Capítulo 33 «Cambio de actitud»

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Llegó San Valentín y se supone que debo salir a un restaurante con mis padres y Max, pero Emily y Tom le habían dicho que no podía ir con nosotros porque tenían otro compromiso. Ellos sabían que esa salida estaba planificada desde fin de año, pero a eso nada le pude hacer.

Fuimos para el restaurant como a las 7 de la noche y da la casualidad que Max y sus padres estaban a la vuelta de la esquina en otro restaurant. Obligatoriamente tenían que pasar por donde estábamos nosotros.

—¿Adam, se demorará mucho? Está haciendo un poco de frialdad —inquiero, moviéndome. Él estudia conmigo en el instituto

—Lo siento, Ruth. Es un día especial. El lugar está abarrotado —dice con angustia en sus ojos negros. Doy la vuelta y regreso a la mesa del exterior, esperando nuestro turno.

—Parece que va a demorar. Dice que el lugar está muy lleno —explico, por lo bajo.

Mi padre está soltando humo por los oídos. A él no le gusta esperar y menos cuando el día está tan frío. Pero es su restaurant favorito, por eso es que ha esperado tanto.

—Ruth —escucho una voz familiar. Al parecer la cena de Max y su familia ya terminó.

—Ese restaurant está repleto de gente, y ya se han retirado varios —explico, pero mi mente está atenta a cada gesto de su cuerpo.

Se nota que había comido muy rápido. A pesar del frío, algunas gotas de sudor corren por surostro. Saco un pañuelo y seco el sudor de la frente.

—Max, es hora de irnos —la voz impotente de Tom nos saca del choque de nuestros ojos.

—Ya voy, papá —dice la última palabra como si ya lo hubiera sacado de quicio—. ¿Nos vemos mañana? Tengo que darte el obsequio por el día de San Valentín

—No tienes que hacerlo —insisto, observándolo e inclinado mi cabeza un poco a la derecha

—Max, es hora de irnos —esta vez la que habla es Emily con voz irritada.

—Dije que ya voy, mamá —recalca, molesto—. ¿Se demoran mucho aquí?

señalo con el dedo todas las personas que están delante de nosotros en la fila para entrar. Y son unas cuantas. Max solo asiente y se va caminando a toda prisa.

—Me gustó lo que dijo —musita mamá, cerca de mi oído.

—¿Qué cosa?

—La forma en que habló a sus padres. Eso demuestra que ya está teniendo un poco de independencia de ellos.

—Mamá, él depende mucho de lo que digan sus padres. Lleva más de 20 años viviendo así. Quitarle esa costumbre va a ser difícil —explico, y regreso a hablar con mi papá. Está punto de salir disparado de allí y presentar una queja por la demora.

—Ruth —habla una voz agitada.

—¿Max? ¿Qué haces aquí?

—Le dije a mis padres que tenía una cuenta pendiente contigo y tenía que saldarla. —No se le había olvidado que habíamos quedado en salir ese día—. Se molestaron un poco, pero eso ya no importa.

—Ya pueden pasar —interviene Adam, al acercarse.

—¿Qué pasa con toda esa gente? —pregunto apenada, y le seguimos al interior—. Son las 11 de la noche, casi termina San Valentín y ninguno de ellos ha cenado algo esperando su turno.

—Tranquila, Ruth. Hablé con mi jefe. Dije que eras una prima que había llegado del exterior y mañana debías regresar temprano. —Nos indica una mesa para 6 personas—. Voy a necesitar que dejes una buena propina. —Río a carcajadas y asiento.

De aquel lugar salimos después de la medianoche. Estábamos agotados y mañana me toca ir temprano al instituto. La cara de perro rabioso de papá desapareció y pasamos un momento agradable.

Al llegar a casa, en lo único que puedo pensar es en la cama que me estaba esperando ansiosa para envolverme en sus brazos suaves de seda blanca. Pro un ladrido fino indica que estaba esperando mucho y tiene hambre.

—Ya voy, compañero.

La alarma de mi móvil no la escuché. El cuerpo me pesa mucho del cansancio que tengo. Lo único que logra levantarme de la cama son las infinitas llamadas de Leyla al móvil. Por un día que faltara al instituto no pasaba nada, pero teniéndola a ella como amiga, es imposible faltar a clases.

Con ojos entrecerrados, camino sin muchas ganas hacia el baño. Después de tomar una buena ducha, ya mi cuerpo deberá estar más relajado y atento. Bajo y con rapidez, esperando a escuchar un motor acercándose a mi casa. Pero el sonido que llega a mis oídos no es el de Leyla.

La insistencia del timbre hace que gruña por lo bajo. A penas la abro, Max me entrega una caja.

—Espero que te guste —dice con una sonrisa en sus labios, me da un beso en la mejilla y regresa al auto con un leve trote. Al parecer va tarde al trabajo.

Me quedo atontada en la puerta hasta que se pierde en el horizonte la silueta de su auto y entro a casa. Mi madre está esperando impaciente. Siempre de curiosa. Abro la pequeña caja y dentro hay un juego de pendientes en forma de cruz con pequeños diamantes incrustados en ellas y unos anillos de compromiso.

«Ay, no. Esto no es bueno», pienso mientras intento ocultar mi asombro.

Frunzo el ceño cuando observo a mamá. Está serena. Demasiado, diría yo. Como si ya se lo hubiera esperado.

—Dime, por favor, que te quedan bien los anillos. Pasamos un buen tiempo buscando la medida perfecta para ti. —Me atraganto con mi propia saliva y toso.

Que mi madre diga eso, da a entender muchas cosas. Max le había gustado desde el principio. Incluso, llegué a pensar que hasta quería que fuéramos algo más que simples amigos, pero yo siempre lo negaba. Con esto, todas mis sospechas desaparecen. Ella estaba en todo esto.

—¿¿Pasamos? Eso suena a manada y que estaban en complot —protesto, un tanto molesta, pero no puedo negar que esos pendientes me encantan.

—Déjate de boberías y pruébatelos.

Saco el solitario y el otro anillo de la caja. En mi dedo anular quedan perfectos. Levanté mi mano a la altura de mis ojos para contemplarlos mucho mejor.

—Sabía que te quedarían perfectos.

El ruido del motor del auto de Leyla ya se escucha.

—Me voy, mamá. —Agarro mi mochila y salgo por la puerta de la cocina.

—Buenos días, dormi...—no termina la frase ya que había puesto sus ojos en mi mano izquierda—. ¿Y eso?

—Arranca, Leyla. En el camino te explico.

Inmediatamente ya estábamos en carretera rumbo al instituto. Mi auto se había averiado y estaba en el taller. La mañana pasó de prisa, todos estaban en los preparativos para la fiesta de San Valentín. Si hubiera sabido que hoy no habría clases, ni me hubiera inmutado en levantarme de la cama. Miro los anillos varias veces durante el día y al final decidí quitármelos. Esto está mal.

—Leyla, me voy. Si quieres quédate y voy en...

—Ni hablar. Yo también me voy. Camille no vino hoy. Cuando te deje en casa pasaré por la suya. No es normal que falte al instituto.

Al llegar a casa, noto que papá ya había traído mi auto del taller y estaba como nuevo. Gucci juega por todo el jardín entre las pequeñas flores.

—Nos vemos mañana —digo al cerrar la puerta del auto.

—Ruth, Max no es santo de mi devoción, pero, creo que es hora de una segunda oportunidad. Solo te pido que tengas cuidado y no te precipites en tu decisión, ¿entendido?

Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora