Capítulo 41: emboscadas grupales.

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En un prado tranquilo, unos alces majestuosos pastaban cerca de un gran río enorme, incluso con sus cabezas agachadas para masticar el pasto del cual se alimentaban. En ese río, cocodrilos gigantes estaban presentes, sin embargo, mantenían una distancia considerable, especialmente porque los alces parecían haberse alejado antes. Uno de estos cocodrilos disfrutaba de un alce recién cazado, su presa.

De repente, algo interrumpe al cocodrilo. Los demás cocodrilos parecían inquietos, a diferencia de su estado normalmente pacífico flotando en el agua. El cocodrilo que comía del alce se aleja, siendo el último de ellos, siguiendo a los otros cocodrilos que salían del agua. Los alces también empezaban a correr, presintiendo el peligro.

El último cocodrilo que comía del alce siente cómo un par de dientes se ensartan en su cola junto con un tirón que lo jalaba al agua. El cocodrilo se aferraba a quedarse en tierra, sin embargo, era jalado con tal fuerza que parecía inútil resistirse. A medio cuerpo dentro del agua, otro dolor se aferra al cocodrilo. Lo que tenía ahora era su cola envuelta en dos largas mandíbulas llenas de dientes impares que parecían un montón de puntas de lanzas puestas en encías rosas opacas. Sus ojos eran negros, con párpados cerrándose a los laterales, y su piel lisa y grasienta. Una cabeza enorme tenía entre sus dientes la cola del cocodrilo, que lo jalaba cada vez más, haciendo que su mandíbula cubriera esta vez las patas del cocodrilo. Alzó la cabeza, haciendo que sus dientes perforaran la carne del cocodrilo, el cual aún seguía tratando de patalear con sus patas delanteras.

La criatura tenía dos patas lisas con una sola garra retráctil. Debajo de sus brazos se encontraba una extensión de carne lisa como una aleta, esto para levantar más la cabeza y que sus dientes capturaran más las patas del cocodrilo. Sus dientes deformes no lograban perforar la cabeza del cocodrilo, pero ya era demasiado tarde, lo único que quedaba de él era su hocico en el interior de la aterradora criatura.

La criatura tenía una espalda totalmente negra con unas crestas sobre la espalda, su cabeza y sobre los hombros sobre sus patas. La parte superior de su cuerpo estaba descubierta fuera del agua. Luego procede a tragarse al cocodrilo completo para luego dejar salir un alarido mientras abría y cerraba sus mandíbulas.

La criatura parecía volver al agua pero sale del agua con facilidad, revelando tener unas musculosas piernas las cuales le permiten tomar una postura bípeda, con tres garras en cada pata inferior. Su cola, igual de larga como su cuerpo, tenía crestas recorriéndola como su espalda, terminando con una aleta en la punta. Aún tenía la cabeza alzada, su estómago se movía como si estuviera embarazada, pero no era el caso. El cocodrilo aún seguía vivo luchando, pero la criatura se erguía recargándose sobre su cola, levantando la cabeza, impresionantemente, usando sus huesos alrededor del estómago para estrangular al animal que acababa de consumir. Se escuchó como si algo se rompiera dentro y fue cuando bajó la cabeza. Al bajar la cabeza, goteó sangre de su hocico, levantó la cabeza nuevamente para degustarlo.

Esta criatura enorme e intimidante no se percataba de lo que se avecinaba. Acompañado con un estallido, un golpe azota a su cabeza, haciendo que lance un gruñido mientras trataba de mantener el equilibrio.

—Pobre destino para el cocodrilo, ¿no es así, Tom? —preguntó una chica a su compañero.

—Sí, pobre cocodrilo. Cualquiera se sentiría miserable al ser devorado por una criatura tan fea. Así que, Dina, mantente alejada —dijo el chico llamado Tom, con un rifle enorme en la mano.

—¡ATENTOS! ¡Hay que evitar que regrese al agua! —gritó un elfo a los chicos.

—¡Eso déjamelo a mí! —dijo Tom, cargando una bala con una equis para apuntar a la criatura.

Un estallido resonó de nuevo, esta vez impactando en su pierna derecha para evitar que se encaminara al agua. La criatura gruñó de dolor, pero la batalla apenas comenzaba.

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