Capítulo 29 «Fin de año»

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—¡Feliz año nuevo! —gritamos todos sentados alrededor de la fogata que papá había construido.

Mamá se había esmerado bastante esta vez con la comida y las verduras. Papá este año asó carne en el grill y las porciones de fruta aumentaron. Sobró tanta comida que tuvimos que botar en la basura gran parte.

Para la entrega de regalos nos sentamos todos cerca de la chimenea. Mamá y papá recibieron un boleto de viaje en crucero para las vacaciones. Tom se los consiguió. Según él, eran para que despejaran de las hijas. Mis padres solo pudieron sonreír forzosamente. Si hay algo que nos caracteriza a los González, es pasar tiempo con sus hijas. Mi padre mucho más porque está toda la semana fuera de casa.

Emily como siempre, regaló un juego de tazas a mi madre y a mi padre un nuevo portafolio. Casey salió ganando este año. Entre papá y mamá le compraron una bici nueva, Emily y Tom le regalaron una mini laptop solo para jugar y Max un vestido azul cielo.

—Ruth, este es para ti —anuncia Max, entregándome una caja grande.

—Pesa bastante. Espero que no te desquites por haberte pinchado el dedo con el tenedor en tu cumpleaños —comento, divertida, mientras forcejeo con el enorme lazo rosa.

—Tranquila. Esa todavía no te lo pienso cobrar... por ahora.

—¡Ay, Dios mío! —exclamo con sorpresa cuando el regalo de Max salta sobre mis piernas—. Es precioso.

—Kara dio a luz, y como sé que te gustan los perros quise regalártelo y lo guardé. Los otros ya tenían dueño —explica, pasando su mano por la cabeza del cachorro.

Es un pequeño labrador color oro con ojos negros. La punta de sus patas y la cola son blancas. Su cola se mueve con rapidez como si quisiera salir por los aires y sus pequeños ladridos son tan finos que dan gracia.

—¿Pensaste en un nombre?

—Lo llamaré Gucci. —El cachorro ladra con fuerza y sacuda la cola mucho más rápido.

—Parece que le gusta.

—Mamá, ¿me prestas tu laptop? Quiero mandarle a encargar un collar por internet.

—Claro, cariño. Está donde siempre.

Max y yo caminamos por todo el pasillo, mientras que Gucci intenta seguirnos el paso. Al entrar en internet, quiero llorar cada vez que visito un sitio de accesorios para mascotas. Las muestras eran hermosas, pero quiero algo bonito y sencillo al mismo tiempo. Entre Max y yo buscamos durante un buen rato hasta que me doy por vencida.

—Ya no aguanto más. Llevamos casi una hora en esto y tus padres ya deben de estar a punto de irse —protesto, recostándome al espaldar de la silla de papá en su oficina.

—Tranquila, Ruth. Hay que tener paciencia. ¿Dónde está Gucci?

Estaba tan inmersa en la búsqueda que me había olvidado de él hasta que lo diviso cerca de la ventana con intenciones de morder la cortina.

—No, Gucci, no. —Me acerco y lo cargo en brazos antes que ocurra algún incidente— Eso no se muerde. Capaz que la señora Kara te vea y se te quite todo el encanto. Y créeme, enano, eso no te lo aconsejo.

—Ruth, creo que encontré el indicado para él y a ti te va a gustar —habla Max, sin levantar el rostro del ordenador y haciendo señas con la mano para que me acerque.

El collar perfecto. Es negro del ancho de mi pulgar y el cierre plateado con algunos pequeños cascabeles, pero esos eran a petición del comprador. Tiene como colgante un pequeño hueso plateado donde se puede inscribir lo que el dueño desee Solo hay que mandarlo a encargar, decirle el letrero a imprimir en él y la dirección del lugar de entrega de la compra.

—Es perfecto, Max.

—Según dice aquí, el pedido llega en una semana.

—¿Una semana? —Gimo por lo bajo, y suspiro, derrotada—. No importa. Gucci, tendrás un collar la semana que viene.

—Listo.

—¿Max, te falta mucho? Tu madre está cansada —habla Tom desde la puerta de la oficina.

—Acabamos de terminar. Voy en un minuto. —Su padre asiente y se retira—. Ruth, ¿mañana tienes clases en la tarde?

—Es año nuevo. Claro que no tengo clases, pero si tengo repaso. Las pruebas para entrar a la universidad se están acercando y no quiero dejarlo para último instante. Mañana te mando un mensaje y te digo. —Gucci ladra varias veces y gruñe.

—Pregunta tonta. Perdón. Me parece que tiene hambre. Lleva en la caja un buen rato. Si fuera tú, lo saco un rato para que haga...

—Ya entendí. Debo tener alguna correa en mi habitación.

Salgo de la oficina, satisfecha.

—Buenas noches, Max. —Beso su mejilla y cierro la puerta de la casa. Gucci comienza a ladrar—. ¿Tienes hambre, enano?

Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora