Capítulo 12 «Mentirosa»

6 1 0
                                    

Kade, Sophie, Leyla y yo cantamos la canción Feliz Cumpleaños. Casey cierra los ojos para pedir su deseo y sopla las velas. Después vinieron los regalos: dulces, ropa, muñecas y la botella de jugo de Kade. Todo lo que una niña de su edad puede desear.

Mi hermana menor no para de reír. Le duelen las mejillas de tanta felicidad. Mis amigos repartieron todas las confituras, galletas, pastel y por supuesto soda para nosotros y cerveza para los mayores. Ver a mi hermana menor sonreír como lo hace es genial. Yo y Sophie pasamos un poco de trabajo en la vida a lo largo de los años, y verla disfrutar de esa manera es relajante.

De las tres, la de menos carácter fuerte soy yo. Siempre he sido la que tranquiliza el ambiente, dice las cosas de la manera más amorosa y tranquila. Nunca fui de discutir y cuando yo gritaba de rabia, todos se daban cuenta que había sobrepasado mi límite de paciencia. Yo soy muy buena, hasta que me presionan la tecla equivocada.

Así soy yo. Siempre lloro hacia mis adentros y cuando quiero sacar toda la rabia, voy a correr. Eso lo aprendí en el internado. De esa manera me encuentro conmigo misma y logro relajarme soltando la tensión.

—¿Todo bien por esa cabeza? —pregunta Kade, alcanzándome una soda.

—Por ahora todo bien —contesto, desviando el rostro a la ventana.

—Eres una mentirosa. Sabes que conmigo eso no funciona.

—¿Cómo es que siempre logras averiguar que quiero salirme de una conversación?

—Tus ojos sinceros te traicionan, Ruth. Cuando conversas conmigo sin miedo y sin nada que ocultar, me miras directamente a los ojos, pero desvías la mirada o me cambias el tema para salirte del asunto.

Kade se convirtió en mi confidente más cercano. Incluso más que mi mamá o mi hermana Sophie. Si Leyla se entera de eso, lo crucifica. Es como si él supiera descifrar cada pensamiento que tengo y lo materializase.

—Eres muy predecible, Ruth y muy fácil de leer. Estás pensando en Scott, ¿verdad? —pregunta y suspiro con pesar.

—Ruth, ven. Es hora de la foto familiar —habla desde la cocina—. Y trae a Kade también. Este año no se me escapa —aclara con rapidez.

«Bendito seas, papá», pienso, agradecida.

Al terminar la fiesta, la casa está hecha un desastre. Después de tanto comer, Casey se quedó dormida. Papá y mamá suben para cambiarla y arroparla en la cama, y Sophie va detrás de ellos para darse una segunda ducha y acostarse. Su viaje hasta aquí fue largo y está muy agotada.

Después de recoger entre yo y las chicas, el tío Keith y Kade sacaron las bolsas de basura. Después de limpiar todo, Leyla, Camille y yo nos lanzamos al sofá, exhaustas.

—Chicas, estoy muerta de cansancio. Mejor dejemos la pijamada para otra ocasión.

—Esta vez estoy de acuerdo contigo, Camille —refuta la rubia—. Necesito tomar una buena siesta.

Viniendo de Leyla era poco creíble. De nosotras, siempre es la más enérgica, pero Casey nos sacó todas las fuerzas que teníamos y definitivamente necesitábamos descansar.

—Chicas, nos vemos la semana que viene. Acuérdense que el campeonato empieza el martes y el lunes son los entrenamientos —les recuerdo las palabras dichas por la directora en la mañana.

—Ya lo había olvidado, pero ni voy a pensar en eso. ¿Te paso a buscar a las 9? — pregunta Leyla intentando pararse del sofá y ver si lograba levantar a Camille.

—Mejor a las 9:30. Recuerda que Sophie está aquí —contesto, casi sin fuerzas.

—Vamos, Camile. ¿Te llevo a tu casa o te quedas en la mía? —pregunta Leyla sin muchas ganas de levantar la voz más alto que el zumbido de una mosca.

—Me quedo en tu casa —contesta la aludida, bostezando y logro levantarme del sofá con pereza.

Acompaño a las chicas hacia la puerta, les doy un beso y cierro con lentitud.

—Me voy, Ruth. Debes estar agotada —habla Kade agarrando la sudadera.

—¿A dónde crees que vas solo y tan tarde en la noche? —pregunta mamá bajando por las escaleras—. ¿Dónde vas a dormir?

—Me quedo en el hotel que está en el centro de la ciudad como la otra vez — responde Kade con voz neutra.

—Ni siquiera lo pienses, jovencito. ¿Qué tiempo te quedas en la ciudad? —esta vez la pregunta proviene de papá mientras baja las escaleras.

—Alrededor de una semana —responde mi amigo, rascando su nuca con culpabilidad.

—¿Es en serio? —exclamo, asombrada. Mi madre se acerca a nosotros negando con la cabeza.

—Ni hablar. Tú eres parte de la familia y no pienso dejar que gastes ese dinero cuando nosotros estamos aquí para ayudarte y cobijarte en nuestra casa. ¿Verdad, Henry?

—Pero claro. Es una completa locura ¿Llegaste hoy, cierto? —inquiere papá y mi amigo asiente con la cabeza—. Entonces tu equipaje debe de estar en tu auto. Kara, prepara el cuarto de invitados que yo voy a buscar sus maletas para que se instale rápidamente.

—Eso no tienes que decirlo, mi amor. Voy a buscar unas sábanas limpias — indica mi madre y le señala con el dedo índice—. Más te vale que vayas cancelando esa reservación, jovencito.

—No tienen que molestarse. En verdad no tengo ningún problema en quedarme allá —insiste Kade, apenado.

—Como dice mi mamá, eres parte de la familia y estamos aquí para apoyarte. Papá, ve a buscar sus maletas, las llaves están colgadas donde siempre y aprovecha para entrar el auto de Kade al garaje. Mamá, yo puse unas sábanas limpias en la primera gaveta de la izquierda de mi cómoda.

—Y después dices que no eres mandona —murmura mi amigo cuando papá sale por la puerta y mi madre sube as escaleras en dirección a mi habitación.

—¡Ay, cállate! Tú y yo tenemos que ponernos al tanto de todo.

Hablamos tanto que nos quedamos dormidos en su habitación.


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora