Harry Potter: El hijo de Tom Ryddle - Harry S. Riddle

Capitulo 18

Nota del autor:

Hola.

En este capítulo uso la información de Wikipedia sobre los Arhuacos y de una compañera que trabajo de cerca con los indios de la Sierra Nevada, pero lamentablemente yo no los conozco, salvo cuando vi a uno de lejos en Santa Marta. Si alguno de los colombianos que leen esta historia tienen mayor conocimiento sobre los Arhuacos con mucho gusto la recibo.

Para los extranjeros, el uso de los indios es porque considero que en una historia como la de Harry Potter los indígenas tienen cabida; ellos manejan su hechicería ritual, que es a lo que yo hago referencia en este capítulo, pero, por mi desconocimiento, prefiero no ahondar mucho y evitar ofender a los Iku (Arhuacos). Como último punto, solo por explicarlo, las casas de bareque que se van a mencionar son un barrio de Santa Marta, no el hogar del indio (lo digo por si hay confusión al respecto). Los indios de la Sierra Nevada viven hasta arriba de la sierra, el hombre conduce a Voldemort y a Harry a un sitio muggle. Lamentablemente, en muchos lugares de las ciudades de Colombia su gente es tan pobre que sobreviven en casas de bareque, sin correctos acueductos y apenas lo del diario vivir. Lo que se describe no es un pueblo alejado, sino una zona marginal de la ciudad.

Todo lo que mencione de Colombia en los siguientes capítulos es real. Somos gente alegre, pero que ha pasado por dificultades inmensas, incluyendo una guerra que no se acaba.

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Una constante de papá era su ropa oscura, verlo con camisa blanca, jeans azul claro y sandalias marrones fue tan chocante para mí como para el resto del castillo. Indiferente del frío, papi se remangó su camisa.

—Te vas a congelar —le dije colgándome de su brazo, mi baúl fue transfigurado por papá en una maleta muggle, la suya era igual.

No me respondió.

—Ya nos vamos —y miró a Bella y a Barty, sus más altos generales, con el trasladador en su mano, una figurita de cocodrilo —. Conocen sus órdenes, al volver espero óptimos resultados.

—Sí, mi señor.

Lo último que vi de Inglaterra fue los dos magos encapuchados y arrodillados en la sala del trono. Los viajes por trasladador internacionales eran molestos, igual que dar vueltas en una silla giratoria sin pausas. Por inercia, me aferré a papá, quien, como en cada viaje, me sujetó con firmeza con sus dos brazos, pegándome a su cuerpo. Los pequeños gestos cariñosos y esporádicos de papi me encantaban, eran un recordatorio de que aquel sujeto con mirada maniática me tenía, hasta cierto punto, en alto aprecio.

Gracias a papá fue que no caí al aterrizar en suelo colombiano. Lo primero que me golpeó de la nación fue un atroz calor, seguido del sonido de las olas del mar y el olor de la brisa salada.

—Te dije que te quitaras esa chaqueta —me amonestó papá en un tono monótono.

—¡Yo qué iba a saber! —le respondí hoscamente casi arrancándome la chaqueta con brusquedad en un intento de aliviar el bochorno. Papá me dio un golpe en la cabeza por mi tono —. Perdón.

Observé a mi alrededor, estábamos en un pequeño cerro con algo de hierba, a unos metros de la playa. El sol estaba en lo alto y quemaba, palmeras se esparcían aquí y allá, pero no había gente. No obstante, de la nada, apareció un sujeto de piel morena, cabello negro largo, más que el de Lucius Malfoy; y liso, pero desordenado y cubierto con un extraño sombrero blanco. Su ropa era de lana blanca con líneas marrones y, por algún motivo, él cargaba dos mochilas terciadas a cada lado del cuerpo. El hombre tenía entre las manos una calabaza con un palo dentro. ¿Sería su varita?