Capítulo 36 «¿Qué falta?»

4 1 1
                                    

Es la tercera vez que pospongo la alarma. Resoplo y me siento en el borde de la cama, pasando las manos por mi rostro con irritación. El trayecto del día va a ser largo. Y no me refiero exactamente a solo el tiempo de conducir. El timbre de la casa suena temprano. Frunzo el ceño. Leyla es puntual, pero tanto.

—Puedes sentarte, muchacho —anuncia mamá, con la sonrisa más falsa que he visto en mi vida, generando un poco de incomodidad en el ambiente.

La amistad entre Max y yo ha crecido tanto que nos enviamos mensajes de texto casi todas las noches. Pero no todo sale como uno se lo espera. En el trabajo de mi madre han circulado algunos rumores por culpa de los comentarios de Emily. Se dice que yo me estoy metiendo por sus ojos cuando yo en ese entonces ni lo conocía. Es más. Max me caía como batido de plomo de solo mencionar su nombre Mi madre ha tenido varias discusiones con Emily y con Tom, incluyendo en el trabajo. Dichos comentarios tampoco me gustaron.

Mi madre siempre me ha dicho un refrán: "Quien se alimenta de chismes, es porque tiene su casa vacía" En resumen. La vida del chismoso es un desastre y solo quieren amargar la del resto para que veamos lo que sienten. ¡Qué vida más triste!

—Buenos días, Ruth —saluda y yo solo asiento.

La idea de acompañarnos tampoco le gustó a mi madre. Papá no opina, pero se nota que tampoco le gustó este tipo de acción de su parte. Ambos saben que es un buen chico, pero al igual que yo, no están convencidos por completo.

—¡Ya voy, campeón! —exclamo, al escuchar el ladrido de mi perro.

Salgo de la cocina y subo a mi habitación dejando a Max solo. Gucci está cerca de la ventana y ladra sin parar.

—¿Qué pasa? —Miro a través del cristal de la ventana y se ve el coche de Leyla dirigiéndose al garaje—. Ya veo. Gracias, campeón.

Agarro mi maleta y ambos bajamos las escaleras. Mi amiga espera en la sala de estar.

—Lindo día para un paseo en coche. ¿Verdad, Gucci? —comenta la rubia y Gucci ladra dos veces. Dejo mi maleta cerca de la puerta y señalo hacia la cocina. —¿Ya llegó? —pregunta, en susurros, y asiento con la cabeza—. Este chico sí que es oportuno

—Hola, Leyla —habla Max acercándose para saludarla y ella solo le da un beso en la mejilla, forzando una sonrisa.

—¿Ya desayunaste? —intervengo, para aliviar el ambiente tenso entre ellos.

—Todavía. Tenía pensado hacerlo en el camino, pero el olor de los pancakes de tu madre me han abierto el apetito.

A las 10 de la mañana, salimos a la carretera. Fueron las 6 horas más largas de toda mi vida.

—¿Era necesario que viniera? —protesta mi amiga, mirando por el espejo retrovisor, con la esperanza de haber perdido el Nissan de Max.

—Eso fue una pregunta retórica, ¿verdad? —pregunto y ella enarca una ceja—. Con él no sé qué es lo que me pasa. A veces lo quiero lejos, pero también busco excusas solo para oír su voz. Un mal día y cuando sonríe toda preocupación se va.

—Ruth, para todo eso solo hay una respuesta.

—Ilumíname, por favor. —Leyla sonríe ante mi ironía.

—Estás enamorada.

—Leyla, si ese fuera el caso, no me diera cuenta de los miles de defecto que tiene. Puede que le tenga cariño, pero no creo que sea amor.

—¿Recuerdas el cumpleaños de Camille? —Asiento, confundida—. Esa vez lo invitamos, pero no pudiste ir porque te atrapó un resfriado y seguido a eso tuviste fiebre muy alta. Esa noche no paró de hablar de ti. Los jugos que te llevé esa misma noche los compró él.

Chasqueo a lengua. A veces sus acciones son buenas, pero también, son excesivas.

—Él te quiere, Ruth. No te pido que le des una oportunidad. Pido que te la des tú.

Las siguientes horas las pasamos tranquilamente escuchando música y cantando a todo pulmón. Gracias a Dios, Leyla no volvió a tocar el tema. Alrededor de las 4 de la tarde entramos por las enormes puertas de madera del internado.

El lugar no había cambiado mucho. En la entrada principal, a unos metros de la escalera que se dirige a los departamentos de los profesores, cuelga una araña de cristales transparentes y algunos que otros dorados con una luz tenue que invita a dormir.

—Leyla, Ruth —se escucha la voz de Theo cuando nos bajamos del auto. Se acercaba a nosotros con paso constante y nos abraza a ambas al mismo tiempo—. Al fin llegaron. Tenía miedo que no se acordaran.

—Theo, convivimos aquí por más de 5 años. Es imposible que olvidemos hasta dónde queda la casa del perro del portero —comenta nuestra amiga con ironía.

—No has cambiado para nada —secunda Theo, despeinando con sus dedos delgados el pelo de nuestra amiga.

—Eso forma parte de mi encanto, querido. Pero tú tampoco has perdido la manía de despeinarme —rebate ella, reorganizando su cabello despeinado

—¿Dónde está su equipaje? —Theo mira de reojo a la rubia y se cruza de brazos—. Ruth, no me vengas a decir que Leyla te arrastró de nuevo para que compraran las cosas por aquí.

Como si nos hubiera escuchado, Max entra por la puerta con nuestras maletas.

—Ahí tienes nuestro equipaje, querido —anuncia Leyla.

—¿Este quién? —murmura nuestro amigo, bien bajo.

—Un "amigo" de Ruth. —Hace comillas con los dedos en la palabra amigo. Gruño por lo bajo y le hago señas con la mano a Max para que se nos una. Hago las presentaciones formales entre ellos, y cierran con un apretón de manos.

—Chicas, les mostraré sus dormitorios. Voy a tener que buscar ubicación para, ¿Max, verdad? —El aludido asiente con la cabeza, pero Theo lo hizo solo para molestar. Si hay alguien que es muy bueno con los nombres y caras, ese es este moreno.

Max traga en seco cuando le atravieso con una mirada ausente de sentimientos cálidos. Se supone que solo o acompañaríamos.

Al día siguiente salimos del internado para dar una vuelta. Recorrimos todo Saint Bernardo buscando los lugares a donde íbamos cuando éramos más jóvenes. Max nos acompañó a cada uno de ellos. Leyla y Theo siempre lo miran de soslayo y yo intento por todos los medios que él no se dé cuenta. Hasta que desistieron y dejaron de hacerle caso. Y yo decidí que su presencia no debe molestarme. De todas formas, no lo he pasado mal junto a él.

—Me parece que no le caigo muy bien a tu amigo —murmura Max cerca de mi oído. Theo y Leyla están en cola para pedir el almuerzo.

—Él es así —miento, descaradamente—. Eres un extraño para él.

Una vez que almorzamos seguimos nuestro recorrido hasta el parque cerca del lago y nos sentamos en el césped bajo un sauce bien frondoso. Leyla y Max fueron a comprar unos bocadillos en una de las tiendas cercanas.

—Ese chico está loco por ti, Ruth.

—¡Ay no! ¿Tú también?

—Y sé que a ti él te gusta. Tus mejillas te delatan. —Cubro mis mejillas con las manos por vergüenza, pero no pude evitar sonreír—. Es bueno que quieras pasar página. —Mi rostro se ensombrece con la tristeza—. No, Ruth. No otra vez. No pienso dejar que el pasado te quite esa bella sonrisa tuya una vez más. Él apareció en el momento justo.

—Theo, es verdad que cerca de él me siento extraña pero también incompleta. No me siento como yo misma. Tiene tantos requisitos para su mujer ideal que a veces es contradictorio.

—¿Recuerdas a Nicole? —Asiento, con lentitud. Ella fue el amor de su vida—. Tuve que pasar página. Era necesario. Me sentí muy mal durante un tiempo y eso lo sabes. Pero la única persona capaz de ponerle fin a cualquier cosa es uno mismo. —Toma mis manos entre las suyas y acaricia mis nudillos con los pulgares—. Se están acercando. Se que tienes miles de dudas, pero necesitas darte otra oportunidad. Te la mereces.

La plática con Theo me deja pensativa. Al regresar el internado intenté disimular mi mente distraída. Quiero pasar página. Lo necesito. Max es atento, bueno, amable y me hace reír. Pero siento que todo eso no es suficiente. Algo falta ¿Seré yo el problema?


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora