Capítulo 9 «La fiesta»

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Fuimos por toda la carretera en un cómodo silencio. Una casa blanca y azul, común y corriente se comienza a ver desde lo lejos. La cerca blanca daba a la redonda de las caballerizas, la casa y el garaje, dándole un aire de casa colonial con grandes macramés en las columnas de la entrada de la escalera.

El camino a la casa desde el garaje y la entrada de la cerca es iluminado por 10 pequeñas farolas de la época colonial. Mi madre es muy amante al arte napoleónico español.

Frente a uno de los pinos está la piscina rodeada de todos los juguetes de Casey habidos y por haber. Todavía con 8 años no deja atrás las barbies. Aunque es preferible eso, a que se pase todo el día pegada de la computadora o el Xbox.

Por hacer de vaga, hoy me toca recogerlos. Kade estaciona el auto en la entrada del garaje y me ayuda a recoger la montaña de peluches y muñecos esparcidos por todo el césped. Entramos a la casa y dejamos todo en la entrada.

Todo está decorado con globos. El cartel HAPPY BIRTHDAY cuelga encima de la chimenea y el tío Keith. mi profesor de Historia y Sociedad, está poniendo los últimos toques de las cadenetas en la parte superior de las ventanas. Todo está adornado de rosado y blanco.

Las chicas se encargaron de traer los refrescos y las confituras. Mamá se había encargado de los dulces y el pastel, y yo del regalo especial para Casey, pero al pasarme toda la tarde con Kade no compré nada. No sé qué será peor. La cara de decepción de mi madre o la rabieta que formará mi hermana menor.

—Si estás preocupada, aquí está el regalo de Casey. Le añadí la nueva botella que le compré —susurra mi amigo en el oído.

—Me has salvado la campana. No sé qué haría sin ti.

—Posiblemente darte un lazo y colgarte del primer árbol que veas o lanzarte por un puente —añade con ironía y pongo los ojos en blanco.

—No seas presumido. —Le doy un codazo en las costillas y hace un gesto de dolor.

—Oye, eso dolió. —Masajea con suavidad el lugar del impacto y enarco una ceja.

—Como si te hubiera dolido de verdad —me burlo y le saco la lengua de forma juguetona.

—Ruth, mi vida, al fin llegaste. Tu hermana me tiene desquiciada por la ropa que se quiere poner, y solo tú la entiendes en esos casos —suplica mamá saliendo de la cocina.

Su cara y delantal están completamente cubiertos de polvo blanco. Seguramente polvo de hornear. Con el pelo desaliñado y en pantuflas. La pobre debe de haber estado como loca preparando el cumpleaños de Casey

—Kade, escóndete en la cocina porque ella no sabe que estás aquí y quiero darle la sorpresa.

—Mamá—se escuchaba la voz fina de mi hermana menor saliendo de su habitación en la segunda planta.

—Cariño, ya llegó tu hermana. Ella te va a ayudar —grita mi madre hacia arriba—. Por favor, Ruth, sube y ayúdala antes de que le lance un sartén. Me tiene desquiciada. Kade no tengas hijas hembras o vas a terminar como yo.

—¡Mamá! —se escuchaba la voz por segunda vez de Casey y mamá gime por lo bajo.

Esta vez se escucha el grito de mi hermana menor más alto. Es una niña menudita y tierna. Delgada como yo, pero salió a papá. cabellos oscuros y lacio llegándole casi a la cintura combinados con su piel trigueña. Todos la queremos, aunque a veces se ponga insoportable y no sabemos de dónde saca tanta potencia de voz. Pero en el fondo es cariñosa y amable.

—Ya voy, Casey. Kade, te dejo con mi madre y el tío Keith. Mamá, no le des esos consejos que se los toma en serio. Compañero, a palabras eléctricas, oídos desconectados. Olvídate lo que dijo mi madre y ten dos bellas hijas con Lisa. Trata de que una se llame como yo o si no ya sabes lo que te toca.

—Ruth, creo que tu hermana te está esperando. Puedes estar tranquila. Me aseguraré que la primera pequeña que nazca se llame como tú. Apresúrate que la cumpleañera está nerviosa

—¡Ruth! —Casey grita una vez más.

—Ya voy subiendo. —Me dirijo escaleras arribas rumbo al cuarto de Casey—. Muy bien, querida, ¿ya tienes pensado lo que te vas a poner?

—No sé, tata. Estoy indecisa entre el vestido rosado con las sandalias que me compró papá, o los jeans oscuros, con los converses grises que me regalaste y la blusa azul de Frozen que me regaló mamá. ¿Qué hago?

—Déjame ver. —Me acerco a su cama. Tiene los dos conjuntos sobre la cama—. ¿Cuál te gusta más?

—El vestido —responde ella, mirándome con sus pequeños ojos café.

—¿Con cuál te sentirías más cómoda?

—Con el segundo conjunto.

—Entonces, ¿qué prefieres para tu fiesta? ¿Comodidad o encanto? —Se pone el dedito en la boca en modo pensativo.

—Comodidad —responde, señalando con el dedito hacia el segundo conjunto.

—Entonces es hora de darse un baño, ponerse linda, y tata se encargará de ayudarte ¿Promesa de meñique?

—Promesa de meñique. —Une su pequeño meñique con el mío.

—Anda. Se te hace tarde. ¿Te preparo la tina?

—Jabón de bebé.

—Ok. En camino. —Acaricio su rostro y una sonrisa se posa en sus labios.


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora