Capítulo 31. El juramento

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Observé maravillada la escena que se desplegaba ante mí. La noche era fría y la luna llena iluminaba todo a su paso, creando un paisaje casi mágico. Scott me había llevado a un lugar donde mesas y velas estaban dispuestas de forma elegante, como si cada detalle hubiera sido cuidadosamente planeado. No pude ocultar la sonrisa que se formó en mis labios al ver todo, y Scott, al ver mi reacción, pareció emocionarse.

—Es hermoso —dije, sintiendo el calor de las velas en contraste con el aire fresco de la noche.

Él asintió y caminó hasta un balcón cercano. Colocó sus brazos sobre la barandilla y se recostó ligeramente, su mirada perdida en la distancia con lo que parecía ser nostalgia y anhelo.

—La vista desde aquí es buena, pero creo que nada de esto se compara con Santorini, sus casas blancas con techos azules, y vistas panorámicas del mar Egeo desde sus acantilados —dijo, su voz teñida de melancolía.

Me acerqué a él, intrigada por la emoción en sus palabras.

—¿Santorini? ¿En Grecia? —pregunté, sorprendida—. Desde que te conozco, te he escuchado mencionar muchas ciudades, países... Pareces haber estado en todo el mundo.

Scott sonrió, pero su sonrisa no alcanzó sus ojos.

—He viajado mucho, conocí muchos rincones del mundo. Al menos eso me hace sentir mejor, saber que no me iré de aquí sin haber visto todo lo que quería —continuó, su tono volviéndose más suave—. Pero entre todos esos lugares, conocí a la chica más bonita, la del corazón más puro.

Mi corazón se aceleró y mis mejillas se sonrojaron. Miré a Scott, su perfil iluminado por la luz de la luna, y me di cuenta de que en ese momento, todo lo que importaba estaba justo allí, a mi lado.

—¿Preparaste todo esto tú solo? —pregunté, con asombro y admiración en la voz.

Scott asintió, su mirada era intensa.

—Sí, porque necesito hacer algo importante, una última cosa antes de que todo se vaya al infierno.

Un escalofrío recorrió mi espalda ante la seriedad en su tono. Respiré hondo, tratando de entender el peso de sus palabras.

—¿Y qué es? —murmuré, casi temiendo la respuesta.

Scott miró hacia la puerta, como si esperara que alguien apareciera en cualquier momento.

—He invitado a Max también, pero no sé si podrá asistir o si querrá. Mientras tanto, podemos esperarlo.

Asentí, sin saber muy bien qué decir. Intenté leer en su expresión alguna pista, algo que me ayudara a comprender la urgencia de la situación.

—Scott, ¿qué está pasando? —insistí, mi voz apenas un susurro.

Scott suspiró profundamente y se acercó a mí, tomando mis manos entre las suyas.

—Hay cosas que he estado guardando, secretos que he tenido que mantener por el bien de todos. Pero ya no puedo seguir así. Esta noche es mi última oportunidad para arreglar las cosas, para enfrentar lo que viene.

Asentí sin saber qué decir, tratando de no presionarlo a hablar. Sin embargo, comenzaba a formarme una idea cuando mencionó que Max estaría presente. No quería enfocarme en las cosas malas, no quería pensar en todo lo que sabía ahora sobre mi padre siendo llamado por uno de los maestros y probablemente furioso. Tampoco quería pensar en si llegaría a sobrevivir a la guerra o no.

—Entonces —Scott interrumpió mis pensamientos—. ¿Sabes bailar?

Me tomó un momento procesar lo que había dicho. Lo miré, confundida, hasta que me sonrió con encanto y se acercó a mí, tomando mi cintura y mi mano derecha. Su sonrisa, esa que no mostraba muy a menudo, me desarmó por completo.

El fantasma de Wonder Hall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora