Capítulo 39 «Nuevo interno»

3 1 0
                                    

Los rayos del sol comienzan a molestarme. Abro un ojo y chequeo el móvil. Solo son las 10 de la mañana y ya tengo seis llamadas perdidas. Cinco de Max y una de Scott. Refunfuño y pongo el teléfono con la pantalla hacia abajo. Cubro mi cabeza con la almohada con la esperanza de seguir durmiendo, pero una nueva llamada me vuelve a despertar. Ni siquiera me inmuto en saber quién es. Simplemente me levanto y voy por una ducha. La necesito.

Papá y mamá no están en casa, y la mochila de Casey no está en su lugar. Se supone que todos estamos de vacaciones de verano. Camino a hacia la cocina y en el refrigerador me encuentro una nota de mi madre. Al parece Casey se resfrió. ¿En junio? Está muy extraño, pero debe ser algo grave. No hay niña más saludable que Casey. El teléfono de la cocina comienza a sonar. No tengo ganas de hablar con nadie, Pero si es Leyla, me va a matar si no tomo la llamada.

—¿Hola? —pregunto, aún somnolienta.

—¿Ruth?

—Dime, Max. —Respiro con profundidad.

¿Te acabas de levantar?

—Acabo de llegar a la cocina —explico, con desgana.

—Ruth, perdóname por lo de anoche.

«Aquí vamos otra vez. Perdón, perdón, perdón. Ha dicho esa palabra tantas veces, que parece haber olvidado el significado», pienso y pongo los ojos en blanco.

No he parado de pensar en la discusión que tuvimos.

—Max, puedes relajarte. Todo está bien. —Si yo fuera Pinocho, me crecería la nariz por mentirosa.

De verdad, Ruth. Lo siento mucho.

—Voy a dejarte algo claro. Si respondo las llamadas de Scott, es porque estoy segura de lo que hago, ¿de acuerdo?

Está bien. Nos vemos más tarde

—Nos vemos luego.

Cuelgo el teléfono más fuerte de lo normal. Si él se pone en ese estado por esto, no quisiera vérmelas en algo mucho más grande.

—Piensa en que eres su primera novia oficial, Ruth. Ambos están aprendiendo —murmuro al vacío de la cocina.

Las vacaciones no me alcanzan para estar todo el tiempo que hubiera querido con Max y la familia, pero ya es hora de partir a la universidad. El viaje hasta allá no es nada fácil y voy a extrañar mi casa. Leyla entró a otra universidad así que literalmente estaré por mi cuenta.

Esta vez, menos Casey, fuimos todos. En el maletero de la camioneta de papá ya no entra más nada. Max tuvo que traer su coche para llevar el equipaje de todos nosotros. El 26 de julio a las 8 de la mañana estamos en carretera en dirección a la universidad. Nos esperan 10 largas horas de viaje.

Dejamos todo el equipaje en la beca de la universidad. Es un enorme edificio amarillo y balcones rojo sangre de 24 plantas. El tumulto de estudiantes para entrar no es mucho. Gracias a Dios.

Se supone que debemos entrar al lugar el 29 de agosto, pero para personas lejanas como nosotros se nos autorizó a llegar con anterioridad. No se permite a nadie quedarse dentro de la beca a quienes no sean estudiantes, pero como venimos de tan lejos accedieron a darnos un pase durante el fin de semana, hasta que se fueran.

Mi planta es la número 10 en el ala B. la habitación es un completo desastre. Pero según la secretaria, una persona que estaba ya casi en los 57 años, es uno de los pisos que se encuentra en mejor estado en todo el edificio.

Las paredes están pintadas de un color hueso. No se puede identificar muy bien porque están tan llenas de polvo que, aún lavándolas con jabón de baño, aquello no se caerá. Grandes ventanales de cristal se encuentran en la vacía sala. Cada uno de ellos da a un balcón y el principal tiene vista al mar. Es lo único reconfortante. Siempre soñé que la ventana de mi habitación tuviera vista directa al mar o a un lago. Me da sensación de paz.

El cuarto asignado fue el número 3. Al entrar me encontré con dos literas tan oxidadas que si le pongo alguna maleta encima, terminará en el suelo. Cuatro pequeños armarios consecutivos de madera de medio metro se encuentran a la izquierda de la habitación y las puertas están cubiertas de comején. Tengo ganas de llorar, salir corriendo y quedarme en casa trabajando por mi cuenta.

—Espero que no encontremos con alguna rata cuando abras la puerta de ese armario —comenta Max, con sorna y le pego con el codo en las costillas.

—Eso no es gracioso

—¿Cómo qué no? —insiste y s acerca a mi oído—. Mira la cara de tu madre. Ella tiene más ganas de salir corriendo de aquí que tú misma

Su comentario me da un poco de risa, ya que tiene razón. Por el rostro de mamá, se pasean muchas emociones: terror, asco, asombro, decepción, en fin. Es Kara. No puedo pedir mucho.

—Bueno —interviene papá para romper el silencio. Max, Ruth, vayan a buscar un colchón. La secretaria dijo que era en el piso 3.

Sin pensarlo dos veces, salimos del departamento como si la vida dependiera de eso. Utilizamos el elevador un poco usual. Es algo gracioso. Para quedarte en el piso 10 debes tocar el número 12, te deja en el 11 y bajas las escaleras hasta el mío. Entramos en la norme caja de paredes plateadas y transparente hasta nuestra siguiente parada.

—¿Joseph? —grito, antes de adentrarme en el oscuro corredor.

—Al final del pasillo —se escucha el resonar de una voz suave y amable.

Caminamos hasta dar con una puerta que dice Administración. Toco la puerta con suavidad y la voz en su interior nos indica entrar.

Un hombre pasado de los 40 años apoyado de una muleta en su mano derecha rebusca entre los estantes. Según escuché, se había operado de la cadera y eso le trajo lesiones un poco mayores. Al final optó por quedarse así. Él era feliz y eso le complacía. Pero eso no le quitaba que coqueteara con toda chica que pasara por la administración. Según él, es para entrar en confianza.

—¿Es usted Joseph? —pregunto, dubitativa.

—¿Quién me busca? —Se gira hacia nosotros con dificultad.

—La secretaria me mando a este piso a buscar un colchón.

—Puedes pasar. No muerdo. —Sonríe y se acerca a la mesa—. Eres un nuevo interno, ¿no?


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora