Capitulo 8

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Vivir con Barty fue super divertido. Para empezar, a él no le importaba a qué horas yo despertaba, igual siempre me tenía listo el desayuno caliente. En las mañanas yo podía nadar a mis anchas o vaguear por ahí en esa isla, la cual conocí mejor montando a Sabrina, una yegua manchada. Tras estar completamente seguro que yo no me caería y me rompería el cuello en un paseo, el mortífago no opuso resistencia a que yo me alejase por mi cuenta del chalet.

—Recuerde, si va al mar, no supere los 100 metros, que es el límite del fidelius.

—Barty, esa agua es muy fría —le respondí, dando por sentado que yo jamás de los jamases tocaría un mar británico: ¡era como nadar en hielo!

Sabrina no era ningún riesgo, trotaba ligero y, por más que le soltase la rienda, no enloquecía y echaba a correr igual que una desquiciada, contrario al caballo de Barty, que en realidad era de papá. Cabrito era el nombre, lo llamaron así porque de bebé embestía a las personas con su cabeza, igual que una cabra; ya de adulto, el caballo era espectacular, pero requería de un adulto con mano firme para montarlo. Barty trató un par de veces, pero desistió.

—Su padre es muy fuerte, joven señor. A mí se me cansan las manos.

Así que Barty quedó vagando por ahí en el día. Sin elfos domésticos, era nuestro trabajo encargarnos de todo: limpieza, cocina, ropa sucia... sin embargo, con magia, las labores domésticas eran simples: blandir varita por aquí, palabras graciosas por allá y gualá, todo listo.

Por lo que sí, Barty contaba con mucho tiempo libre. Mi amigo resultó ser especialmente imaginativo a la hora de ocuparse, buscando animales en el monte, piedras graciosas en la costa y demás objetos curiosos que pudiesen llamar la atención de un niño. Yo sabía que Barty había pasado un tiempo en Askaban antes de descubrirse que era un mortífago; solo tres semanas un por alboroto en vía pública. Tres semanas bajo la exposición de los dementores no debían de ser suficiente para sumar a una persona en la locura, así que asumí que ese comportamiento aniñado era propio de Barty y no solo una fachada que usaba para jugar conmigo.

Un día, tras casi completar dos semanas en la isla, apenas viendo a papá, Barty me sorprendió amasando lodo en la mesa del patio trasero.

—Lodo —musité la verlo. Montar a caballo era un deporte muy curioso, daba la apariencia de que uno como jinete no hacía la gran cosa, pero yo salía sudado y con dolor de espalda por estar en una posición tan rígida. Debería empezar a sentarme mejor.

—No es lodo, joven señor, es arcilla.

—¿Cuál es la diferencia?

—... buen punto. En fin —sonrió y me la enseñó —. Estudié esto en mi juventud, se llama cerámica, fue la rama del arte que escogí como heredero de un sangre pura noble. ¿No le llama la atención? Sé que no ha escogido nada.

—Papá dice que yo no tengo por qué preocuparme —comenté sentándome frente a él, viendo la masilla gris.

Barty sonrió y asintió.

—Debo admitir que ser heredero es muy agotador, todos esperan que seamos mini adultos. Yo elegí la cerámica porque podía quitarme el anillo del heredero por un par de horas.

Miré mi dedo, ahí estaba el eternamente inamovible anillo.

—¿Me lo puedo quitar?

—Solo si mete las manos en la masa. Ese anillo es muy valioso, no hay que dejarlo por ahí de forma continua.

Asentí y lentamente retiré mi anillo, guardándolo en el bolsillo frontal de mi overol, junto a la foto de mi madre. La cargaba allí cada día, inquieto de que Barty la encontrase por error.

Harry Potter: El hijo de Tom Ryddle - Harry S. RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora