. El desgaste de tanto golpe acaba por dejar mella hasta en las manos mejor protegidas.

La desventaja, no paro de darla vueltas como una peonza en mi cerebro. Las ganas que tengo de romper el cristal a golpes y dejar de ver el defecto de mi golpe crecen por minutos. Aunque tener que sacar los pedazos de mi piel sería una tarea tan tediosa que sencillamente por eso continúo aguantando mis ganas.

Quedan ochenta y dos días para mi combate. El más importante de mi vida y él que tengo que ganar, aunque sea lo último que haga. No puedo permitirme llegar al ring con un golpe de derecha defectuoso y predecible.

Anula todo lo demás.

Un par de pisadas me devuelven a la realidad. El gimnasio ya está cerrado, aquí no debería haber ni un alma. Alerta.

—Saúl me ha dicho que estarías aquí.—la última persona que me esperaba ver hace su aparición de entre las penumbras del pasillo.

¿Qué coño hace este chico aquí?

—¿Por qué le has preguntado a Saúl donde estaba? —dejo caer los brazos y los cruzo sobre mi pecho. Protegiéndome de absolutamente nada, pero de todo lo que me rodea a la vez.

Me estoy imaginando las preguntas dar vueltas en la cabeza de Plex, no quiero enfrentarme a oírlas en voz alta. Obviamente no va a obtener respuesta. Por mucho que las repita.

—Estaba en tu casa. ¿Por qué no dejas eso y vamos a cenar?—tiene la mirada tranquila, calmada. Como si estuviera leyendo la ansiedad que corre por mis venas y fuera familiar con ella.

No tiene la mirada oscura y ambiciosa con la que me encontré el día que le conocí. Tiene la máscara bajada. Hoy no es ni el famoso, ni el valiente ni el ligón. Es un chico normal más.

Vendas | YosoyplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora