Capítulo 6. El espejo

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Observé a Camille con atención, su cabello rojo y rizado se agitaba violentamente con el viento, mientras escudriñaba sus ojos en busca de alguna señal de comprensión, mis sentidos se agudizaban para captar con mayor claridad los sonidos de la noche. El latido de mi corazón resonaba en mis oídos, recordándome la intensidad del momento. Nunca antes había compartido mi situación con nadie, mi historia era un secreto guardado celosamente, y nadie conocía la locura que había sido mi vida durante todos estos años.

Sin embargo, en los ojos de esa chica que desde el principio había sido tan amable conmigo, solo encontraba comprensión: una comprensión absoluta, acompañada de confianza y compasión. Parecía capaz de sentir mi dolor, de entenderlo en un nivel más profundo del que habíamos compartido hasta ahora. Al descubrir mi secreto, no me había rechazado ni alejado, en cambio, se había ofrecido a ayudarme. ¿Podía confiar en ella? ¿Debería contarle lo que me había sucedido años atrás? ¿Podría confiarle el secreto del accidente y el espejo?

—Cuando tenía siete años, mi madre y yo sufrimos un grave accidente automovilístico que me dejó en coma durante un mes. Durante ese tiempo, no podía sentir ni escuchar nada, solo conservo vagos recuerdos de encontrarme frente a la muerte misma, con el ángel de la muerte dispuesto a llevarme a su reino. Pero algo inesperado ocurrió: una especie de confrontación, un destello de luz, y de repente me encontraba de vuelta en aquella horrible habitación de hospital.

No esperaba una reacción tan inmediata de Camille, pero se quedó completamente sorprendida ante mis palabras.

—Todavía tenía siete años, pero la niña que había sido ya no existía. Desperté un gusto por el dibujo, un talento que ni siquiera había perfeccionado y ya podía dominarlo. Fue unos días después cuando comencé a ver extrañas criaturas, seres que nadie más podía ver, todos acechándome en la oscuridad. Todos me pedían que hiciera mi trabajo, que los ayudara, pero yo no entendía absolutamente nada —continué, tratando de mantener la emoción fuera de mis palabras—. Busqué ayuda en mis padres, pensando que esto no era normal, que necesitaba medicación o terapia con profesionales. Mis padres hicieron todo lo posible...

Hice una pausa cuando mi voz se quebró, pero me aclaré la garganta para continuar con la historia.

—Me inyectaron con medicamentos que solo empeoraron mi estado físico. La ayuda de sacerdotes y psiquiatras tampoco dio resultado. Luego, pasé muchos meses en un convento de monjas, donde sufrí todo tipo de torturas. Ellas afirmaban que debía ser purificada, que estaba poseída por el demonio.

—¿Intentaste escapar? —se aventuró a preguntar Camille.

—Lo intenté varias veces. Cada vez que me descubrían, era sedada y encerrada en una habitación sin agua ni comida por días. Además, recibía latigazos y era sometida a baños de agua fría. Hasta que finalmente, no me quedó más opción que fingir que ya no veía nada, que estaba curada. Solo entonces mis padres vinieron por mí y me llevaron a casa.

—Y aún te ocurre lo mismo, ¿verdad? Sigues viendo fantasmas que te piden ayuda y te exigen cumplir con tu deber. ¿No comprendes lo que están intentando comunicarte? ¿No tienes ni la menor idea de lo que están tratando de decirte?

Negué con la cabeza y ella apretó los labios, pero no dijo nada más.

—Me tomó tiempo poder adentrarme al otro lado, al limbo de los muertos. No lo descubrí hasta una noche en la que fui arrastrada por una criatura llena de oscuridad. Me transportó a través de un espejo, los espejos son las puertas de entrada a otros mundos, otras dimensiones —añadí—. Esa fue la única vez. Desde entonces, he evitado cualquier espejo, ya que fue una experiencia horrible. En el limbo, me veo de forma... putrefacta, cadavérica.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora