Capitulo 8 - Libro 4

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Harry Riddle.

No fui al partido de inauguración. El domingo en la mañana encontré sobre mi escritorio, entre un montón de papeles, revistas y hojas secas -desorden causando por mi ventana abierta dando paso al aire-, el libro de los transportadores. Me quedaba menos de cuatro semanas para la batalla contra mi padre y yo no tenía más que un endeble plan de fuga. La bicicleta, los caballos, el Quidditch, todo sería pausado hasta no hallar la forma de salvar a la señora Potter y cerrar con aquella traumática etapa de mi vida.

Inicié desde casa, con un cuaderno y mi estilógrafo en mano. Papi dijo que hoy desayunaría con el búlgaro y el conde, el resto de empleados del ministerio descansaban hoy. La red flu me transportó a un edificio vacío y de luces opacas.

Por un instante, me recorrió un escalofrío. Tal soledad y silencio en un sitio normalmente concurrido era aterrador.

Cinco chimeneas, tres puntos de aparición¸ anoté en mi cuaderno. Un piso de distancia, la oficina de aurores quedaba en el segundo piso. El ministerio era una construcción subterránea, así que era el piso de abajo. En total, la sede se constituía de nueve plantas.

Correr como frenéticos desde la oficina de mi madre hasta el punto de aparición parecía un buen plan inicial. Caminé con calma hasta la oficina de aurores oyendo mis pasos sobre la baldosa; en el lugar convoqué en el aire un cronómetro y corrí el camino de regreso a la red flu. Tardé 6 minutos en llegar. Considerando que primero tendría que recorrer ese camino para ir a avisarle a la señora Potter, convencerla y devolverme con ella, el plan fracasaría. Papá me concedió diez minutos, ni uno más.

¿Qué hacer?

—¿A qué jugamos hoy, joven señor?

El grito que dejé escapar no fue para nada varonil. Detrás de mí, a saber, desde hace cuánto, estaba Thomas -el mortífago gracioso- sin máscara, pero con el uniforme negro de mortífago.

—¡Casi me matas de un susto!

—Y eso que hoy me bañé.

Parpadeé. Mi cerebro tardó en entender la broma.

—Ah... ja... ja, ja —le sonreí —. Buen chiste. ¿Qué haces aquí?

—Me pareció extraño que saliera de su casa sin avisarle a nadie y, como usted ya sabe, soy el encargado de su seguridad mientras usted está sin supervisión en el castillo.

Asentí.

Mi primer instinto fue decirle que se fuera, yo no quería que él viera lo que estaba haciendo, pero un mortífago -por más inusual y fuera de lógica que fuese Thomas- era una persona ampliamente entrenada en combate y estrategia. De seguro, él podría darme una idea.

—Supongamos que tengo poco tiempo para ir por un paquete al segundo piso y sacarlo del ministerio. No hay más salidas o entradas y el dueño de ese paquete estará a los diez minutos apareciéndose o en la red flu. ¿Cómo crees que yo podría agarrar el objeto y salir sin encontrarme al dueño?

Arrastraría a mi madre del cabello fuera del ministerio de ser necesario.

Thomas miró a su alrededor.

—¿De qué punto del ministerio, joven señor?

—Amm... cerca de la oficina de aurores.

—Ah, pues —él hizo una muequita —. ¿Diez minutos?

—Sí, contados con cronómetro.

—Sip, habrá pelea.

Arrugué la frente.

Harry Potter: El hijo de Tom Ryddle - Harry S. RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora