Capítulo 19. La invitación

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Cuando abrí los ojos, Max me miraba con algo parecido a la confusión y tristeza en su mirada. Sentí un peso en el pecho, como si sus emociones se hubieran transmitido a través de nuestras manos entrelazadas. Lo solté con suavidad y parpadeé varias veces, intentando disipar el agotamiento que me envolvía. Haber visto tantas cosas, tantas memorias y sentimientos, me había dejado exhausta.

Max retrocedió un paso y se pasó la mano por el rostro, sus dedos temblorosos. Parecía estar luchando por mantener la compostura, la frustración evidente en cada línea de su cara.

—¿Qué viste? —preguntó, su voz un susurro cargado de ansiedad.

Me tomé un momento para ordenar mis pensamientos antes de responder.

—Vi a Scott y a ti, parecían buenos amigos. Hablaban sobre fútbol, y él mencionó que tenía que irse. ¿Te dijo que no vivía en este estado?

Max asintió lentamente, su mirada perdida en algún punto detrás de mí, reviviendo esos recuerdos.

—Scott era de Washington —empezó, su voz baja y pensativa—. Vivía en Seattle. Sus padres tenían un negocio familiar del que luego él tendría que hacerse cargo, un restaurante en específico. Fue enviado a Florida para estudiar en Wonder Hall por un programa de intercambio. Durante ese tiempo nos conocimos y nos hicimos buenos amigos, pues ambos teníamos pasión por el mismo deporte.

Asentí, sintiendo una punzada de empatía por la conexión que había compartido con Scott.

—Luego él te dijo que tenía que irse —murmuré—. Regresar a su ciudad.

—Sí —respondió Max, su voz apenas audible.

Tragué saliva, sintiendo cómo el peso de mis palabras se acumulaba en mi garganta.

—Max, no sé cómo decirte esto, pero... Scott no lo hará. Intenté convencerlo de que te dijera la verdad, que hablara contigo, pero él estaba convencido de que... Él quería que yo...

Max se acercó a mí con expresión preocupada, su mano se alzó para tocarme el hombro con suavidad.

—Amara, tranquilízate —dijo con voz calmada—. ¿De qué estás hablando? No entiendo.

Suspiré con pesadez, sintiendo el nudo en mi estómago apretarse. No quería hacer esto, pero era necesario. Miré a Max a los ojos, buscando la fuerza para continuar.

—Scott quería que yo te dijera esto, porque cuando le pedí que lo hiciera se negó por completo —dije, intentando controlar el temblor de mi voz—. Scott Langdon te mintió cuando lo conociste en el colegio. Te mintió porque... porque él ya estaba muerto para entonces. Todo el tiempo que estuvo contigo lo hizo mediante la famosa ancla de sangre. No estaba vivo, Max.

El rostro de Max se congeló en una máscara de desconcierto y horror. Dio un paso atrás, sus ojos se abrieron ampliamente mientras intentaba procesar mis palabras.

—¿Qué? —dijo al principio, su voz apenas un susurro—. ¿Estaba muerto?

Asentí, sintiendo una lágrima traicionera deslizarse por mi mejilla.

—Es todo lo que sé —dije, tratando de mantener la calma en mi voz—. Scott estaba muerto, y aparentemente lleva más tiempo en el limbo del que creemos. Cuando te conoció, ya trabajaba para La Corte en ese entonces...

Max me interrumpió bruscamente, su rostro se contrajo con incredulidad.

—Espera —dijo, la confusión y la desesperación reflejadas en sus ojos—. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo lo sabes? ¿Él te dijo todo esto? ¿Te lo dijo en el abismo?

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora