Capítulo 37 «La declaración»

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Al llegar el día de la graduación de Theo, tenemos los nervios de punta. Mucho más que el mismo graduando. El lugar parece una locura. El salón de graduación está adornado en el centro con una enorme araña que ilumina todo el salón. Las inmensas ventanas están tapizadas con enormes cubiertas de grandes músicos de la historia como Mozart, Beethoven, Debucci, Vivaldi.

Recuerdo cuando Leyla y yo tocamos a dos manos en este lugar. Verlo unos años más tarde, no parece tan aterrador como cuando teníamos 10 años. En el centro se encuentra el contrabajo y a su izquierda se halla un enorme piano de cola negro. Han pasado algunos años, pero sigue siendo tan hermoso como el primer día que lo vi.

Como era de esperar, nos encontramos con viejos compañeros de estudio. También se gradúa Lucy junto a Theo. Fuimos muy buenas amigas cuando estudiábamos, pero perdimos el contacto al salir del internado y finalmente ya se gradúa. Una de mis compañeras incluso se casó.

Theo como siempre, cerró los ojos antes de empezar a tocar, mira a su pianista acompañante y comienza su concierto. Toca con tanta naturalidad y destreza que a veces me da envidia, pero luego se me pasa, porque eso se lo enseñé yo.

Una vez termina, eleva el arco, toma un respiro y sonríe. Conociéndolo bien, está muy nervioso. Los aplausos inundan el ambiente mucho más antes, aunque él se lo merece. Ha pasado mucho trabajo para llegar hasta donde está.

Su profesor sale de la multitud y le da la mano, seguido de un fuerte abrazo. Dio un pequeño discurso de sus dos estudiantes, Lucy y Theo, y que era un orgullo haber sido su profesor durante tanto tiempo. Las lágrimas corren por mi rostro de la emoción. Salimos del salón e invitamos a nuestros conocidos a una salida para festejar la graduación.

Max se mantiene alejado sin razón. Intento sacarle conversación e introducirlo al resto, pero él mismo me esquiva. Desde que regresamos del parque ha estado así. Creí que era porque se estaba adaptando al lugar. Leyla y Theo notaron su lejanía, así que decido conversar con él mañana en el desayuno, pero me esquiva a toda costa.

Lu curiosos de todo esto es que no deja de hablar con Leyla. No tengo celos, porque estoy completamente segura que ella no lo soporta, pero la curiosidad aumenta a medida que pasa el tiempo. Dos días después, irrumpo en la habitación de mi amiga. Ya no pude aguantar más.

—¿Me puedes explicar que está pasando?

—¿A qué te refieres? —Deja su cepillo de pelo en la mesa de noche y se acerca a mí.

—Desde hace unos días, tú y Max se traen algo entre manos e incluso hasta me evita.

—Ah, ya sé lo que quieres decir. —Agarra mi mano, me guía hasta su cama y nos sentamos en el borde—. ¿Quieres la verdad? Yo... —El timbre de su teléfono la interrumpe. Justamente Max—. Dame un momento. Déjame tomar la llamada.

Desaparece en el pasillo por unos segundos y regresa.

—Vamos.

—¿A dónde vamos? —pregunto, agarrando el móvil y mi sudadera.

—Cuando lleguemos te darás cuenta.

Todo está oscuro como boca de lobo pero solo existe un lugar en todo aquel valle lo suficientemente alumbrado y al mismo tiempo alejado. Como lo imaginé, estábamos en el único lugar del mundo para ir a pensar con claridad después de salir estresada de un examen.

Donde nace el lago hay una enorme roca lo suficientemente grande para sentarse 3 personas sin tener muchas molestias. No se puede estar sentado más de dos horas porque no te podrías mover del dolor en el trasero en los próximos 20 minutos. La luna se refleja sobre el calmado lago dándole al lugar un perfecto ambiente de acampada.

Ojos TraicionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora