Capítulo 28 «Alma rasgada»

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—Casey, déjate de bromas —interviene mamá, en un regaño.

«No es cierto. No puede ser cierto. Después de tanto tiempo, esto no puede estar pasando», me digo a mí misma.

—Pero es la verdad, mamá. Mira.

Baja las escaleras y me reúno con ella al pie de los escalones, arrebatándole el teléfono con suavidad. No quiero parecer alterada, pero esto ha sido demasiado fuerte. Para mi asombro... es cierto. Un mensaje de Scott deseándome feliz cumpleaños. Un solo mensaje logró que todo mi mundo y felicidad colapsara.

La presión en mi pecho aumenta a paso agigantados y en mis oídos siento los latidos acelerados de mi corazón. Max y su familia miran sorprendidos la expresión de las caras del resto de los allí reunidos. Casey no comprende mi forma de actuar y para Sophie esto es algo completamente nuevo.

El impacto es tan grande que las lágrimas empiezan a salir una detrás de la otra sin parar. Kade y Lisa no tardan en levantarse y envolverme en un abrazo. Papá detiene la música y la tensión desciende sobre todos los allí reunidos. Kade y Lisa suben conmigo a la habitación. Me sientan en la cama y cada uno se acomoda a cada lado.

—¿Estás mejor? —pregunta Lisa con timidez, mientras seca el rastro de lágrimas. Kade se levanta furioso de la cama y toma su teléfono—. Kade, no lo hagas.

—Estoy harto de todo esto —espeta, furioso—. Un mensaje, Lisa. Solo necesitó un mensaje para romperla otra vez. No aguanto verla en ese estado.

—Cariño, lo sé, pero debemos pensar en ella ahora. Ruth nos necesita —increpa su novia, y me atrae hacia ella en un abrazo.

—Ruth, ya es hora de parar. Comenzar de nuevo.

—¿Crees que no lo sé? He intentado de todo, pero no funciona —explico, decaída—. Me lo he propuesto, Kade, y hasta incluso pensé que había superado todo esto, pero solo necesitó un maldito mensaje para quebrarme por dentro.

—Ruth, escúchame —interviene ella una vez más, y toma mis manos entre las suyas en señal de apoyo—. No sé por lo que has pasado, pero solo puedo decirte esto. Nunca vas a olvidarlo porque fue tu primer amor. Scott fue una persona especial para ti en el pasado, pero tiene que quedarse ahí, en el pasado. Tienes que superarlo. Nadie dijo que sería fácil, pero tampoco es imposible.

—Ángel, escúchame —intento mirar a Kade con los ojos aún humedecidos por las lágrimas—. Necesitas darte una segunda oportunidad. Basta ya de sufrir. Llorar no lo va a traer de regreso y sé que tú piensas igual que yo. Tomaste una decisión, y bien sabe Dios que cuando haces eso, no hay marcha atrás. Ahora, lávate la cara, arréglate el maquillaje y baja esas escaleras con la frente en alto, ¿de acuerdo? —Mi mentón tiembla, pero asiento de todas formas—. Así te quiero ver. Necesito que la vieja Ruth regrese, o al menos una versión moderada.

Las comisuras de mis labios se elevan sutilmente en mi rostro y Kade pellizca mis mejillas.

—Esa es mi chica. Ahora, tengo un chisme. Tenías que haberle visto la cara a Max. Imagino que entendió todo lo ocurrido. —Dejo escapar una carcajada limpia al imaginarme su cara de desconcierto.

Desde el día de la tormenta, él sospechaba algo, pero con lo ocurrido hoy, debe haber sacado sus propias conclusiones. Unos 20 minutos más tarde bajo las escaleras junto a mis amigos, más relajada emocionalmente. Las conversaciones siguen, pero no con el mismo ímpetu. Mi madre fue la primera en levantarse del sillón.

—¿Estás mejor, cariño? —pregunta ella con preocupación, pasando la mano por la cabeza

—Mucho mejor. ¿Ya podemos repartir los bocadillos? Tengo hambre.

—Claro, mi vida. —Besa mi frente y sonríe—. Sophie, ayúdame en la cocina a preparar todo para servir. Lisa, Kade, ustedes también acompáñenme.

La conversación entre mi papá y los padres de Max se ve interesante. Mi papá explica algo y ellos no le quitan los ojos de encima. Me acerco a las chicas para hablar un poco y olvidar el mal rato.

—Perdónenme por el espectáculo de hace un rato. No pude aguantar.

Todas nos sentamos en el piso encima de la alfombra y me abrazan.

—Te entendemos —susurra Camile, acariciando el dorso de mi mano.

—¡Camile, Leyla, las necesito urgentemente! —grita mi madre desde la cocina.

Mientras ellas se retiran a la cocina, tomo el móvil en mis manos nuevamente y vuelvo a leer el mensaje de Scott. Después de un año, ¿por qué ahora? Las lágrimas amenazan con salir así que respiro con profundidad.

—¿Puedo sentarme? —No veo ningún problema así que asiento con la cabeza hacia Max y guardo el teléfono—. ¿Cómo estás?

—Bien —contesto, tajante y me golpeo mentalmente. Él no merece mi mal carácter.

—Eres una mentirosa horrible. Nunca digas bien. Siempre significa la contrario. Además, está bien no estar bien. —Tiene tanta razón que sonrío—. Este año debo obtener algún premio por hacerte sonreír. —Las comisuras de mis labios se curvan en una sonrisa mucho más amplia cuando algo viene a mi mente—. ¿Qué recordaste?

—Recordé cuando me fui de vacaciones con ustedes.

—No le veo gran cosa.

—¿Recuerdas el día cuando fuimos en botes de a dúo? Ese día comimos en el restaurante y yo pedí una piña colada sin alcohol.

—Me acuerdo, y te dieron la equivocada, tenía alcohol.

—Y sabes que yo no sé tomar. Me pongo muy roja. —Relleno mis mejillas con aire para que se pongan rojitas.

—Parecías una alcohólica primeriza y eso que solo fue un poco.

—Después de eso fuimos a montar botes y...

—Y al final terminé con un golpe del remo en la cabeza —finaliza la historia y toca en el lugar donde le había golpeado—. Después de eso...

—Te pasaste casi dos días con dolor de cabeza —añado, y sonrío por lo bajo—. En mi defensa, juro solemnemente que intentaba esquivar el bote de tus sobrinos.

—Esa todavía me la debes —amenaza, señalándome con el dedo, pero sonríe.

—En verdad no fue mi intención. —Debo aguantarme el estómago. No puedo parar de reír. El recuerdo es muy divertido—. Estaba pasada de copas.

—Después de eso evité todo contacto tuyo con las bebidas alcohólicas.

—Gracias, Max —agradezco, y su risa se corta.

—¿Por qué? No hice más que hacerte recordar un buen golpe a mi cabeza —comenta sorprendido, y pasa la mano por su cabello negro, despeinándolo.

—Ahí está el por qué. Me haces reír cuando quiero llorar y te agradezco por eso.

Cada vez que un recuerdo triste me invade, él aparece y me hace reír hasta olvidar las penurias.

—No hay de qué, vecina. Para eso están los amigos. Ahora, reitero la pregunta. ¿Cómo estás?

—Mejor.

—Esa respuesta me gusta más.


Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora