Capítulo 1 «La pregunta»

19 2 7
                                    

—Ruth, apúrate. ¡Se nos hace tarde para la escuela! —grita Leyla desde su Audi rojo descapotable y toca el claxon de forma insistente. A veces su modestia y humildad en sus modelos de auto me dan dolor de cabeza.

—Ya voy —espeto desde la ventana de mi habitación, acomodando la mochila en mi hombro.

Bajo las escaleras del porche dos en dos. Estamos bastante retrasadas y en el instituto cuando estás a finales de curso no se puede jugar ni un poco. Los exámenes finales siempre te bajan el acumulado.

Leyla y yo, de 600 estudiantes estamos entre los primeros 20. Sacar buenas notas con el profesor Carroll no es nada fácil. Eso, sin mencionar Álgebras con la profesora Donovan, pero ¿cómo decirlo? Somos las preferidas y sacamos provecho de vez en cuando.

Ni siquiera abro la puerta del auto. Me lanzo por encima de ella. No me he sentado y ya Leyla está arrancando el auto. Creí que mi cabeza llegaría a los asientos traseros por el acelerado arranque de mi amiga. Ser la hija del comisario de la ciudad evita tener que pagar multas por exceso de velocidad, pero eso no evita que ore a Diosito que me deje vivir otro día, porque mi amiga está loca de remate cada vez que tiene el volante en sus manos.

En la radio suena la canción de Luis Fonsi "Yo no me doy por vencido" y la tarareo mientras reviso mi mochila.

—¿Crees que eso existirá? —pregunta Leyla.

—¿Qué cosa? —Dejo de revisar mi mochila y elevo la cabeza con el ceño fruncido. El tema me tomó por sorpresa.

—El amor, Ruth. El amor.

—Bueno, según mi madre, y ya tu sabes cómo es la señora Kara, dice que el amor llega cuando menos te lo esperas. No hay que buscarlo. Simplemente un día chocará contigo y no te darás cuenta.

—¿En serio crees eso? —pregunta mi amiga esperanzada.

—Claro que no, Leyla —aclaro con rapidez—. El amor, para mí dejó de existir hace un buen tiempo y lo sabes.

—Siento escuchar eso. —Sus ojos me miran por el espejo retrovisor con dolor y al mismo tiempo con amor.

Leyla siempre está para mí y viceversa. Después de lo ocurrido con Scott hace 1 año, su apoyo y el de Lía, su hermana menor, ha sido incondicional.

Llegamos a la puerta del salón con el corazón en la boca esperando que nos dejen pasar esta tardanza.

—Señoritas, ¿llegando tarde de nuevo? Es la tercera vez en esta semana

—Lo sentimos mucho, profesor Carrol —decimos las dos con la cabeza baja.

—La madre de Leyla me llamó y me explicó el retraso de ambas. —Ambas intentamos disimular el asombro—. ¿Cómo sigue tu hermano, Leyla? Espero que haya salido bien de la operación.

—Está mucho mejor, señor Carrol. Gracias por la preocupación.

—Ya pueden ir a tomar sus lugares.

Nos sentamos como siempre al final del aula para así observar todo el panorama, reírnos un poco y comer uno que otro bocadillo a escondidas.

—Oye, no sabía que tu hermano había llegado —murmuro sacando la libreta de la mochila.

—Y yo que se había operado —susurra con sorna y comenzamos a reír por lo bajo.

—Si mi mamá diera excusas tan buenas como esa, hasta yo puedo llegar tarde —murmura Camille a nuestro lado.

Desde que se mudó a la ciudad, hicimos buena amistad con ella. Es una chica bastante peculiar. Con su tez trigueña, cabello negro y ojos pardos tiene a medio colegio babeando por ella. Leyla con su cabello rubio largo y unos ojos muy azules, tiene a la otra mitad rogando por su amor. Yo prefiero alejarme de las miradas inquisitivas y problemas. Eso es deprimente, aburrido y corriente.

Estar escuchando una clase de Historia y Sociedad durante dos horas no es nada gracioso. Llega el momento en que no sabes cómo sentarte, pero al menos sus clases son bastante divertidas. O al menos él las hace divertidas. Siento alivio cuando el timbre anuncia el final de la clase.

—Recuerden, estudiantes, el informe para entregar la semana que viene es sumamente importante. —El salón se está quedando vacío cuando el profesor me llama—. Ruth, ¿puedo hablar contigo un momento?

Asiento y guardo los apuntes en la mochila.

—Chicas, adelántense y hagan fila por mí. Si no llego en tiempo, ya saben qué pedir.

—Tranquila. Te guardaremos un puesto. Bueno, eso si Camille no choca otra vez con las de gimnasia y se arme revuelo en la cafetería como la ultima vez—explica Leyla ocurrentemente.

—¿Sabes? A veces dudo que seas mi amiga —protesta la aludida con pesar en su voz.

—Camille, ¿no dijimos que seríamos amigas en las buenas y en las malas? Eso incluye que, si te golpean y caes al piso, yo te levanto, le lanzamos nuestro capuchino y salimos corriendo —rebate la rubia con cierta burla. Con amigas como estás, ¿quién quiere enemigas?

—Ustedes no son fáciles. Nos vemos en la cafetería. —Las saludo y me dirijo hacia el profesor—. Dígame lo que necesita.

El profesor Carrol es un hombre que ya está en los 65 pero aún se mantiene. Está cubierto en canas y tiene una mirada tan dulce que a veces me da pena con él. Se quita sus espejuelos y los coloca encima del buró. Mala señal.

—Estoy preocupado por ti. Desde el año pasado estás un poco fuera de ti misma. Te he estado ayudando en los exámenes porque sé que eres lo suficiente inteligente y no te mereces una B. Así que responde esta pregunta con sinceridad. ¿Qué está pasando? La profesora Donovan piensa igual que yo. Como tío tuyo y tutor, mi deber es ayudarte.

«¿Cómo explicarle que aún estoy rota? ¿Cómo decirle que ya no soy la misma desde aquel día? ¿Cómo le digo que detrás de mis sonrisas hay lágrimas y desvelos?», pienso mientras analizo mi respuesta.

—Estoy esperando tu respuesta, jovencita.

—Tranquilo, tío. Yo estoy bien —respondo de la manera más dulce que puedo, intentando aparentar normalidad.

Él se preocupa mucho por mí y no quiero darle mucha carga. Tiene suficiente con la muerte de mi tía hace dos meses y su herida todavía no ha cicatrizado.

—–Es por ese chico, ¿verdad? —Desvío la mirada hacia las ventanas que dan al campus del instituto. Esa fue una pregunta incómoda—. Mírame a los ojos cuando te hablo, jovencita. —Toma mi barbilla con suavidad y me gira el rostro con lentitud hasta que sus ojos chocan con los míos—. Ese chico era muy bueno, pero no era el tiempo de ustedes. Solo tienes 17, mi querida sobrina. Ya llegará otro que ocupe su lugar, pero no puedo permitir que eso interfiera con tus estudios. No es bueno. Así que mantente con la cabeza erguida y tranquila que hay más tiempo que vida.

Sonrío con amplitud y le abrazo con fuerza.

—Gracias, tío —digo con voz queda.

—Esa es mi pequeña. No te quiero ver triste otra vez, y por ningún motivo, dejes que las cosas malas de este mundo quiten esa bella sonrisa de tu rostro. De esa manera, tu tía Amelia conquistó mi duro corazón y disfrutamos 40 años de casados.

Que hablara de mi tía me entristece. A ella se le recuerda como una persona alegre y viva a pesar de su enfermedad. Dice mamá que le recuerdo mucho a ella. La tristeza me embarga cuando le recuerdo.

—Tranquila, mi niña. No pongas esa cara. Ella no está entre nosotros, pero aún la mantengo en mi corazón y eso es lo importante.

—Nunca olvidaré tus palabras. Nos vemos en la cena de esta noche. Mamá fue al supermercado. Creo que quería hacer hoy algo pequeño por el cumpleaños de Casey. No todos los días se cumplen 9 años.

Me despedido con un beso y al llegar a la puerta, su voz me detiene en seco:

—Saludos al hermano de Leyla.

Él comenzó a reír. Me conoce demasiado bien y sabe que el hermano de Leyla aún no está en el país. Yo saco una media sonrisa pícara y atravieso la puerta directo a la cafetería. Él mismo nos había excusado frente a la clase. Por esa razón es que le quiero tanto.


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora